Gil Novales, escritor de fondo

Una mirada a la obra, la estética y la prosa del Premio de las Letras Aragonesas de 2008.

El narrador, dramaturgo y traductor altoaragonés.
Gil Novales, escritor de fondo
Pedro Etura/Heraldo

Hace unos meses, Prensas Universitarias de Zaragoza y el Instituto de Estudios Altoaragoneses reeditaban ‘Voz de muchas aguas’, la primera novela de Ramón Gil Novales (Huesca, 1928), publicada en 1970 por Seix Barral en su gran colección Nueva Narrativa Hispánica. Poco antes, en 1966, el autor había estrenado su primera pieza teatral, ‘La hoya’, y en 1969, ‘Guadaña al resucitado’, que ha sido sin duda su obra más conocida y llevada a la escena, tanto que durante la década de los setenta se convirtió en verdadero emblema del teatro crítico y de denuncia del momento.


Desde entonces y hasta la fecha, ha publicado más de una decena de obras teatrales, tres novelas, cuatro colecciones de cuentos, y ha sido además traductor y guionista para televisión. En 2008, poco después de que saliera su tercera novela, ‘Mientras caen las hojas’, fue reconocido con el Premio de las Letras Aragonesas. En sus libros se percibe, claro está, una evolución acorde con los gustos de su tiempo pero sobre todo una decidida fidelidad a una determinada idea de la literatura, en buena parte generacional: la escritura como procedimiento exigente de indagación, como ejercicio de pensamiento que adquiere su pleno sentido al diseccionar los flancos más frágiles de la condición humana -el paso del tiempo, la enfermedad y la muerte, la difícil plenitud del amor, el azar y el destino, la ingratitud, la soledad, la guerra, etc.- Así se entiende que no sea un escritor de grandes tiradas, sino un autor de fondo, de calado, de lectores fieles que se acercan a sus obras con él ánimo de compartir la misma perplejidad ante la vida, atraídos además por una prosa lúcida, deslumbrante a menudo, una de las más ricas de su promoción literaria, la del medio siglo, que se caracterizó entre otras cosas por la muy cuidada elaboración de sus textos.


Por esas circunstancias complejas y un tanto imprevisibles que siempre rodean a una obra literaria, ‘Voz de muchas aguas’ ha sido una novela con escasa fortuna de crítica y público. Fue recibida en su momento con entusiasmo en ‘Ínsula’ y en alguna otra revista importante de la época, pero pronto dejó de ser nombrada y al poco de aparecer era ya un libro raro, difícil de localizar, tanto que ni siquiera se incluía en los fondos de la Biblioteca Nacional de Madrid.


Tal vez el hecho de que fuera una de las últimas apuestas de Carlos Barral antes de salir de Seix Barral para fundar Barral Editores o tal vez el que la novela cuente con un lector cómplice, avezado, con quien el autor comparte guiños culturales y literarios, ha hecho que se trate de un título mencionado como modelo o referencia pero poco conocido.


José-Carlos Mainer lo señalaba ya hace unos años: "no suele ser citada entre las narraciones sobre las consecuencias de la guerra civil, siendo una de las más ambiciosas y complejas, ni siquiera María Elena Bravo la mencionó entre las huellas de la lectura de Faulkner en España, cuando es una de las más solventes".


‘Voz de muchas aguas’ es, en efecto, una de las aportaciones más señeras a un tiempo de profunda renovación literaria. Rafael Conte, conocedor de primera mano de aquel periodo, ya como crítico literario de referencia, escribía que fue hacia 1970 cuando "de verdad la novela española empezó a cambiar, aunque estos cambios reales se frustrarían poco después, justo a la muerte del General Franco y al principio de la transición democrática".


El conocimiento detenido y sedimentado de Faulkner, de Joyce, de Virginia Woolf, así como la irrupción sorprendente y luminosa de la narrativa hispanoamericana provocaron que los novelistas españoles trataran de situarse sin excusa a la altura de los tiempos. También la renovación iniciada antes por ‘Tiempo de silencio’ (1962) de Luis Martín-Santos abría nuevos caminos que no podían ser ignorados.


En una época de grandes retos, en un momento, pues, de definitiva ampliación del panorama literario al final de de la dictadura, Ramón Gil Novales comparecía con una novela de primera magnitud, acorde con su contexto intelectual pero fiel a la vez a su mundo personal, a su idioma, el castellano aprendido en el Altoaragón.


La lectura hoy de ‘Voz de muchas aguas’ incorpora además otro ingrediente nada despreciable: percibir lo que la obra tiene de testimonio de un tiempo reciente y poco hospitalario, los años del franquismo en una ciudad de provincias donde concurren en apretado abrazo la moral oficial y la soterrada, los ideales de la victoria junto a pasiones ocultas y prohibidas. Se trata de una novela coral donde la muerte de Jaime Lizana, uno de los prohombres de la ciudad, desencadena una suerte de examen de conciencia colectivo. Así se entera el lector de que ese hombre respetado y carismático, antiguo alcalde de la ciudad, ex presidente de la Diputación Provincial, eventual combatiente en la guerra, que había conservado durante décadas su capacidad para atar y desatar cabos personales o colectivos, se revela frágil y desamparado ante la mujer que siempre ha amado, con quien no acierta a establecer una relación plena y duradera. Se trata, en definitiva, de una obra de difícil catalogación, porque ‘Voz de muchas aguas’ tiene componentes de crítica social, de relato experimental, de atinada indagación psicológica. Es una gran excusa, en cualquier caso, para adentrarse en nuestro pasado reciente a través de la buena literatura.