Las tarjetas de la vergüenza
Los consejeros de Caja Madrid dilapidaron 15,5 millones entre 2003 y 2012 en comidas, viajes, copas y caprichos personales como ropa interior femenina. Solo han devuelto 474.000. Sin embargo, la factura que les está pasando no es pequeña: han perdido la honorabilidad.
El caso de Rodrigo Rato es paradigmático. Este pasado jueves abandonaba su domicilio detenido por fraude fiscal, blanqueo y alzamiento de bienes en una de las imágenes más demoledoras de la historia de la democracia española. Horas después era puesto en libertad, tras acompañar a los agentes al registro de su domicilio y su despacho profesional. En su casa le esperaban decenas de personas al grito de "ladrón" y "chorizo". De lo más alto a lo más bajo. La investigación, cargada de interrogantes, promete.
Se había labrado un expediente envidiable como ministro de Economía en la era de José María Aznar, estuvo a un paso de convertirse en presidente del país y ocupó el flamante cargo de responsable del Fondo Monetario Internacional. Pero el caso Bankia y la pieza separada de las tarjetas lo han degradado a villano. Se gastó casi 100.000 euros con su Visa oro. Una buena parte, en copas y clubes nocturnos. También hizo 17 retiradas en efectivo por importe de 1.000 euros cada vez. Ha devuelto la parte de Bankia, 54.837,12 euros (apenas un tercio de lo que despilfarró).
Es el menos discreto de todos los imputados, aunque últimamente "se cuida un poco más". Ha viajado varias veces a Suiza; de hecho, hace unos días unos pasajeros de un vuelo de Easyjet le increparon con frases como "alguien ha robado" y "en este avión va un ladrón". Y sigue pendiente de la fecha para el arbitraje de consumo que tiene en Gijón, de donde procede su familia, por unos cojines. El político ha denunciado al comercio donde los dejó para repararlos por haberlos perdido. En realidad, fueron donados a Cáritas pasados "seis meses" en los que nadie los reclamó.
En la ciudad asturiana, Rato tiene una casa propia en el barrio de Cabueñes. Ahora está a la venta. La última vez que se le vio por allí fue en Navidad con sus tres hijos, fruto de su primer matrimonio. Mantiene una buena relación con ellos, aunque, mientras se aclara la tormenta judicial, una de las chicas oculta su apellido en las redes sociales para evitar el linchamiento. Sus hijos creen en el padre que, pese a su lapidación pública, tiene arrojo para ofrecer una conferencia en el Proyecto Integral San Vicente de Paúl, institución privada dirigida por las Hijas de la Caridad.
El arrogante tío Micky es ahora un jubilado que no protesta ni cuando los preferentistas zarandean su vehículo. Eso sí, un pensionista con 2.432,89 euros al mes, casi el máximo establecido por la ley (2.554,49), pero alejado del dineral que ingresaba antes y con el que regaba de regalos a su segunda mujer, Gema Gámez, de 41 años.
En los últimos tiempos se ha deshecho de parte de su patrimonio inmobiliario, como su villa del barrio madrileño de Conde de Orgaz y el dúplex en las inmediaciones del estadio Santiago Bernabéu. Su chalé en la urbanización La Florida, de 2,1 millones, es parte del aval para pagar la fianza de 15 millones que le impuso el juez Andreu. Su hija, Cus, sigue confiando en su inocencia.
"No lo estamos pasando bien", admiten algunos exconsejeros de la entidad. Los últimos meses están siendo difíciles para ellos. Acostumbrados a ser recibidos con honores de príncipes de las finanzas, ahora se esconden para evitar la polémica.
De los 79 consejeros señalados por el magistrado, apenas unos pocos han devuelto el dinero gastado. De hecho, de los 15,5 millones de euros quemados exactamente, solo han vuelto a la hucha 474.000. Los que ya están limpios son Arturo Fernández, Francisco Javier López Madrid (propuesto por la patronal madrileña), Luis Blasco Bosqued (miembro de la junta directiva del Real Madrid), Jorge Rábago (PP) y Miguel Corsini (que dejó Mutua Madrileña).