La poesía infinita de Ida Vitale

Una mirada a la vida, la obra y los éxodos de la escritora, que acaba de recibir el Premio Reina Sofía.

Víctor Meneses
La poesía infinita de Ida Vitale

Ida Vitalees una reconocida poeta, crítica literaria y traductora. Su obra de creación está marcada por una inteligencia atenta a la observación y a la sensible percepción de la temporalidad, ajena a las certezas y dueña de una ironía demistificadora. Lucidez que es casi sabiduría, precisión, "esencialidad", deliberada ocultación de elementos biográficos, marcan una poesía cada vez más depurada y austera. Desconfiando de certezas y definiciones, prefiere crear problemas y disentir, señalar resquicios por donde sustraerse a lo que se le impone. Pese a este tono reflexico y severamente autocrítico, su poesía rezuma un contenido lirismo que no renuncia a las dimensiones del sueño.


Por su parte Ida Vitale, como lo hace Amanda Berenguer en otro plano, pone también al servicio de la creación poética una vasta cultura y un sentido "cosmopolita" de la intertextualidad. La propia itinerancia de su vida ha contribuido a afianzar esta vocación manifiesta desde su temprana juventud. Ida Vitale fundó con otros estudiantes —entre los que se contaban Idea Vilariño, Ángel Rama y José Pedro Díaz— la revista cultural ‘Clinamen’ (1947–1948). Entre sus profesores tuvo a José Bergamín, exiliado en Uruguay entre 1947 y 1954, magisterio que marcó a su generación —la del 45— y a su primera poesía. "Bergamín era generoso de su tiempo y ecléctico", ha reconocido Vitale, y gracias a sus recomendaciones leyó a Octavio Paz, María Zambrano y Juan Ramón Jiménez. Cuando éste último pasó por Montevideo en 1948 se llevó algunos de sus poemas y los incluyó en ‘Presentación de la poesía hispanoamericana joven’, antología realizada poco después en Buenos Aires donde figuran dos uruguayas: ella misma e Idea Vilariño.


En una imprenta artesanal, La Galatea, que José Pedro Díaz y su esposa, la poetisa Amanda Berenguer, instalan en el garaje de su casa en la que se reúnen algunos integrantes de su promoción, Ida publica su primer libro, ‘La luz de esta memoria’ (1949). En esta obra juvenil ya está presente el rigor culto y el estilo contenido que marcarán su poesía futura. Sin embargo, las sucesivas antologías enriquecidas con renovadas aperturas, se centran alrededor de los ‘Sueños de la constancia’ (1988), la que será una auténtica poética. Su avidez cultural abierta a todo tipo de influencias y contactos de la que el semanario ‘Marcha’ será emblemática expresión, guía su apertura y gusto por las lenguas extranjeras. "Conocer idiomas es abatir fronteras", se dirá a modo de lema, mientras asimila la poesía de Montale y de Mallarmé, pero también la agudeza de Pirandello, la percepción fenomenológica de Bachelard, el "desencantamiento" de E. M. Cioran, a quienes traducirá en años sucesivos con reconocida sensibilidad.


Unida al poeta Enrique Fierro desde 1964, Ida se radica en México en 1974 poco después del golpe de estado de Uruguay, 27 de junio 1973, integrándose con facilidad a esa cultura tan variada como expresiva, donde residirá hasta 1984, pero adonde regresa periódicamente desde entonces. Allí colabora en suplementos y revistas, especialmente en ‘Plural’ y ‘Vuelta’, bajo la dirección de Octavio Paz, traduce y construye un eje imaginario entre Montevideo, México y Estados Unidos. Sin embargo, más allá del exilio y las nostalgias recurrentes, Ida Vitale descubre en esos años que "las palabras son nómadas" y que "el primer trabajo del poeta es sacar a la palabra de su inmovilidad". Asume el viaje como actitud vital y cuando Enrique Fierro es nombrado profesor en la universidad de Texas (Austin) en 1990 comparte su tiempo entre Estados Unidos, Montevideo y México. En estos años su obra se aventura en la prosa poética — ‘Léxico de afinidades’ (1994), ‘Donde vuela el camaleón’ (1996), ‘De plantas y animales. Acercamientos literarios’ (2003)— y formas breves, entre el aforismo y el apólogo, la parábola y el propos. Gracias a ello, como sugiere Alfredo Fressia, "se renueva siempre frente al “espejo inagotable del inagotable mundo" (Fressia: 1996, 13).


Si los primeros libros de Vitale se caracterizan por la concisión, la síntesis y una línea reflexiva apoyada en un ejercicio formal riguroso, su discurso pretendidamente lógico, del que se han desterrado fáciles emociones, ha ido cediendo a una dimensión más rica y sugerente. Con los años, ha dejado de ser la principal censora de sí misma y liberado la palabra que se solaza ahora con las cabriolas del ingenio, en la guiñada cómplice al lector, en el fraccionamiento de la sintaxis que evita todo sentido directo, lo que podía ser el resultado de los silogismos de su primera época.


En esta nueva dimensión, puede preguntarse sin ambages: "¿Aceptas, cuando bajan del cielo / los anillos del tiempo / cómo estrechan tu infancia, tu piel o tus herbarios?".