FOTOGRAFÍA

Ricky Dávila: "Todos tenemos un buen retrato"

El autor de ¿Manila¿ o 'Ibérica¿ repasó en Zaragoza Zphoto su trayectoria y su poética del oficio.

Autorretrato.
Ricky Dávila: "Todos tenemos un buen retrato"
RICKY DÁVILA

Ricky Dávila (Bilbao, 1964) es uno de los fotógrafos más personales del momento. Series como ‘Manila’, ‘Ibérica’ o Nubes de un cielo que no cambia’ han cristalizado en libros de referencia y revelan talento, inspiración, una mirada que descubre cicatrices y dolores antiguos, y lame heridas. Ha participado en el II Festival Zaragoza Zphoto con una conferencia y un taller.


¿Podría explicarnos esa correspondencia que establece entre la poesía y la fotografía?

La cuestión poética, y la propia palabra poesía en lo visual, lo que tiene de bueno es que no está desgastada. No hay una connotación como la que tiene la condición de artista, por ejemplo. Me gusta mucho recurrir a ella, a la poesía, para definir mi trabajo porque creo que es un palabra todavía incontaminada. Y es cierto que esta opción tiene que ver con mi deriva del periodismo al recurso de la metáfora; de un espíritu más informativo y de descripción a un viaje más interior en el que la cuestión metafórica ocupa un lugar más fundamental que antes en mi trabajo. Siempre ha estado ahí, pero la evolución va en esa dirección claramente.


Su reportaje sobre ‘Herederos de Chernobil’ pareció ser decisivo en su trayectoria: le lanzó hacia otros proyectos y a un conocimiento intenso y dramático de la realidad.

Yo no tengo una noción de mí mismo como alguien que está en el proceso de ejecución de una gran carrera. Sí tengo mis pequeñas cesuras personales y Chernobil, cuando tengo que explicar lo que supuso para mí, fue un momento en el que me demostré a mí mismo que podía trabajar con un cierto discurso propio en la cuestión fotográfica; que era un anhelo que siempre había estado ahí, y ese anhelo me llevó ya a estudiar a Nueva York y todo. Pero, dentro del ámbito editorial y periodístico, que no es un terreno abonado para manejarse con premisas propias, volver de Cuba con ese trabajo desarrollado en 1992 con una visión personal a mí me satisfizo mucho y me dio una base de futuro muy importante.


¿Y también fue esencial para su trabajo conocer esos personajes que a veces son como un poco límites o marginales y que se agarran desesperadamente a la vida?

Es que somos nosotros. Quiero decir, en el fondo, cualquier fotógrafo de los que estamos habituados a atender es un fotógrafo de clase media, europeo, el fotógrafo como ilusionista lo que hace es apelar un poco a las nociones que nosotros, pequeñoburgueses, tenemos de marginalidad y no marginalidad. El margen lo creamos nosotros. Y un fotógrafo de este corte lo que hace es jugar con nuestra propia noción de lo que es marginal o no, pero en realidad la gente fotografiada somos nosotros.


Otro proyecto clave en su carrera es ‘Manila’ (2005). ¿Qué le atrajo de Manila? ¿Por qué esa ciudad, la vida cotidiana, los bajos fondos, esos seres turbadores…?

Yo estaba en un callejón sin salida del que no era consciente, que era el escenario editorial como ámbito de trabajo, y ‘Manila’ resultó muy importante porque fue el primer proyecto que me planteé en su medida, en su intención y en su formulación alejado de premisas periodísticas de cualquier tipo. Fue un proyecto de libro desde el principio sobre un motivo que no era interesante periodísticamente en apariencia. Al final lo que hice fue llevar a cabo un proyecto fuera de los aledaños editoriales.


Vayamos al espacio, a la estética, al concepto del trabajo...

Manila es un sitio que no formaba ni forma parte del imaginario occidental. Nadie está interesado en Manila. Todo el mundo puede evocar imágenes de Bangkok, Tokio, sitios así, pero de Manila, no. Y era un escenario donde yo encontraba cantidad de correspondencias visuales porque es un escenario asiático pero occidental, de asfalto, con catolicismo, con consumismo… Yo no soy un fotógrafo de exotismos, y cualquier terreno en el que encuentre correspondencias emocionales y familiares me gusta.


Ha confesado que una de las cosas que le atraparon de Manila fue una luz cenicienta y especial.

Manila es una ciudad tropical donde el sol es muy vertical pero también tiene momentos muy extendidos en el día de nubes cubiertas. Para un fotógrafo eso es un terreno abonado para la fotografía porque todo es muy envolvente. Me pasó también en Bogotá, que es el último proyecto, y son simplemente cielos muy cubiertos que dan una atmósfera que es muy cautivadora visualmente para mí.


Ya que ha derivado hacia Bogotá vamos a hablar de ese proyecto que hizo con el poeta callejero Dufay Bustamante, que sobrevive como puede y que le hizo de cicerone. Me refiero a ‘Nubes de un cielo que no cambia’. ¿Qué ocurrió?

Fue una coincidencia felicísima en un momento en que yo no tenía la pretensión de urdir un proyecto. Con motivo de otra exposición me encontré con Dufay que se me presentó como amigo y en la ilusión de enseñarme la ciudad, pues empezamos a hacernos amigos. De ahí salió un segundo viaje en el que yo seguí haciendo fotos y luego hubo un tercero en el que me di cuenta de que ya, a pesar de mis intenciones, podíamos estar un poco en capilla para articular un trabajo juntos. El trabajo fue básicamente mi ensayo visual sobre Bogotá y, una vez concluido, se me ocurrió –¿por qué no?- hacer a Dufay partícipe con la cuestión poética. La única condición que yo puse un poco como editor era que Dufay no se inspirase en mis fotografías para escribir las poesías, que tuviéramos como territorio compartido la experiencia común de esos viajes en Bogotá, y a partir de ahí que jugara con las palabras.


Eso me lleva a preguntarle, ¿cómo trabaja usted? ¿Tira muchas fotos, lleva muchas cámaras?

He mudado muchísimo de hábitos. De una época, ese primer lustro de los noventa en el que el ámbito era el del fotoperiodismo y en el que yo trabajaba mucho en claves muy profesionales, a actualmente que trabajo sin equipo. Desde hace años empleo una camarita pequeña, una Panasonic de estas de no pensar.


Durante más de cinco años elaboró ‘Ibérica’ (2008), quizá su serie más famosa. ¿Cómo surgió y qué quería hacer? ¿Cómo ha influido el azar en ese inventario del país?

‘Ibérica’ es un proyecto de mucha ambigüedad. Nace en un momento en el que yo tengo una deriva hacia el interior pero mantengo todavía una cierta inquietud humanista, en el sentido más clasicista de la palabra. ‘Ibérica’ no tiene intenciones de tesis. Es un inventario que no puede en ningún caso pretender resumir la sociedad actual española ni mucho menos, ni quiero yo esa responsabilidad; pero no deja de ser un pequeño documento personal sobre un período de muchísima variedad en las fisonomías de la gente del que yo me he valido como fotógrafo. Ahora con el paso del tiempo tengo un aprecio especial por ese trabajo aunque, si le soy sincero, ahora tengo la cabeza en un proceso de introspección -supongo que serán fases, no lo sé- que me tiene muy alejado de lo que puede ser un inventario de rostros como el que hice en ‘Ibérica’.


¿No le parece que en esa muestra de retratos hay como una búsqueda si no de friquis, sí de seres pintorescos que parecen a veces criaturas del subsuelo, apariciones?

La selección de los personajes retratados es arbitraria pero no inocente. Yo intenté abrir como pude un poquito el espectro de atención de los personajes. Pero es cierto que en un trabajo que, a pesar del tiempo que uno empleó, no es extenso porque para que cobre el carácter de inventario tendría que ser mucho más amplio, inevitablemente hay esos pequeños desvíos...


¿Pequeños desvíos? ¿Qué quiere decir?

A ver cómo me explico: hubo un primer arranque en el que salía un trabajo muy decimonónico, una España muy galdosiana; luego ocurrió que hubo tribus, quise diluir el conjunto… Si tuviera que continuar, y no descarto seguir cuando la cabeza vuelva a este tipo de inquietudes, el espectro se seguirá ampliando y no irá tanto en una dirección de marginalidad y proscripción. Insisto también en que nuestra noción de la gente que es marginal o de submundo no es exacta.


A lo mejor es que somos así, ¿no?

Le aseguro que el inventario de personas que está ahí forma parte de nuestro escenario cotidiano y son literalmente hermanos míos, amigos míos, padres, hijos. El resultado final de ‘Ibérica’ tiene más que ver con el modo en que yo modulo el retrato de esas personas que, en el fondo, es una cuestión más de gravedad y de hondura. En ese sentido yo creo que todos tenemos un buen retrato.