LETRAS ARAGONESAS

La palabra inmortal de un poeta

Las claves líricas y los temas, los apuntes y las caricaturas de labordeta.

Pintura de Labordeta.
La palabra inmortal de un poeta
JOSÉ LUIS CANO

Labordeta ha muerto. Con él se nos va un gran poeta. Labordeta siempre se vio a sí mismo como un poeta, y desde esa condición abordó el análisis de la realidad. Labordeta desarrolló sus numerosas facetas públicas con una fuerza y un sentido lúdico muy personal, pero sin desprenderse jamás de aquella mirada descreída, distante y algo triste con la que algunos poetas observan el mundo. Labordeta observaba la existencia desde el escepticismo, lo que en sus poemas se manifiesta en ese tono tedioso y dejado tan característico. Al contrario que sus canciones o sus artículos periodísticos, sus poemas rara vez dejan espacio al humor. No hay más que comparar los poemarios ‘Jardín de la memoria’ (1982) o ‘Diario de un náufrago’ (1988) con las famosas crónicas de Polonio, publicadas en ‘Andalán’ tras la transición, para saber de lo que hablamos. Y sin embargo, a pesar de ese permanente fondo de escepticismo, en su poesía, como en el resto de su obra, jamás renunció a la esperanza ni a la reivindicación.


Consecuente consigo mismo, en Labordeta se produjo un temprano paso del yo al nosotros, del poeta que recrea un yo intimista en ‘Sucede el pensamiento’ (1959) al poeta que se pregunta por el ser humano y sus deseos de justicia y libertad, temas que desarrolló con intensidad incisiva en poemarios como ‘Las sonatas’ (1965) o ‘Método de lectura’ (1980). Es por ello que la poesía de Labordeta oscila siempre entre el tedio y la esperanza, la tristeza y la exaltación, la denuncia y el desapego. Esa forma de ver y reflejar la realidad no es ajena a la época que le tocó vivir y a las circunstancias familiares que acompañaron sus años de niñez y juventud. La poesía de Labordeta no podría entenderse sin la terrible experiencia que supuso para él, como para tantos otros españoles, la guerra civil, sobre la que nos dejó poemas estremecedores, como ‘Belchite’ (“El árbol se levanta sobre la tapia hundida./El viejo campanario –la paloma que había/huyó bajo la guerra- está desierto:/todo es sombra”), si bien su principal fuente de creación fue la niñez y juventud de postguerra, que reflejó en poemas como ‘Acuérdate’ (“Nunca/fuimos realmente niños/en mitad del dolor amargo/de las guerras”) o ‘Cuando niños’ (“…el largo invierno muerto/y la ausente y sin fin/perdida primavera”).


Y sin embargo, a pesar de la dureza de la postguerra, la nostalgia y la añoranza invaden su poesía de principio a fin, y una y otra vez vuelve sobre la infancia para reivindicarla a pesar de toda su aspereza: “amada mía infancia destruida” leemos en ‘Tribulatorio’ (1973); y en ‘Diario de un náufrago’ (1988), “Nunca vuelven/los infinitos/días/de la infancia…”. Los últimos versos de ‘Como un ardiente niño’, en ‘Poemas y canciones’ (1976), lo expresan con rotundidad: “Nada como entonces/a pesar de todo”.


Solidario con este sentimiento, el amor adolescente aparece también como motivo frecuente en su poesía; es el caso de ‘Érase una vez’, poema incluido en Tribulatorio (1973): ‘Éramos tan amor/tan ojos vivos tan esperanza/que la dolida mezcla del otoño/nunca llegaba hasta nosotros’. Este ambivalente sentimiento del poeta ante a su niñez se enmarca siempre en el espacio físico y simbólico de su ciudad, Zaragoza, que constituye otro de los grandes temas de su poesía. La poesía de Labordeta está impregnada del sabor de la ciudad, de sus plazas y calles, de sus gentes, de sus iglesias y tiendas, del Ebro omnipresente, de sus frías tardes de domingo, del otoño y el viento, elementos de los que se sirve para retratar una ciudad de sobria belleza. Y más allá de Zaragoza, Aragón.


La presencia de Aragón constituye la nota que mejor define su poesía. Numerosos poemas hacen referencia a su geografía –‘Belchite’, ‘Javalambre’, ‘Canfranc’, ‘Teruel’, ‘Cantavieja’, ‘Todos los santos de Albarracín’…-, y la temática de Aragón es omnipresente en poemarios como ‘Cantar y callar’ (1971), ‘Treinta y cinco veces uno’ (1972) o ‘Monegros’ (1994).


La áspera postguerra, la añorada niñez, la libertad y la solidaridad, Zaragoza como espacio físico y simbólico y, sobre todo, Aragón constituyen los grandes temas que nutren de contenido la poesía de José Antonio Labordeta Subías.


En su poema ‘Llaneza’ escribe Borges que “lo que tal vez nos dará el Cielo no son admiraciones ni victorias sino sencillamente ser admitidos como parte de una Realidad innegable, como las piedras y los árboles”. No cabe la menor duda de que nuestra tierra ya es para siempre el rincón de Labordeta en el Cielo de Borges.