La proyección en el espacio del trazo

El Palacio de Sástago acoge una ambiciosa muestra, donde el dibujo es el prólogo a la escultura.

Arlequín', 1923, de Gris
La proyección en el espacio del trazo
José Miguel Marco

El escritor Manuel Vicent encabezaba una de sus columnas en El País: "La escultura propiamente dicha es el aire que desplaza la materia trabajada por el artista". Una materia que primero ha sido trazada en el papel para después dimensionarse en el espacio. Sobre esta premisa gira la exposición ‘Dibujar el espacio. De Picasso a Plensa’.


El dibujo es el prólogo de la escultura. Las formas expresadas en el papel constituyen el basamento para la creación. La muestra recoge la enlazada concordancia entre la obra en papel y la escultura. En algunas ocasiones constituyen una continuidad temática mientras que en otras funcionan de manera independiente. Ambos aspectos se complementan y permiten profundizar en disciplinas que los artistas trabajan de manera concomitante. Dos modos de ejecutar una misma expresión plástica.


La exposición está organizada, con buen criterio por la comisaria Dolores Durán, desde un concepto historicista, que permite realizar un recorrido desde las vanguardias históricas, con los artistas más sobresalientes, hasta la renovación de los años 80 donde la escultura se convierte en protagonista. Cronológicamente la obra más antigua pertenece a Antonio Gaudí (Reus 1852-Barcelona, 1926) que funciona a modo de prefacio por su capacidad imaginativa para el volumen.


A su lado Julio González (Barcelona, 1876 - Arcueil, Francia, 1942) que sintetiza la investigación de nuevas posibilidades estilísticas. La importancia de los años 1920 y 1930 se condensa en la irrupción de tendencias innovadoras como el cubismo o el surrealismo. El ámbito que delimita este último istmo tiene una peculiaridad relevante ya que las obras giran en torno al tema femenino. Desde el erotismo de Salvador Dalí (Figueres, 1904 - Púbol, 1989), la sublimación de Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca,1983) a la relevancia de los dibujos a tinta y acuarela de las mujeres sin rostro de Alberto Sánchez (Toledo, 1895 – Moscú, 1962). Muy interesante es la confrontación entre Pablo Picasso (Málaga,1881-Mougins, Francia- 1973) y Joaquín Torres García (Montevideo, 1874 -1949). El cubismo y el arte constructivo.


En Europa después de 1945 se produce una reconstrucción intelectual. En España nace la Academia Breve de Crítica de Arte al cobijo de la Galería Biosca, con el Salón de los once y sus exposiciones antológicas, que mantienen la llama del arte moderno. Aparecen grupos como ‘Dau al Set’ o ‘Altamira’ y en la década de los 50 se produce una explosión artística, mayoritariamente abstracta, marcada por las estancias de los artistas en París que a su vuelta intentan instaurar la modernidad en España. No podían faltar nombres como Antoni Tapies (Barcelona, 1923- 2012) y su ‘Recipiente con libro’ (1987). De especial interés es la conjunción visual de las obras entre el teórico de la desocupación del espacio, Jorge Oteiza (Orio, 1908- San Sebastián, 2003) y Pablo Palazuelo ( Madrid, 1915 - 2007). En los años 60 reclaman su lugar nuevos lenguajes con un marcado componente político y la irrupción de una nueva figuración. Uno de los artistas clave será Eduardo Arroyo ( Madrid, 1937) con su irónica traducción de iconos pop como su ‘Mesa + Tío Pepe’ de 1973. Sin olvidar la realidad que circunda lo cotidiano de Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936).


Los años 80 traen nuevos comportamientos estilísticos y la primacía de la escultura. Se produce una sintonización con los "nuevos salvajes" europeos, como es el caso de Miquel Barceló (Felanich, Mallorca, 1957) o el neoexpresionismo de la obra de Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957). A partir de la segunda mitad surge una corriente más conceptual con nombres como Eva Lootz (Viena, 1940) o Susana Solano (Barcelona, 1946). Especial atención merece la articulación de obras en la zona central de patio. Las obras del zaragozano Víctor Mira como el bronce ‘La mujer caracol’ de 1984 dialoga perfectamente con la ‘Cabeza de pájaro’ de Jaume Plensa (Barcelona, 1955), fechada un año más tarde. Ambos ligados a una escenografía personal.