La última villa de Sagasta

Rodeada de altos edificios, la antigua clínica del doctor Ricardo Lozano cumple entre andamios 110 años. Es una de las últimas villas que recuerdan la elegante Zaragoza de 1900.

La última villa de Sagasta
La última villa de Sagasta

El paseo de Sagasta nació en la Zaragoza de 1900, fruto del "deseo burgués de establecer áreas diferenciadas socialmente dentro de la ciudad", como resume el historiador Valeriano Bozal en su ‘Historia del arte de España’. Un paseo escogido por la burguesía zaragozana como residencia excepcional o negocio redondo. A la izquierda, bloques de viviendas de alquiler y de plantas ‘principales’ donde residían los propietarios; a la derecha, hotelitos y chalés modernistas. En la hacinada Zaragoza de principios del XX, asfixiada entre puertas y murallas, los nuevos ensanches como el de Sagasta ofrecían un ambiente higiénico, seguro y lujoso, y las nuevas construcciones reflejaron ese espíritu. Más que modernista, el paseo de Sagasta se convirtió en un conjunto ecléctico, con la Casa Ochoa (número 11), diseñada por José de Yarza Echenique; la Casa Retuerta (número 13) y la Corsini (número 19), de Juan Francisco Gómez Pulido; la de Luis de la Figuera (número 10) y de Antonio Palacios (número 37). Pero destacaba ya entonces en el paseo una pequeña mansión señorial, de fachada blanca y jardín frontal, que servía de sanatorio y vivienda para el afamado doctor Ricardo Lozano Monzón. "Fue proyectada en 1903 por el arquitecto zaragozano Félix Navarro, autor de edificios como el Mercado Central, la Escuela de Artes y Oficios o el monumento al Justicia del paseo de la Independencia. Es la única villa que queda en el paseo de Sagasta, la otra es el colegio mayor de la Anunciata. En estos 110 años se han perdido las villas de los Escoriaza, los Suárez, los Faci...", enumera el arquitecto José María Pérez Latorre, un apasionado de las formas urbanas y autor de edificios emblemáticos como el museo Pablo Serrano, el Auditorio de Zaragoza o el museo del Foro romano de la plaza del Pilar. "Este tipo de clínicas privadas era habitual en aquella época, tenían un aire de hotelito particular donde pasar cortas estancias, y en Zaragoza había otras, como el desaparecido sanatorio del doctor Horno o la construcción que aún alberga la clínica El Pilar".


Las nuevas construcciones de principios del XX destacan por una pérdida del estilo señorial del XIX "y la entrada de nuevos materiales como el hierro. En la clínica del doctor Lozano, Félix Navarro hace un edificio ecléctico con elementos muy diferentes –indica Pérez Latorre–. Es un arquitecto que trabaja con las cuestiones, que se pregunta qué usos se dará al edificio, y plasma las respuestas con columnas de fundición, forjados decorados por símbolos... Se ve en el Mercado Central, donde Navarro sustituyó los capiteles clásicos de las columnas por formas de cestas, peces... Y en esta clínica se pregunta por sus usos y responde con un edificio de amplias y numerosas ventanas, obedeciendo así al estilo higienista de la época, que valoraba el sol, la luz y la ventilación. En la reja destaca la presencia de flores de opio, esencial en la prevención del dolor".


Un difícil fin de siglo


Tras abrir sus puertas, el sanatorio se convirtió en referente de la ciudad. Todas las noticias de sucesos publicadas en HERALDO terminaban con la coletilla de "y fue ingresado en la clínica del doctor Lozano". En ella vivía la familia, en un ala diferente a la de los quirófanos (añadidos una década después por el también arquitecto Manuel del Busto) y las habitaciones. Mantuvo su actividad hasta 1977. Ya en desuso, el antiguo sanatorio ha vivido un difícil fin de siglo XX, con proyectos fallidos de cesión y reutilización. El paseo de Sagasta también se ha transformado, sobre todo en los sesenta cuando la nueva Ley de Propiedad Horizontal permitió desgajar el precio de un solar y crear la figura del propietario de apartamento o piso. Así, se derrumbaron casi todas las villas del lado derecho, aunque el sanatorio ha logrado llegar a nuestros días. Se ofreció a la Confederación Hidrográfica del Ebro como sede de actos, idea que no prosperó. En 2009 fue catalogado Bien del Patrimonio Cultural aragonés, justo antes de verse inmerso en la polémica tras conocerse la intención de construir un bloque de ocho plantas (que luego se ampliarían a 12) en el jardín privado. Protestas vecinales llevaron el proyecto a los tribunales y en 2013 el TSJA anuló el estudio de detalle por incumplimiento de separación de linderos o otros inmuebles. Tras recurrir el Ayuntamiento, la sentencia está en el Supremo. "Los actuales arreglos aseguran la continuidad del edificio –concluye el arquitecto Pérez Latorre–. Yel interior está en perfecto estado. Es un edificio muy singular que nos acompañará aún muchos años".