El París del Rey Sol

Se pública en España ‘El fantasma de Monsieur Scarron’ de Janet Lewis, novela histórica ambientada en un París de época.

Portada de 'El fantasma de Monsieur Scarron'.
El París del Rey Sol
Reino de Redonda.

Janet Lewis pertenece a la generación parisina de Hemingway, pero en su caso, ‘El fantasma de Monsieur Scarron’ (Reino de Redonda. Traducción de Antonio Iriarte), el París que le fascina es la ciudad todavía medieval del barroco, el siglo del Rey Sol, de Pascal y Racine. De hecho, la gran sorpresa de esta novela histórica es la habilidad de la autora para meterse en la piel del Rey Sol. Para salir airoso de ese reto es menester saberse de carrerilla las ‘Memorias’ de Saint-Simon, el gran cronista del mundo de Versalles, que también lo fue del Madrid de Felipe V, durante su embajada en España. Janet Lewis nos muestra el enjambre de París desde un modesto taller de encuadernación, con una delectación por el detalle digna de los bodegones de Chardin, como si el gran mundo de Versalles, tuviese una réplica microscópica en el pequeño mundo de Jean Larcher. Vemos las barcazas del Sena, el mundo tabernario de Villon y Rabelais, pero quizá también con una óptica o perspectiva anacrónica, un París libertino e impresionista de Boucher y Renoir, como si a la postre, toda novela histórica resultase utópica. Hay otros pasados pero están en éste. Incluso la relevancia que lo erótico adquiere en esta novela, no procede de Sade o Laclos, sino acaso de Flaubert o Maupassant, verdaderos linces en lo que podríamos llamar el empirismo carnal. La novela discurre con gran agilidad narrativa, y nos deja pasmados, que una norteamericana se mueva con tal garbo por el París de Racine y Moliere. Y no me refiero a su destreza documental o costumbrista, sino a su porosidad y afinidad pasmosa con ese mundo. Baste un ejemplo, el puente de los sacamuelas. Para captar y reflejar esa pululación urbana hace falta un talento novelesco poco común. En realidad, se trata de un don único, la capacidad para brujulear por las tripas o, si se prefiere, por el espinazo de cada personaje concreto de la historia. El abate Têtu, carne y uña con Madame de Sevigné, se nos describe con tal lujo de detalles, que uno piensa en seres reales, digamos, un André Gide.


La novela nos atrapa también por su género de pesquisa policiaca barroca. La Reynie es el comisario versallesco del Rey Sol, el sabueso que indaga la autoría de un folleto clandestino sobre el monarca libertino y sus concubinas reales. Pensamos por un momento en otro comisario del Chatelet, Le Floch, un siglo posterior, creado por Parot. Pero la novela de Janet Lewis se publica en 1959 y Le Floch casi medio siglo más tarde. No obstante, todo este mundo evocado en la estupenda novela resulta de un humor casi surrealista. Racine convertido en cortesano de Versalles, casi como Velázquez lo fue en el Alcázar de Madrid. El propio Newton tenía en Cambridge la tarea de aliviar bacinillas u orinales de los colegiales patricios. La historia europea está llena de detalles de este cariz. Hay algo de caos controlado en esta singular obra, como una gran zarabanda orquestada por Lully o Rameau.


"Venus entera a su zángano acoplada", este verso de la Fedra de Racine, lo mismo puede aludir a la Maintenon y Luis XIV que a la pobre Marianne y a su gigolo Paul Damas, como si Lewis, se deleitara jugando con París como un puzzle de microcosmos comparados. En todo caso, la novela es una pura delicia, tanto por la amenidad de su prosa, como por la pintura o recreación de un París barroco casi de novela negra, insólito en la literatura francesa.