Las calles se llenan para escuchar los primeros redobles de las procesiones zaragozanas

El buen tiempo hizo que las plazas del Justicia y del Pilar lucieran repletas para acompañar a las 24 hermandades. La escritora Ángeles de Irisarri leyó a modo de pregón un evocador cuento sobre la infancia
de un cofrade.

La procesión, con representantes de todas las cofradías, poco antes de alcanzar la bandeja de la plaza del Pilar.
La procesión, con representantes de todas las cofradías, poco antes de alcanzar la bandeja de la plaza del Pilar.
Aránzazu Navarro

"Ya está todo en marcha", comentaban ayer dos cofrades poco antes de las seis en la plaza del Justicia. Aún ni siquiera había comenzado la procesión del pregón, pero "planchar los hábitos, saludar a los amigos y escuchar cómo se prepara el piquete de honor también forma parte del sentimiento especial que despierta la Semana Santa", comentaban. Las puertas de Santa Isabel estaban a punto de abrirse y los centenares de personas congregadas atendían a cada mínimo movimiento que se producía en la plaza: miradas, silencio, inevitables palos de ‘selfie’, el ahogado relinche los caballos de la Policía Local y algún que otro redoble de tambor que –ay– se escapa sin pretenderlo.


El de ayer fue el inicio soñado por todos los cofrades que llevaban días desgranando la cuenta atrás para el inicio de las procesiones. Una tarde propicia, sin cierzo y en la que se rozaron los 20 grados acompañó no solo a los guiones y hermanos de cetro, sino también a los muchos zaragozanos que se acercaron a ver la procesión por el Coso o la calle Alfonso donde no cabía un alfiler. Una vez en la plaza del Pilar, el propio arzobispo Vicente Jiménez percibió que el espacio se quedaba corto ante el numeroso público expectante y explicó que "la plaza se convierte en una prolongación de la basílica" antes de hacer la ofrenda de una canastilla de flores a la Virgen, que entregó el presidente de la Junta Coordinadora, Mariano Julve.Mantillas y estampas


El arzobispo hizo suyas unas palabras del papa Francisco (con este tipo de celebraciones "el pueblo de Dios se evangeliza constantemente a sí mismo en las calles") e invitó a los presentes a escuchar la voz de la Virgen "que nos ofrece palabras de perdón, fortaleza y esperanza con las que podemos llenar el corazón".


Ángel Rupérez, hermano mayor de la Llegada –cofradía que organizaba el pregón este año– presentó a la escritora Ángeles de Irisarri, que convirtió el tradicional discurso de apertura en un cuento muy evocador sobre la infancia de un cofrade zaragozano. El chaval, al que bautizó como Nacho (¿acaso inspirado en su sobrino, Nacho Parral?), recordaba a su madre y sus tías con mantilla, mientras echaban dos reales a la bandeja de las misas para conseguir estampas de santos. Habló Irisarri del crujido del entarimado de San Cayetano, de la misteriosa luz que acompaña a algunos pasos e hizo recordar al joven Nacho cómo con una caja de zapatos atada al cuello se construyó su primer tambor. ¡Incluso puso a jugar al chaval con muñecos de Lego vestidos con capirote y con cadenas de penitentes!


En su relato se desprendía "el cariño con el que los cofrades veteranos acogen a los nuevos hermanos" y se evidenciaba también "que es premisa del cristiano de ayudar a los demás". La escritora acabó asegurando que "Cristo bendice y agradece que se rememore su Pasión y Muerte" y felicitó a quienes llevan "milagrosamente 2.000 años representándolas". "No existe reino ni imperio, terrenal o imaginario, que haya durado tanto", concluyó.


Algunos de los muchos niños que había en la plaza escucharon los diez minutos del cuento sin cantearse, a pesar de los muchos reclamos que podían llamar su atención: tambores, carracas, matracas o el propio desfile multicolor entremezclados los hábitos de las cofradías. No eran pocos, además, los que acudieron con sus palmas recién compradas, que hoy podrán estrenar con los toques alegres de la procesión de La Entrada.