José Luis Melero, escritor y bibliófilo: "¿Cómo ir a La Habana y no visitar la casa de Lezama o de Hemingway?"

Crítico de HERALDO, presenta esta tarde, a las 20.00 en la librería Los Portadores de Sueños, en Zaragoza, una nueva edición de sus memorias, ‘Leer para contarlo’ (Xordica, 2015)

¿Quién le contagió la pasión por los libros?

Nadie. Comencé a leer desde niño y hasta ahora. Una vez, una señora, amiga de mi madre, Pilar Rivas, le dijo a la que iba a ser mi suegra, a modo de informe: "Es muy buen chico, pero un poco raro: está siempre leyendo".


¿En qué momento decidió convertirse en bibliófilo?

Desde que, poco después de cumplir los 20 años, descubrí el universo de los libros viejos. Observé que muchas veces las ediciones antiguas costaban menos que las modernas cuando las comprabas en los rastros y las almonedas, y que había montones de libros y de escritores sin reeditar y sin recuperar. Sigo leyendo las novedades, pero la labor detectivesca de descubrir viejos libros y viejos escritores olvidados tiene un enorme atractivo.


¿Qué diferencia hay entre un lector feliz y un bibliófilo?

Para mí son la misma cosa, pues solo entiendo la bibliofilia como una pasión por los libros y la lectura. Por lo tanto, el buen bibliófilo es un lector feliz.


¿Qué quiso decir en ‘Leer para contarlo’ y qué ha añadido 12 años después, en Xordica?

Quise contar buena parte de mi vida dedicada a buscar libros raros y curiosos, a leerlos y a comentarlos. Y hablar de muchos libreros y de muchos bibliófilos, de autores desconocidos u olvidados y de mi pasión por la letra pequeña de los manuales y por las literaturas periféricas y suburbiales. En esta edición he añadido nuevos datos y nuevas anécdotas, aunque en lo sustancial el libro es el mismo que se editó hace ya 12 años. Procuro ser entretenido y poco solemne. Y reírme siempre que puedo de mí mismo y de mi absurda bibliomanía


¿Cuántos tipos de bibliófilo hay?

Hay bibliófilos para todo. El librero catalán Josep Porter escribió en ‘Los libros’ sobre las especialidades bibliofílicas que conocía y superaban las 2.500. Hay compradores compulsivos que lo compran todo y hay compradores coleccionistas que solo compran una clase determinada de libros.


¿Algunos ejemplos?

Los hay que solo compran Quijotes como Neruda, o libros de un autor concreto (Monterroso compró primeras ediciones de Joyce, Vallejo o Eliot), o solo de una colección (crisolines, Aguilares en piel). Pedro Salinas coleccionaba tratados de urbanidad y Walter Benjamin buscaba libros escritos por dementes y cuentos de hadas para niños...


¿Qué relación hay entre bibliofilia y mitomanía?

En mi caso, ese perfil es, desde luego, muy acusado. Me gustan las dedicatorias autógrafas, los libros que han pertenecido a escritores importantes y que llevan ex libris u otros signos de propiedad… Visito las casas de los escritores y los cementerios donde yacen. ¿Cómo ir a La Habana y no visitar la casa de Lezama o de Hemingway, y cómo ir a París y no llevar flores a la tumba de Cortázar en Montparnasse?


¿Cuál o cuáles son las dedicatorias que más valora?

Tengo muchas que me gustan. Pero me quedaría con una de Neruda en el ‘Canto general’, con la de Dámaso Alonso en ‘Hijos de la ira’ y con las de Borges, Bioy Casares, Cirlot y Machado.


¿Cuál es el libro que más ha buscado y que al fin ha encontrado?

‘Vida de Pedro Saputo’, de Braulio Foz. La primera edición, de 1844. Me costó más de 30 años.