Lavarse los dientes y quitarse las lentillas (los que usen) son dos de los hábitos más comunes del ser humano antes de dormir. En el caso de las lentes de contacto, existen de muchos tipos: rígidas, blandas, de mes, de día… A pesar de sus diferencias todas las lentillas están hechas con estos materiales.

La incomodidad y los problemas que causan en los ojos son dos de los mitos que las rodean. Lo que mucho no saben es cuál es el lugar donde debemos tirarlas una vez que hemos finalizado su uso. En Estados Unidos, donde 45 millones de personas reconocer usar lentillas, alrededor del 15 y 20% de los usuarios admiten tirarlas al lavabo o al inodoro, lo que constituye una gran amenaza para la vida acuática.

La razón principal es que esa lentilla acabará llegando al océano dividida en varios microplásticos, por lo que podría terminar siendo ingerida por cualquier animal marino. Estas son algunas de las conclusiones más importantes que destaca un estudio presentado recientemente en el encuentro anual de la American Chemical Society, celebrado del 19 al 23 de agosto.

Las lentes que se tiran por el desagüe generalmente terminan en plantas de tratamiento de aguas residuales. Y, como estas lentes suelen ser más densas que el agua, se hunden, generando así una severa amenaza para los desagües y el mundo marino.

A pesar de ser un elemento simple y sencillo de utilizar, las lentillas han protagonizado historias verdaderamente sorprendentes. En 2017, los médicos de un hospital británico descubrieron 27 lentillas olvidadas en el ojo de una mujer mientras le realizaban una operación de cataratas.

Por último, ojos rojos, conjuntivitis o erosiones epiteliales son algunos de los riesgos que los expertos advierten de la práctica de adquirir tus lentillas a través de Internet.

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