PATRIMONIO

Tesoros inolvidables en el Museo Pilarista

Dentro de los tesoros del Pilar, ocupa un lugar destacado el Museo Pilarista, donde se integran objetos de gran valor artístico con otros de enorme contenido sentimental

Solideo que Juan Pablo II dejó a los pies de la Virgen
Tesoros inolvidables
CARLOS MONCÍN

El Museo Pilarista necesita una renovación. La abundancia de las piezas expuestas y lo escaso del espacio disponible hacen que la colección ofrezca un aire abigarrado más propio de la vitrina de un coleccionista que de un museo moderno. Pero, mientras llega ese momento (hace tiempo ya se elaboró algún proyecto), el Museo sigue siendo uno de los espacios más visitados.


La pieza más destacada del joyero de la Virgen no está en exposición por razones de seguridad: es la gran corona con 10.000 piedras preciosas, entre brillantes, rosas, perlas, esmeraldas, rubíes, zafiros, amatistas, topacios, granates, medias perlas y un gran brillante. Fue sufragada por suscripción nacional, y costó 600.000 pesetas de 1905. Pero el museo exhibe piezas espectaculares. Junto a los bocetos de las pinturas de las cúpulas hay muchas obras con una curiosa historia detrás.


Es el caso del arco del violín de Sarasate, cuya empuñadura está adornada con piezas preciosas, el cuerno de caza de Gastón de Bearn, la pluma que regaló don Juan Carlos, con su firma inscrita en la capucha, o el toro que regaló Cúchares. Algunas aúnan valor estético y sentimental. Es el caso de la diadema de la condesa de Bureta, la heroína de los Sitios, realizada en plata y oro, con 336 diamantes rosa y 132 diamantes tablas.


Pieza curiosa es, también, la imagen de la Macarena regalada por Sevilla. Desde 1942, cuando la Macarena sale de procesión lleva en su paso una imagen de la Virgen del Pilar. Sevilla quiso que, en correspondencia, cuando la Virgen del Pilar procesione lleve a sus pies una Macarena, y por eso regaló la preciosa imagen que se exhibe en el Museo Pilarista.


Cada pieza tiene su historia emotiva detrás, como una humilde columna de oro, que recoge el último deseo de un joven que, en su lecho de muerte musitó: "El día en que yo me muera,/Virgencica del Pilar,/una columna de oro/te mando fabricar".


Pero quizá la pieza más apreciada sea la menos valiosa en términos económicos: el solideo que Juan Pablo II dejó a los pies de la Virgen durante su visita a Zaragoza en 1982. Gesto insólito, que no había realizado en ningún santuario mariano.


El primer inventario de las joyas de la Virgen se mandó realizar a finales del siglo XIX. Para entonces, la colección ya había sufrido una gran pérdida. Cuando la ciudad capituló ante los franceses en 1809, para sofocar la codicia del mariscal Lannes, que parecía dispuesto a saquear el joyero en concepto de indemnización de guerra, la Junta de Defensa pidió al Cabildo que le entregara una docena de piezas. Juntas, estaban valoradas en 130.000 pesos fuertes. Viajó a Francia, así, alguna joya excepcional, como la famosa alhaja del 'Cisne y sus polluelos', con 1.900 brillantes, que había donado Bárbara de Portugal. Estaba tasada en 50.000 pesos fuertes.


Otra pérdida importante para la colección tuvo lugar en 1864. Después de acordarse una gran reforma del templo y la decoración de varias de sus cúpulas, y dado que el dinero no llegaba para costear gastos, se pidió autorización pontificia para la venta de 528 alhajas. Se encargó de ello el joyero madrileño José Ignacio Miró, que logró 1.818.675 reales de vellón. El Museo Victoria y Alberto de Londres, el francés Davilliers o los Rothschild compraron algunas piezas. La más cara fue un ramillete de flores de esmalte, adornado con diamantes, que acabó en Londres. Así se explica que la mayor parte de las piezas sean de finales de los siglos XIX y XX.