Heraldo del Campo

Nunca llueve a gusto de todos... para sembrar

La siembra de cereal de invierno ha comenzado en Aragón, pero de forma muy desigual. En algunas zonas el suelo está en condiciones óptimas para recibir el grano. En otras, las lluvias lo hacen impracticable.

Siembra de cereal de invierno esta semana en una explotación de la localidad oscense de Robres, en la comarca de Los Monegros.
Siembra de cereal de invierno esta semana en una explotación de la localidad oscense de Robres, en la comarca de Los Monegros.
Asaja-Aragon

Es tiempo de siembra de cereal de invierno. Y en Aragón, uno de los principales productores de España, las máquinas han comenzado a entrar en los campos. O no. Porque las esperadas lluvias ejercen su papel protagonista marcando unos tiempos que han hecho variar el momento propicio para echar el grano.

En las comarcas zaragozanas y oscenses, los cerealistas han iniciado las siembras -incluso las han adelantado- gracias a unas deseadas precipitaciones que han propiciado que el suelo presente las «más óptimas condiciones» para la sementera. Las organizaciones agrarias auguran incluso un aumento (aunque no sea especialmente significativo) de la superficie cultivada, porque el agua ha calado también en el ánimo de los agricultores que confían en que las buenas condiciones actuales sean el principio de una buena producción.

Claro que la fiesta va por barrios. Tras cuatro años lamentando la falta de lluvias y obligados a echar el grano en seco, los cerealistas bajoaragoneses esperan ahora que sus campos desalojen la sorprendente cantidad de agua que recibieron con una gota fría que entró sin compasión en la provincia turolense desde Castellón el pasado 19 de octubre, dejando unos inusuales 700 litros por metros cuadrado en una provincia en la que en todo el año la pluviometría apenas supera los 300 litros. Y para rematar, esta semana ha llegado acompañada de una ola de frío que ha desplomado las temperaturas. Aunque a priori, el descenso del mercurio no es en absoluto un inconveniente para el grano (todo lo contrario) y además evita la proliferación de plagas, supone una dificultad para el suelo «que no puede secarse», señalan los productores.

No solo el clima es factor decisivo en estas labores. También cobra importancia el cómo. Porque en Aragón cada vez son más los cerealistas que optan por realizar la siembra directa, que aporta beneficios no solo para el bolsillo del agricultor sino para la calidad de los suelos.

Importa también el cuánto. Porque los agricultores no pierden de vista las cotizaciones del cereal, y con ellas los beneficios y, sobre todo, las pérdidas que en las últimas campañas le ha supuesto su producción, además de echar cuentas de los cada vez más elevados costes, un gasto que se ha disparado con el incremento del petróleo.

Y sobre todo, cobra importancia el qué (se siembra). Porque el inicio de la campaña vuelve a sacar a la luz el eterno y controvertido debate sobre la necesidad e idoneidad de utilizar semilla certificada y la obligación (o no) de pagar por el reempleo del propio grano.

Hace (más o menos) un año los cerealistas aragoneses no encontraban el momento para echar el grano. La ausencia casi total de lluvias mantenía la tierra seca y dura y dificultaba las labores de siembra, provocando un retrasado de la campaña de hasta quince días. Y los que los hicieron aprovechando las escasas lluvias que cayeron en octubre de 2017 veían como se complicaba su producción, porque la semilla comenzó a germinar sin volver a ver el agua, y la raíz, ante la falta de humedad, comenzó a secarse demasiado pronto.

Este año la situación es diametralmente distinta. Para bien y para mal. Las lluvias del verano, y especialmente las caídas durante el mes de octubre, están condicionando no solo el inicio de la campaña, sino las condiciones de la tierra para recibir el cereal.

«Nunca antes habíamos empezado tan pronto a sembrar», señala Javier Langa, responsable de herbáceos de UAGA y agricultor de Belchite, que asegura que las condiciones «son óptimas» en su comarca, donde los agricultores comenzaron a echar el grano «sin mucha prisa», pero las lluvias animaron a los cerealistas. Una situación que se repite en las zonas productoras de Zaragoza y la provincia altoaragonesa, donde la siembra también ha comenzado ya, aunque en este caso, asegura el presidente de Asaja Aragón, Fernando Luna, no solo por las condiciones del clima. Es por la llamada luna cuquera, una luna, poco conocido para los ajenos al sector, que nace en septiembre, dura unos veintiocho días y según la experiencia agrícola durante su presencia los ‘cucos’ o parásitos se lanzan sobre la semilla y la dañan. El resultado final será una merma en la cosecha. «Nosotros creemos mucho en este fenómeno y esperamos a que esta luna muera para sembrar el cereal. Y eso ha ocurrido antes este año», detalla el representante sindical, que puntualiza que siempre es aventurado sembrar pronto porque hay potencial de malas hierbas y eso exige aplicar herbicidas y, por lo tanto, un gasto adicional.

«La tierra está ahora perfecta», coincide en señalar el secretario general de UPA en Aragón, José Manuel Roche, que destaca que con precipitaciones de 100 litros por metros cuadrado, el suelo se ha empapado y tiene el tempero suficiente para albergar el grano. Roche está convencido de que las buenas condiciones en las que se está realizando la siembra permitirán mantener, e incluso animará a aumentar ligeramente, la superficie ocupada por el cereal de invierno, un cultivo que se extiende en Aragón por más 600.000 hectáreas de secano.

Sin poder entrar en el campo

No sucede lo mismo en Teruel. Los cerealistas de esta provincia casi no se lo pueden creer. Llevan cuatro años haciendo «partes de sequía» y esta campaña todavía no han podido entrar en los campos porque están totalmente inundados, explica Roberto Sanz, secretario provincial de UAGA-Teruel y cerealista de la comarca del Jiloca. «En muchas zonas todavía no se ha empezado a sembrar, hay mucha agua y sigue lloviendo todos los días», destaca Sanz, que reconoce que los agricultores «estamos que nos subimos por las paredes porque psicológicamente es peor no saber cuándo se va poder echar la semilla». El sindicalista explica que a las intensas lluvias del pasado agosto se sumó una fatal gota fría en otoño que hace temer a los productores «que hasta febrero no se va a poder pisar el campo», porque además las bajas temperaturas impiden que la tierra se seque. Así que ya se está pensando en variedades tardías con las que poder hacer frente a una campaña demasiado tardana.

Es cierto, sin embargo, que como dice el refrán ‘bien está lo que bien acaba’, porque aunque la siembra (y las condiciones en las que se realiza) es labor esencial para la producción, la última palabra la tiene la primavera. De sus lluvias, o la ausencia de las mismas, dependerá cómo termine la cosecha. Solo hay que echar la vista atrás. El pasado año se temía lo peor. La sequía no solo complicó la siembra sino que hizo temer una cosecha muy mermada. Pero llegó abril y mayo con abundantes precipitaciones y la situación se dio la vuelta, tanto que incluso la producción final ha podido lucir el calificativo de «buena».

Precios y costes

Los agricultores son conscientes de que en un negocio al aire libre el clima es un imponderable. Y aunque les inquieta campaña tras campaña, saben que no pueden hacer nada excepto investigar y cultivar semillas de distintos ciclos y floración (como ya existen) para poder sortear sus caprichos.

Por eso, les preocupa más el incesante incremento de los costes de producción a los que tienen que hacer frente «con unos precios del cereal de hace 30 años», critica Fernando Luna. La subida de la cotización del petróleo ha disparado el coste del gasóleo, pero también de los fertilizantes o los fitosanitarios.

«Utilizamos maquinaria que consume entre 200 y 400 litros de combustible, cuyo precio se ha incrementado un 35% respecto al año anterior», señala Langa. De ello se queja también el presidente de Araga, Jorge Valero. «Estamos pagando el gasóleo agrícola a cerca de 70 céntimos el litro», explica Valero, que insiste en con el combustible por encima de 60 céntimos el litro «no podemos ser competitivos respecto a otros países productores». Porque aunque el responsable de esta organización agraria reconoce que el cereal aragonés tiene calidad, insiste en que la competencia es brutal en términos de precio. Por eso, reclama la aplicación de un «gasóleo profesional social», a semejanza de los bonificaciones que existen para la luz y el gas en los hogares, «pero para la agricultura».

Roberto Sanz, de UAGA, reconoce que son estos elevados costes los que han propiciado el avance de la siembra directa en la Comunidad, pero a renglón seguido explica que «aunque se comienza por el dinero, los agricultores se están adaptando a esta práctica por los beneficios que suponen para el suelo».

Y desde Asaja dejan claro que el volumen de producción es importante pero no es decisivo, porque, con los costes por las nubes y los precios por los suelos, aún cuando la cosecha es buena «pueden venir las pérdidas».

Hay también otro coste que, como sucede cada año cuando comienza la siembra, suele despertar además el debate y el desacuerdo. Es el gasto en las semillas. Hay que utilizar semilla certificada, pero también se puede reemplear el grano obtenido en una cosecha anterior de la explotación propia. Eso sí, excepto si se es un pequeño agricultor, hay que pasar por caja y abonar a los obtentores el correspondiente ‘royalty’.

Esta obligación, que ha generado años de discordia, se ha suavizado esta campaña con el acuerdo firmado entre Anove (Asociación Nacional de Obtentores de Variedades Vegetales), Cooperativas Agroalimentarias y las organizaciones agrarias Asaja y UPA. Quienes no han enterrado el hacha de guerra son los representantes de UAGA, que no han plasmado su firma en el pacto porque considera «injusto y abusivo» que el cerealista tenga que pagar un canon por utilizar su propio grano.

El mimo al suelo que logra rebajar las facturas

Han pasado ya 20 años desde que un inquieto grupo de agricultores aragoneses decidieron poner en práctica en sus secanos, muchos de ellos muy maltratados por siglos de labranzas, una técnica importada de Estados Unidos que pone el acento en cuidado en el suelo, pero que genera beneficios en las cuentas del agricultor. Es la siembra directa, cuya característica principal es que el grano llega a la tierra sin que en ella se haya realizado laboreo alguno.

Esta práctica agraria ha ido avanzando en Aragón, y ya se realiza en 116.000 hectáreas de cereal de invierno, lo que representa el 16% de la superficie total de este cultivo. «Somos una de las comunidades punteras en siembra directa», señala Carlos Molina, técnico de la Asociación Aragonesa de Agricultura de Conservación (Agracon), que cuenta actualmente con 165 socios. Molina destaca además que la aragonesa es la segunda región con mayor superficie en siembra directa, solo por detrás de Castilla y León, «aunque hay que tener en cuenta que la superficie total de cereal en esta comunidad duplica a la aragonesa», matiza.

Y sigue extendiéndose. Molina asegura que en diez años se ha triplicado el número de hectáreas que se miman con esta práctica, respetuosa con el medioambiente y que permite la recuperación de los suelos erosionados sin que por ello pierdan productividad. Una cifras que se auguran al alza, porque, como asegura el técnico de Agracon, el incremento va a ser a partir de ahora significativo porque la siembra directa se están expandiendo con fuerza por lo campos turolenses.

Reconoce el técnico que el interés de los agricultores por esta técnica comienza por el bolsillo. Y es que esta práctica contribuye a rebajar la factura agraria. De hecho existen estudios que señalan que la siembra directa disminuye entre tres y seis las horas de trabajo por hectárea, reduce los costes entre 18 y 72 euros por hectárea y propicia un ahorro de combustible que puede llegar a alcanzar hasta los 50 euros por hectárea. Pero Molina asegura que no han sido solo estos ahorros los han impulsado la agricultura de conservación en Aragón. Una vez que la han probado, señala el técnico, son muchos los agricultores convencidos de los beneficios agronómicos de esta práctica. Porque es, señala, una herramienta frente al cambio climático, ya que «la cobertura vegetal no solo mantiene mejor la humedad, sino que también frena el arrastre de tierra que provocan las cada vez más intensas lluvias».

No hay un perfil que defina a los agricultores de conservación. No depende de la edad o de la comarca en la que cultivan. Comparten eso sí, una característica. «Son muy profesionales y tecnológicos», señala el técnico, que reconoce que estas prácticas no tienen como fin incrementar la producción. Pero es que «hay que dejar de ver los campos en kilos por hectárea para verlos en euros por hectárea», puntualiza.

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

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