​La mirada científica del artista

L?a ciencia ha encontrado en el arte un aliado para transmitir sus avances a la sociedad. Científicos y artistas actuales mantienen un idilio que se remonta al Renacimiento.

La fotógrana Annie Leibovitz inmortalizó a Eileen Collins, primera mujer piloto y comandan-te de un transbordador espacial en la obra 'Eileen Collins' (1999).
?La mirada científica del artista
Annie Leibovitz. Cortesía de NASA Art Program

Esta emoción que transmite el arte también llega a la neurociencia. "Si lo pensamos bien, el trabajo de un pintor no es muy diferente al de un neurocientífico", compara Luis Miguel Martínez Otero, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante (Universidad Miguel Hernández-CSIC).


Él intenta comprender cómo el cerebro interpreta visualmente el Universo, a partir del reflejo en dos dimensiones que este proyecta sobre las retinas. Con esa proyección, y utilizando reglas que todavía no se conocen bien, el ser humano es capaz de reconstruir una imagen subjetiva del entorno que le rodea. El pintor, por su parte, trata de generar en un soporte bidimensional, un lienzo, sus impresiones sobre el mundo, utilizando sus propias reglas. Y aquí está el paralelismo.


"El cerebro parte de una imagen plana para generar una impresión subjetiva del mundo, y el pintor (el cerebro del pintor) termina representando en una imagen plana su impresión subjetiva del mundo", equipara el investigador. "No sería extraño que las reglas funcionales del cerebro y la lógica creativa de los pintores fuesen esencialmente las mismas", sugiere.


A pesar de estas similitudes, el arte nunca podrá ser considerado como una ciencia, puesto que no sigue el método científico, ni tampoco persigue los mismos objetivos. "La ciencia puede ser usada como materia prima del arte –se puede escribir un poema a una supernova–, mientras que el arte no puede ser usado como materia prima de la ciencia, que solo tiene acceso a la observación de la naturaleza y al contraste entre teoría y experimentación", explica el físico y escritor Juan José Gómez Cadenas, profesor de investigación del CSIC y director del experimento Next en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc.


En este noviazgo entre disciplinas, la figura del genial Leonardo da Vinci (siglos XV-XVI), maestro de ambas, se convierte en una especie de Cupido. "En aquella época, los grandes sabios lo eran en las artes y las ciencias. Hoy en día se tiende a la especialización", comenta Marta Macho-Stadler, matemática de la Universidad del País Vasco.


Leonardos del siglo XXI


La filosofía de Leonardo –según Martínez Otero– la han seguido otros muchos personajes como Salvador Dalí, que integraba en sus obras los nuevos descubrimientos científicos. "A día de hoy sigue habiendo muchos Leonardos tendiendo puentes", mantiene.


Opiniones aparte, es un hecho que arte y ciencia son manifestaciones de la cultura humana, diferentes aproximaciones para interpretar la realidad. Ambas avanzan planteándose preguntas y se necesitan para explorar juntas la belleza que nos rodea.


Gómez Cadenas lo resume de la siguiente manera: "La percepción de la naturaleza y del ser humano precisa de ambas ópticas. Para entender un agujero negro o una estrella de neutrones en todas sus dimensiones, necesitamos verlos con los ojos de la ciencia y del arte, que nos llevan a interpretaciones complementarias y a apreciar diversos ángulos de esa misma belleza".


Testigos de la historia de Estados Unidos


Consciente de la emoción que despierta el cosmos, en 1962, James Webb, máximo responsable de la NASA, puso en marcha el Programa de Arte de la agencia espacial estadounidense.


"Un registro artístico del programa de exploración espacial de esta nación será valioso para las futuras generaciones y podrá ser una contribución importante en la historia del arte americana", señaló Webb.


Como consecuencia de los ajustes presupuestarios en la NASA, el proyecto, a día de hoy, está parado. "Ya no comisariamos artistas. Detuvimos el programa hace años por falta de fondos", confirma a Sinc Bert Ulrich, su responsable desde los años noventa.


Con 800 dólares de presupuesto en sus inicios, la iniciativa reunió a destacados artistas internacionales, que se convirtieron en los primeros ciudadanos en poder acceder a las instalaciones y laboratorios de la agencia, incluyendo las plataformas de lanzamiento y la posibilidad de hablar de tú a tú con científicos y astronautas. A cambio de una pequeña compensación económica, la NASA les pedía que donaran a la agencia al menos una pieza artística que generaran de la experiencia. "Tenían total libertad para crear sus obras de arte. La NASA no iba a marcarles ningún estilo, como ocurrió con el realismo socialista de la Unión Soviética", subraya Ulrich.


Dentro de este programa, la conocida fotógrafa Annie Leibovitz (premio Príncipe de Asturias) inmortalizó en 1999 a Eileen Collins, la primera mujer piloto y comandante de un transbordador espacial. La cara oculta de la Luna fue menos desconocida gracias a una recreación que Robert T. McCall pintó en 1969 y el escritor Ray Bradbury escribió una oda a los viajes espaciales. En total, alrededor de 200 artistas compusieron unas 3.000 obras, de las que se seleccionaron 50 para la exposición ‘NASA-Arte: 50 años de exploración’, organizada por el Smithsonian Institution Traveling Exhibition Service.


Probablemente lo más emotivo de la muestra fuera un crespón negro con forma de estrella, como homenaje a los siete astronautas fallecidos en el accidente del Columbia (2003), que la artista Chakaia Booker elaboró a partir de caucho y piezas de neumático de otro transbordador. En recuerdo del trágico suceso, la cantante Patti Labelle interpretó ‘Way Up There’, nominada al Grammy.