Imagen de unión

Los que fueron suplentes en Anoeta salieron esta vez al rescate del Barça sin rencores.

Sin la confianza del desorientado Bartomeu, sin el apoyo del destituido Zubizarreta, enfrentado al caprichoso Messi y silbado por primera vez por la maltratada afición tres días antes, Luis Enrique fue capaz de imprimir por primera vez su sello al Barça. Intensidad, presión, actitud, concentración, carácter, velocidad. Para ganar 3-1 al Atlético, el equipo del mundo que mejor reúne esas virtudes, no sólo había que jugar bien y acertar en la definición. También era obligado igualarle, como mínimo, en solidaridad, sacrificio, esfuerzo y generosidad, precisamente algunas de las características que definían como jugador al hoy técnico azulgrana. Es sorprendente que en el momento de mayor crispación en el vestuario, con un presunto ultimátum al asturiano y una hipotética dimisión pugnando por decantar la balanza en las horas previas, el Barça jugara como un grupo unido, aplicado en cumplir con las órdenes de su entrenador. "El día que mis jugadores no me sigan al cien por cien, me iré", avisó en la previa. Luis Enrique puede estar tranquilo: hasta Messi le obedeció jugando los 90 minutos en la banda derecha y protagonizando un gran partido, con desequilibrio en los tres goles.


Todos pusieron de su parte para que se viera un gran Barça, distinto al de la excelencia en el juego de los últimos años, pero adaptado a la actual plantilla, con un tridente demoledor formado por Messi, Luis Suárez y Neymar, jugadores que necesitan espacios y vértigo. El primero en ceder fue el propio Luis Enrique, que se dejó de inventos y castigos tras el siniestro total de Anoeta. Alves, Piqué, Rakitic, Messi y Neymar, suplentes ante la Real Sociedad, salieron al rescate sin rencor contra el Atlético. Iniesta mostró su cara más combativa, que no está reñida con su genialidad habitual.


Los jugadores se conjuraron en lo anímico, pero también en lo táctico para respetar las instrucciones de su técnico: el Barça defendió como nunca a balón parado, molestó a Mandzukic en los balones aéreos que luego debía aprovechar Griezmann, fue al cuerpo a cuerpo si era necesario, no se dejó intimidar en las clásicas trifulcas de las que antes salía perdiendo. Y fue con fe a las segundas jugadas, eterna asignatura pendiente de la que salió victorioso por fin.


"Estamos todos juntos otra vez", afirmó Neymar, con un matiz ("otra vez") que confirma que no hace mucho no se podía hablar de esa comunión. "Hacía tiempo que no vivíamos un partido así, con tanta intensidad y todo el mundo entregado en lo mismo", inistió Iniesta, remarcando esa unión: "No ha habido reunión en el vestuario, a veces no hace falta hablar". Pero fueron Mascherano y Messi los que despotricaron contra los medios de comunicación como responsables de alimentar una crisis que ahora, de repente, no ha existido. "Todo lo que salió es mentira", resumió el primero, mientras que Leo, en declaraciones a Barça TV, se dejó ir: "Que no nos tiren mierda desde fuera porque no nos van a perjudicar".


Así las cosas, con el vestuario cerrado de forma hermética y todos haciendo piña, es de esperar que la calma se instale durante un tiempo en el Barça, aunque a un punto del Madrid (cuatro si gana su partido pendiente contra el Sevilla), el equipo azulgrana no puede seguir haciendo concesiones. Luis Enrique avisó que seguirá haciendo cambios constantes en sus alineaciones (la del domingo fue la alineación 27 distinta en 27 partidos oficiales) y cree que "el día que fallemos un resultado, volverá el ambiente de crisis". Ahora que la afición ya acepta un cambio hacia un juego más vertical, quizás sólo falte apostar por un bloque que permita a los jugadores ganar en confianza y autoestima.