El Zaragoza se arruina la vida

Abatido por su propia impotencia, el Zaragoza se cae de la promoción víctima de su nefasto rendimiento fuera de casa, el derrumbe defensivo del equipo y el deterioro de su plan de juego

Cabrera intenta interrumpir una incorporación de Xisco.
Cabrera intenta interrumpir una incorporación de Xisco.
miquel a. cañellas/última hora

Enseguida se observó que el Zaragoza lo tendría crudo para no perder este partido. Por un lado, intervino un árbitro capcioso, con todos los defectos de aquellos colegiados que persiguen un sombrío protagonismo: regalan y quitan, regalan y quitan... y así toda la tarde. Por otro, apareció un rival mejor activado, más intenso, más rápido, mejor sintonizado con el fútbol. Y por último, surgió un equipo, el aragonés, derruido, al que desde el minuto uno se le apreciaron fatigosas actitudes defensivas. Ni siquiera los fogonazos que produjeron los dos goles del Zaragoza desterraron esa sensación de completa inferioridad.


El Mallorca había marcado ya dos, uno anulado, y el otro después de una jugada que descubrió una de las grietas del Zaragoza: su defensa en los laterales, su incapacidad para frenar al rival en los costados y su torpeza en la protección de los centros cruzados. El Mallorca sacó oro de una acción mecánica: balón al delantero de espaldas, subida del lateral, apertura y centro. Funcionó como un martillo sobre la cabeza del Zaragoza.


Más allá de los argumentos profundos de la derrota del equipo aragonés, cabe centrarse en los síntomas generales. El plan de juego de Popovic se ha estancado. El equipo sufre un desmayo táctico: ha perdido sus rasgos creativos, la solidez de su armadura y se ha deteriorado su juego entre líneas, alejando el centro del campo de la delantera y la delantera del centro del campo. Varias de sus decisiones individuales sonaron en Mallorca desconcertantes después de la expulsión de Pedro: arrinconó a Ruiz de Galarreta en la derecha y tardó un verano en mover un equipo desgastado por la desventaja y al que se le había empinado el resultado. Cuando lo hizo, fue con la atrevida reconversión de Diego Rico en un falso delantero que partía de la izquierda. Los delanteros de verdad los guardó hasta el final. Salió Willian José cuando apenas quedaba algo por hacer.


Es evidente que en el desarrollo del partido la desmedida expulsión de Pedro actuó como una fuerza principal. Pero también lo es que el Zaragoza se ha parado. Ni presiona, ni recupera, ni se ordena, ni se defiende, ni ataca como hace un mes. Ha perdido las señas de identidad que se ganó entre enero y febrero. Esto ha provocado un declive sostenido que ha desalojado al Zaragoza de la zona de promoción después de su derrota en Mallorca y la victoria de la Ponferradina.


El Zaragoza está en una situación delicada. No ha aprovechado la oportunidad que le tendía el calendario para asegurarse entre los seis primeros. El equipo aragonés, lejos de mirar hacia arriba, está acabando este accesible tramo mirando hacia abajo. Se ha dejado diez puntos contra Sabadell, Alavés, Llagostera y Mallorca, clubes de la zona media y baja de la clasificación, arruinándose así una vida más próspera en lo que resta de temporada. Esta caída la ha acelerado su pobre rendimiento fuera de casa. Con Popovic, el Zaragoza solo ha sacado 6 puntos de 21 posibles fuera de La Romareda y ha encajado 16 goles en 7 partidos. Las Palmas le metió cinco, el Alavés le azotó con cuatro y el Mallorca lo derrumbó con tres.


El Zaragoza queda herido y al borde de la crisis deportiva. Suma cuatro jornadas sin ganar –una dinámica que, por ejemplo, arrasó a Víctor Muñoz–. Le quedan por delante todos los ilustres de la categoría (Sporting, Betis, Valladolid...) en un contexto peliagudo: estarán jugándose el ascenso directo. Y su fútbol ha palidecido. Pero, por otro lado, el Zaragoza sigue ahí. El futuro ni era tan dulce como se percibía después de ganar a Osasuna ni lo es ahora tan amargo. Es tiempo de moderación y reflexión dentro y fuera del equipo. El Zaragoza debe evitar quemarse en su propia hoguera.