Locura y desacierto

Un gris Zaragoza pierde un partido clave que fue ganando 1-2 al poco de empezar

La expulsión de Pedro en el minuto 13 desmoronó al equipo

El 3-2 final llegó en un penalti discutible

Locura y desacierto
Locura y desacierto

Jugar 80 minutos con un hombre menos es un lastre que pocos equipos del mundo pueden sustentar hasta salir airosos de semejante trance. Mucho más si, como le sucede al actual Real Zaragoza, anda justo de argumentos futbolísticos para atrincherarse atrás durante tanto tiempo para sellar un marcador favorable. Y, muchísimo más si, como sucedió ayer en Mallorca, hay un árbitro nefasto que redondea su catastrófica actuación con un penalti discutible que, al final, supuso el 3-2 definitivo.


Total que, en un día donde ganar era clave para sujetar la sexta plaza en la clasificación y recortar puntos a varios de los cinco predecesores, el equipo zaragocista se estrelló en su propia impotencia, en sus intrínsecas carencias defensivas y, otra vez más, en los perjuicios graves y en momentos cruciales del choque que le generó el madrileño Lesma López, otro del ramillete de jueces peligrosos con un silbato en la boca de esta chusca Segunda División.


Solo 13 minutos duró el partido en paridad. Los que le costó al hipertenso Lesma expulsar increíblemente a Pedro. El extremo blanquillo había visto una prematura tarjeta amarilla en el minuto 7 por cortar una salida del balón en el área mallorquinista. Zancadilla, sí. Pero la primera del partido y a 80 metros del área aragonesa. Y Pedro se comió la segunda en ese minuto 13, en el centro del campo, en una acción sin ningún marchamo de jugada de peligro y en una acción donde el rival bermellón fue con picardía a tropezar con su pie.


Perniciosa fue la decisión de Lesma de dejar al Zaragoza capado para el resto del duelo, cuando acababa de voltear el gol inicial de los baleares y ganaba 1-2. Pero fue mucho más gravosa al considerar que, en la jugada que ocasionó el 1-1 con el penalti cometido por Joao Víctor sobre Borja Bastón, Lesma solo le mostró amarilla al portugués en una acción punible que, si se pita la pena máxima, ha de ir acompañada indefectiblemente de la roja directa a quien la comete. Borja estaba mano a mano ante Cabrero y fue un derribo por detrás en una manifiesta ocasión de gol abortada.


Así que, en ese minuto 13, más fatídico que nunca incluso para los no supersticiosos, el Real Zaragoza quedó castrado de forma fulminante y el 1-2 que acababa de lograr Eldin Hadzic –con la ayuda de Bigas y Cabrero en una carambola llena de buen fario– quedó en anécdota ante lo que iba a venir en los 80 minutos que tendría por delante este penoso partido.


La expulsión de Pedro fue el epílogo a un inicio loco, aberrante, de un encuentro entre dos equipos desequilibrados, descabezados con el balón en los pies, sin conceptos de contención nítidos, tal para cual sobre el césped.


Todo porque el Mallorca, que salió en tromba en el arranque del choque, pudo y debió ponerse con 2-0 a favor en solo 6 minutos. Para cuando Xisco marcó el 1-0, en un garrafal yerro de toda la defensa –Fernández por no cerrar su coladero y Mario y Vallejo por no cubrir de cabeza al ariete local–, ya se le había anulado un tanto a Truyols a la salida de un córner en el minuto 3 por un fuera de juego que no era. Esta es la parte en la que el Mallorca tiene su asidero para también bramar respecto de la discutible aptitud de Lesma López y sus asistentes.


El Zaragoza, al contrario que su adversario, había comparecido sobre la irregular hierba de Son Moix dormido, empanado, incomprensiblemente blando en todas las acciones. Por momentos, pareció un equipo infantil a manos de un grande de Europa.


Sin embargo, en ese periodo de locura general, de descontrol global de las pautas mínimas que exige el fútbol en categoría profesional, los zaragocistas fueron capaces de reaccionar de forma sobresaliente y, en dos minutos, le dieron la vuelta al tanteador para sorpresa de propios y extraños. El ya citado gol del empate, logrado por Bastón en un penalti cometido sobre él mismo tras un mano a mano largo que no concluyó en disparo y sí en una caída en el área pequeña antes de rematar, dio paso de inmediato a un disparo de Eldin desde la frontal que, tras golpear en un central, se le coló bajo el cuerpo al oscense Cabrero dejando muerta a la vacía grada de Son Moix.


Una vez reseñados estos detalles relevantes del guión, en ese estruendoso comienzo del envite, lo ocurrido obliga a iniciar el segundo acto en la injusta expulsión de Pedro. Los otros 80 minutos fueron de otro tenor. Otra novela diferente. Un libreto totalmente mediatizado por completo por esa dura decisión arbitral. El Zaragoza, que podía haberse venido arriba tras su vistosa reacción, quedó tocado en su línea de flotación. Se le fue a la ducha el hombre más desequilibrante del actual plantel. El que más huecos abre, el que más apoya en defensa a su lateral y a los pivotes. El que marca diferencias por sí mismo. Un drama.


Los diez que quedaron en el campo lo asumieron de mala gana. Nadie tomó el mando. Nadie supo tener el balón. Nadie pegó un grito ahí dentro para organizar al equipo con otras hechuras. El Mallorca, que no es nada del otro mundo, supo poco a poco encontrar superioridades, ganar las pelotas divididas y, por supuesto, empatar antes del descanso en el enésimo agujero por la derecha de la zaga zaragocista y la disfunción de los centrales y el portero en los balones colgados al área chica. El gol de central Bigas, a bocajarro, dejó a todo el mecanismo defensivo en evidencia.


Faltaba toda la segunda parte. Jugando así, solo un milagro podía dar opciones de puntuar a un Zaragoza muy malherido y sin confianza. Digamos que se olía la derrota a la legua. Como huelen los lobos a sus presas. Y solo 8 minutos le costó al Mallorca decantar el partido a su favor. Lesma, por supuesto, le echó la última mano. Viendo una de Mario, involuntaria tras un centro de Pereira a quemarropa, como penalti.


En adelante, el Mallorca perdonó una goleada porque Xisco falló lo infallable. Y el Zaragoza aún pudo empatar a su atorado rival si Insa no tira alto con todo a favor un regalo postrero de Cabrero. Pero no era el día. Otra vez.