De Dalí y Pablo Serrano

José Luis Lasala recuerda a sus maestros.

Un espectacular retrato de Salvador Dalí y Gala: una historia de amor y secretos.
De Dalí y Pablo Serrano
Cecil Beaton/Efe

La mañana estaba fresca y olía a mar, pero no era olor portuario el que llegaba a la Plaza del Angel en la puerta del Hotel Suizo de Vía Layetana de Barcelona. Habíamos llegado la noche anterior desde Zaragoza y todavía nos encontrábamos resacosos de la juerga nocturna del 16 de mayo de 1969. Ese indescriptible olor y la mañana luminosa y fresca invitaban a la Rambla de Las Flores para tener el primer detalle con Angelines, el primero desde la boda todavía encendidos de cariño mutuo aunque el incendio llevase prendido tiempo antes. A las Ramblas por Jaime I, Plaza de San Jaime y Calle Fernando (aun no eran Jaume, Generalitat y Ferrán ), era un suspiro desde nos encontrábamos y el ambiente callejero era estupendo para pasear sintiendo el latir del centro de la Ciudad a la que no había llegado todavía la invasión turística de hoy.


Llegamos al primer puesto de flores frente al Palacio de La Virreina y le pedí a la señora una rosa roja cuando Angelines se percata de que, desde la otra parte de la calzada lateral de paseo, empiezan a atraverarla tres personas: identificarlos y quedarme de piedra fue todo uno. Llegaban al puesto de flores Dalí, Gala y un joven alto, elegante y guapo. Fue ella la que reaccionó de inmediato buscando en el bolso algo que resultó ser un sobre con la dirección de una amiga en Ginebra y un bolígrafo que me extendió a mí para que yo siguiese: "Don Salvador, por favor, ¿un autógrafo?". Dalí creo que ni nos miró y el joven se precipitó en decir : "Don Salvador no firma autógrafos", mientras el maestro alargaba la mano y apoyándose en el bolso de Angelines y con la mano muy distante del papel definía un gesto que resultaría ser su firma. Los transeúntes se habían dado cuenta del acontecimiento y empezaros a rodearnos pidiendo el mismo favor.


Nosotros bajamos hacía el puerto y a la altura de Plaza Real nos dimos vuelta para irnos a Plaza de Cataluña, a la altura del puesto de flores el follón era mayúsculo y Don Salvador seguía firmando autógrafos.


El sobre firmado se conserva en casa dentro de un libro sobre Dalí y hace un mes, buscando algo, encontré una "caja de secretos" de mi mujer en la que hallé la factura del hotel Suizo correspondiente a la noche del 17 de mayo de l969 y una rosa reseca envuelta en ella de hace casi 46 años. Lloré durante un rato.


Evocación de Serrano


El profesor don Federico Torralba (Zaragoza, 1913-2012) había organizado una "excursión" a Madrid para visitar a dos próceres aragoneses que algunos jóvenes inquietos deberíamos conocer, le acompañábamos Antonio Fortún, Natalio Bayo, Alberto Sánchez, quizá Pascual Blanco y yo mismo, puede que me olvide de alguien y los "hitos" previstos eran don José Camón Aznar y don Pablo Serrano y la primera visita, la de don José Camón, fue corta y transcurrió sin incidentes. Ya por la tarde nos trasladamos al estudio de Pablo Serrano que me pareció impresionante: en plena Castellana, con una amplitud espectacular, todo ordenado y salpicado de piezas propias. Dominaba el espacio, con vistas a la avenida, una enorme librería con abundantes monografías de artistas, bueno, el desiderátum de estudio que cada uno de los jóvenes visitantes soñábamos, pero lo más impresionante era la propia figura de Pablo Serrano con aquella cabeza, como esculpida, que borraba el protagonismo de cualquiera que estuviese a su lado; Serrano acompañaba con sus maneras discretas y quedas y con su timbre de voz, algo agudo y suavísimo, plagado de acento quizá robado de sus estancias argentina y uruguaya.


Toda la conversación era amable y centrada en la opinión de Pablo, preocupado por la dificultad de los jóvenes artistas aragoneses para sobrevivir en un entorno sin mercado y hostil. Me pareció todo previsible, una conversación, (aunque nosotros ni hablábamos), sin lugar, sin consecuencias posteriores, hablar por no callar; yo me había ido cargando y rompí la atmósfera de respeto, eso sí, suavemente, sin levantar casi la voz: "Sí, sí, está bien hablar de los problemas de los artistas jóvenes aragoneses desde Madrid y con el riñón bien cubierto …". Fue una bomba inoportuna y a destiempo que provocó que don Federico y los acompañantes se levantaran de inmediato y dieran por finalizada la visita. La bronca en la calle fue impresionante y merecida.


A final de septiembre de 1975, nos dirigíamos con unos amigos en Zúrich al Kunsthaus y en la explanada de entrada presidida por la impresionante ‘Puerta del Paraíso’ de Rodin nos damos cuenta que nos vamos a cruzar con él, nosotros, digerida la sorpresa, intentamos pasar a su altura sin mirarlo y sin hablar para no delatar nuestra procedencia española cuando, de repente, nos mira, se para y , señalándome y dirigiéndose a mí me dice: "A ti te conozco, eres de Zaragoza. En aquella ocasión en Madrid, tenías razón". Me puse como un tomate y hablamos poco con él; nos comunicó que estaba invitado a una exposición sobre la comunicación en Ginebra y representando a España con algún artista más. Había ordenado retirar su obra en protesta por los últimos ajusticiamientos del franquismo el día 15 de aquel mismo mes.


Hace seis años, el director del montaje de la exposición de Ginebra me lo confirmó. No todos los artistas españoles invitados se atrevieron a hacerlo.