Versos contra la desolación

MAnuel VIlas publica el poemario ‘El hundimiento’, premio Generación del 27.

Manuel Vilas insiste en el rock y rinde un homenaja, con ironía, a su madre recién fallecida.
Versos contra la desolación
José Miguel Marco

Desde hace unos años, Manuel Vilas (Barbastro, 1962) se ha convertido en uno de los poetas imprescindibles de su generación, nombre de referencia de la poesía actual en España, voz de indudable atractivo para las promociones más jóvenes. No cabe duda de que ha renovado como pocos el discurso poético vigente o de que ha logrado una manera, un tono inconfundibles, a los que imprime nuevas modulaciones en cada uno de sus títulos. A Vilas le gusta denominar con contundencia sus poemarios: ‘El cielo’ (2000), ‘Resurrección’ (2005), ‘Calor’ (2008), ‘Amor’ (2010), ‘Gran Vilas’ (2012), son algunos ejemplos recientes, varios de ellos, como el que presentamos, distinguidos con premios de relevancia. Ha publicado, además, hasta la fecha cinco novelas, un libro de relatos y varios ensayos. Poco añadimos, por lo tanto, si decimos que parece volcarse en la escritura con inusitada pasión, impelido por una necesidad perentoria de ordenar la realidad, de encajar mejor las piezas dislocadas de la vida.


Hay en su poesía un gigantesco afán confesional que llamará la atención del lector no muy iniciado en sus obras, una intensidad lírica que se compensa, no obstante, con buenas dosis de ironía y de ficción en la construcción del sujeto poético que habla, que no es exactamente el propio Manuel Vilas. El poeta traslada a sus textos una determinada concepción de sí mismo que no aspira a la descripción exacta de la realidad, sino a componer un héroe literario, un personaje que extrema o amplía sus propias circunstancias y vicisitudes.


‘El hundimiento’ ofrece de muy diferentes modos escenas presididas por la sordidez, la nostalgia o un claro deseo de aniquilación; habla de seres queridos ya desaparecidos que se han instalado como fantasmas en nuestra mente. Pero se percibe al mismo tiempo el afán de paliar los efectos devastadores del paso del tiempo mediante la sublimación de lo cotidiano a través de la literatura o la música: "Oh, dejadme entrar en la hermosa cofradía:/Francis Scott Fitzgerald, Dylan Thomas, (…)/ Dejadme beber con vosotros hasta el fin del mundo". Como también se venera y cultiva en el libro el halo épico de Elvis Presley, de los Who o de Lou Reed: "Llorad, hermanos, se ha ido el mejor de los hombres/ el artista más grande de mi tiempo", escribe de él Manuel Vilas.


Posiblemente la vertiente más renovadora de la poesía de Vilas procede de su profundo conocimiento de los grandes del rock. A menudo parece componer sus poemas instalado más en la tradición de grandes canciones que en la de los clásicos de la literatura, que también conoce en profundidad por su condición de profesor y ensayista.


Literatura y música vienen, pues, a imprimir un cierto orden, una mínima redención al caos de los días. Con alguna frecuencia, Vilas otorga además a sus textos un tono solemne de salmo bíblico que contrasta con lo crudo y descarnado de sus sentencias poéticas. Tampoco sería la misma su poesía sin el humor corrosivo que se cuela por casi todos los resquicios. Incluso el que es tal vez el poema de mayor elevación lírica del libro, el que Vilas dedica a la reciente muerte de su madre, incorpora rasgos críticos y desmitificadores: "Ah, se me olvidaba: podías haber dejado algo/ para pagar tu entierro,/ no sabes lo mal que me va y lo pobre que soy (…)".


Para Manuel Vilas el humor es, en efecto, una humilde pero imprescindible arma contra la "desolación de la quimera", por acudir a la expresión de su admirado Luis Cernuda. Con ello, es capaz de encajar en alto grado dos conceptos tradicionalmente mal avenidos: humor y poesía.