Heraldo del Campo

Investigación saludable en los campos de maíz

La empresa zaragozana Tereos transforma, al año, 380.000 toneladas de maíz para la producción de almidones con diferentes aplicaciones industriales. Para poder llevar un control sobre el producto, esta empresa apuesta por la innovación y ha puesto en marcha dos proyectos que cuentan con financiación del Ministerio de Economía y de la Unión Europea.

Producción dañada por el taladro, una pequeña oruga cuya plaga es endémica en el Valle del Ebro.
Producción dañada por el taladro, una pequeña oruga cuya plaga es endémica en el Valle del Ebro.
Tereos

Todavía conocida popularmente como Campo Ebro, nombre con el que nació hace más de 50 años, la actual empresa Tereos se levanta imponente en pleno casco urbano de Zaragoza, donde transforma 380.000 toneladas al año de maíz para la producción de almidones empleados en numerosas aplicaciones industriales, especialmente en alimentación y farmacia. Una cantidad que supone la cosecha recogida en 35.000 hectáreas, que equivale a la mitad de toda la superficie que actualmente ocupa el maíz en Aragón. Sin embargo, solo el 40% del maíz con el que se abastece Tereos, que trabaja actualmente con unos 1.000 agricultores aragoneses, procede de los campos de la comunidad autónoma, una cifra que ocupa apenas unas 13.000 hectáreas de las más de 80.000 en las que se siembra este cereal.

Hay un motivo que explica esta situación. Prácticamente el 65% del maíz cultivado en Aragón es de la variedad MON-810, modificado genéticamente por la multinacional Monsanto para hacerlo resistente al taladro, una plaga endémica del cereal del valle del Ebro temida por los agricultores por los cuantiosos daños productivos, y en consecuencia económicos, que produce en las cosechas. Y Tereos no adquiere este tipo de panizo. "Eso no significa que tengamos nada en contra del maíz transgénico", señala Jorge Páramo, director de Materias Primas de la planta de Tereos en Zaragoza, que reconoce que "incluso afirmamos que ambos cultivos coexisten de una forma coherente e incluso muchas veces el transgénico ha hecho reducir la plaga en los campos colindantes en los que se cultiva isogénico porque actúa de barrera". Si no lo adquieren es "porque así nos lo piden nuestros clientes", insiste.

Pero los representantes de esta empresa están convencidos de que estos porcentajes podrían variar si ofrecen a los agricultores soluciones alternativas que no pasen necesariamente por la siembra de transgénicos.

Cantidad y calidad

No se trata solo de cantidad. Tereos quiere más maíz aragonés, pero también que cumpla los más elevados estándares de sanidad y seguridad, tanto porque así lo exige su actual producción como para abrirse paso "en un interesante nicho de mercado" con la oferta de la proteína del maíz, un subproducto muy apreciado para la industria alimentaria tanto por sus cualidades nutricionales como por su bajo contenido alergénico. Es también un factor clave su buen precio frente a otras proteínas de origen animal o vegetal.

Pero antes de salir a la conquista de este mercado tiene que plantar cara a las micotoxinas, unas sustancias tóxicas producidas por los hongos que "están ahí de toda la vida", señala Páramo, pero que en los últimos años han despertado la inquietud de las autoridades sanitarias, que han restringido drásticamente su presencia en los alimentos, especialmente por el poder cancerígeno de algunas de ellas, más en concreto de las aflatoxinas. Se generan en los procesos de campo y de almacenamiento pero, en estos momentos, la industria no es capaz de eliminarlas en los procesos productivos. "Para poder llevar un control sobre el producto hay que recurrir a medidas preventivas, a actuaciones que impidan que se desarrollen en los cultivos", explica Páramos.

Con estos objetivos y para dar respuesta a estos dos problemas, Tereos, con su apuesta por la innovación, ha puesto en marcha estos dos proyectos, que cuentan con financiación del Ministerio de Economía y de la Unión Europea, en los que representantes del área de materias primas de la planta, Alberto Moreno y Carlos Lapetra, trabajarán durante cuatro años mano con mano con Marta Herrera, de la Universidad de Zaragoza, y Raquel Anadón, de Aula Dei. Y, por supuesto, con los agricultores aragoneses que les suministran esta materia prima.

Un freno a las sustancias tóxicas

Se llama Fun&Safe Corn, fue aprobado en 2016 y se trabajará en él hasta finales del próximo año. Una investigación que culminará en un código de buenas prácticas agrícolas que permitan que los niveles de micotoxinas en los maíces aragoneses adquiridos por Tereos sean los más bajos posibles, explican Alberto Moreno y Carlos Lapetra, del departamento de Materias Primas de la planta aragonesa.

Para ello ya se ha comenzado a analizar y realizar un seguimiento de aquellos parámetros que influyen o limitan su formación. El clima es uno de ellos, especialmente aquellas condiciones que obligan al cultivo a soportar temperaturas y humedades relativamente altas, matizan Marta Herrero, de la Universidad, y Raquel Anadón, del Parque Tecnológico Aula Dei, aunque matizan que este no es un parámetro fiable porque es cambiante e imposible de controlar. Y tampoco resulta sencillo determinar qué semillas ofrecen mayor resistencia. "Hemos comprobado que el factor varietal tiene sus dificultades porque la evolución de las semillas del maíz es muy rápida, con lo que las variedades que ahora están presentes tal vez no existan dentro de cinco años", detalla Moreno, que justifica así por qué los partícipes en el proyecto han decidido centrarse en las prácticas culturales, entre las que citan las fechas de siembra o recogida, los niveles de fertilización, la dosificación y frecuencia del riego, los tratamientos fitosanitarios o el control de los "precedentes culturales", o lo que es lo mismo, saber que es lo que se ha sembrado ( y cosechado) antes que el maíz y cómo se ha trabajado ese suelo antes de convertirlo en un maizal.

Todo este trabajo no sería posible sin los agricultores que colaboran en el proyecto a los que se remite una encuesta para conocer cuáles han sido las prácticas puestas en marcha en sus respectivas parcelas. "De ahí vamos sacando conclusiones que aplicamos en los campos de ensayo para corroborar resultados", señalan los investigadores.

El proyecto, que ya lleva más de un año de andadura, se centrará este año en cómo afecta las dosis y la frecuencia del riego, porque "si la planta está en un continuo estado de humedad es más probable que proliferen los hongos", explica Anadón, que detalla que también se analizará la influencia de la densidad de la planta, la fertilización nitrogenada, así como la gestión de los residuos de la cosecha anterior. "Muchas veces se siembra un maíz detrás de la cebada y si este cultivo ha estado contaminado, se queda en el suelo el inóculo y pasa al maíz", explica.

Agricultores implicados

Los responsables del proyecto reconocen que los agricultores no son muy conscientes de que sus cultivos tienen micotoxinas porque "no se ven". Aseguran, sin embargo, que el productor es cada vez más consciente porque aunque no supone un pérdida de producción se dan cuenta del problema cuando se encuentran con empresas que les ponen trabas a su producto. "Los agricultores quieren estar ligados a la industria a la que venden su producción, por lo que intentan colaborar con prácticas agrícolas para minimizar esos problemas", señala Moreno.

Y es que, como explica el director del Materias Primas de Tereos en Zaragoza, la compañía realiza una analítica dos veces por semana del maíz seco y verde, antes de que entre en secadero, porque "hay que tener en cuenta que las micotoxinas son termorresistentes, por lo que si el grano contiene altos niveles de micotoxinas no se van a poder reducir a pesar de someterlos a temperaturas altísimas". Y si los niveles son altos, la producción es rechazada.

"Nos preocupa mucho el fracaso de ese agricultor que decide sembrar para nosotros y por el motivo que sea los altos niveles de micotoxinas hacen que su producción no sea apta para Tereos", dice Páramo, que insiste en que evitar esa situación es el objetivo de la investigación y las prácticas agrarias que de ella se determinen.

Manejos para minimizar el taladro

En la primera reunión que los responsables de la planta de Tereos en Zaragoza mantuvieron con el consejero de Desarrollo del Gobierno de Aragón, Joaquín Olona, le plantearon las necesidades de maíz isogénico que tiene la compañía y la imposibilidad de adquirir más producción en Aragón debido a la elevada implantación de la siembra de maíz transgénico en la Comunidad.

Explica el director de Materias Primas, Jorge Páramo, que también trasladaron a Olona que habían constatado las reticencias de los agricultores aragoneses a dejar de sembrar el grano modificado genéticamente que llevan utilizando desde hace años por miedo a una nueva afección de taladro, esa pequeña oruga que daña las mazorcas y los tallos del maíz haciendo túneles para alimentarse y provocando incluso la muerte de la planta. Una plaga endémica en el valle del Ebro que ha visto mermados sus fatales efectos con las variedades transgénicas resistentes a esta enfermedad.

Fue en esta conversación cuando surgió la posibilidad de poner en marcha un proyecto de investigación con el que conseguir "que esta afección se minimice de tal manera que podamos recuperar hectáreas que están en transgénico para el cultivo de isogénico", detalla el directivo.

Así nació Vatama, un proyecto todavía pendiente del visto bueno del Ministerio de Economía, del que partiría su financiación, pero en el que Tereos, junto con la Universidad de Zaragoza y el Parque Tecnológico Aula Dei, van a comenzar a trabajar convencidos de su pronta aprobación.

"Lo que pretendemos es concluir qué buenas prácticas agrarias facilitan que el umbral de daño de esta plaga esté por debajo del umbral económico", señalan Carlos Lapetra y Alberto Moreno, de Tereos, que reconocen que puede suceder que la investigación concluya que en algunas zonas productoras hay que seguir manteniendo la siembra de transgénicos. "Estamos convencidos, sin embargo, que en otras comarcas utilizando determinadas prácticas se puede minimizar el daño con lo que se podría cultivar isogénico con la posibilidad de venderlo a Tereos". Y es que aunque nadie niega que el taladro es un plaga endémica que siempre va a estar presente en el valle del Ebro, estos expertos aseguran que en zonas como Teruel, en los maizales de Calatayud o del Valle del Jiloca, o en Tarazona, la presencia del taladro no provoca suficiente daño como para considerarlo una plaga.

La operativa es similar a la utilizada en el proyecto Fun&Safe Corn. Se realizarán pruebas en parcelas comerciales y de ensayo para determinar qué prácticas agrarias son las más aconsejables. "Se analizará si con siembra más temprana el cultivo es más tolerante, si es preferible más o menos picado en la gestión de residuos o en qué momento es más adecuado realizar determinadas labores para minimizar la plaga", detalla Lapetra.

Pero Vatama quiere ir más allá hasta proporcionar incluso otras herramientas que "aunque quizá hoy por hoy todavía no son viables", señalan los investigadores, comienzan a perfilarse como necesarias ante las exigencias de un mercado que exige cada vez con más intensidad una menor presencia de agroquímicos y productos fitosanitarios en las materias primas y los alimentos. Los representantes de Tereos se refieren así a técnicas empleadas con éxito en el sector de la fruta, como son la captura masiva -colocar determinado número de trampas en la parcela con cebo alimenticio e insecticida capaz de atraer, y eliminar, a un número importante de insectos- o la confusión sexual -una técnica biotecnológica basada en la emisión masiva al ambiente de feromonas sintéticas de las hembras que provoca la confusión de los machos adultos-. Unas tecnologías "limpias, no contaminantes pero costosas, que aunque actualmente no tienen encaje en los cultivos de extensivo podría ser también una solución", señalan.

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

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