Amor inesperado o los relojes de arena

David Trueba regresa a la narrativa con la historia de un arquitecto paisajista que viaja a Múnich.

Amor inesperado o los relojes de arena
Amor inesperado o los relojes de arena
Víctor Meneses

Algunas veces, en entrevistas o en la trastienda de las tertulias, David Trueba (Madrid, 1969) se ha definido como un joven viejo. Siempre le ha atraído el material más sensible de la existencia y ha sabido absorberlo con ternura y con humor, con ingenio y con una constante carga de profundidad que huye de la afectación o de la sensiblería. David Trueba es un ciudadano de muchos talentos: para la literatura, para la televisión, para el cine o para el periodismo; sus columnas en la sección de televisión de ‘El País’ son ejercicios de sensatez, de equilibrio en la mezcla y de venablo crítico, despojado de ira o de resentimiento. Posee mirada, intuye lo complejo y lo menudo, y sabe contarlo, y lo hace con elocuencia y conocimiento de los seres humanos en sus ficciones, aparecidas en Anagrama: ‘Abierto toda la noche’, una espléndida novela familiar, ‘Cuatro amigos’, un viaje en torno a la amistad y la camaradería, y ‘Saber perder’, su peculiar mirada al mundo del fútbol y de la psicología de algunos jugadores, del tipo Saviola o Aymar, pongamos por caso.


Su nuevo libro, ‘Blitz’ podría definirse como una novela de la crisis. De la crisis económica y del desconcierto social, de la crisis de identidad, tan insondable, y de la crisis de pareja. Dice el narrador y protagonista, el arquitecto Beto Sanz que acude a un congreso de Múnich con su novia y colaboradora Marta: "La crisis nos había acostumbrado a todos a una precariedad algo ridícula, en la que aceptábamos encargos bochornosos y salarios infrahumanos para sentirnos partícipes aún del sistema, para no descolgarnos hacia la mendicidad".


Reflexiona luego, tras la ruptura: "Marta es también la luz de mis días, la fuerza para sostenerme en actividad y pelear por los proyectos cuando ya nadie los solicitaba. Marta era la expresión de mi suerte y con ella al lado me sentía invencible y afortunado". Al amor, ya se sabe, lo decía Pedro Salinas, es en los adioses o en la resistencia a separarse cuando se le siente "desnudo, altísimo, temblando".


‘Blitz’ es también una novela de búsqueda y de un azaroso encuentro. Donde menos se espera, más allá de lo convencional o de cualquier prejuicio, salta la liebre. La liebre aquí es el amor disparejo y es, en cierto modo, un reencuentro con la dignidad y la autoestima. Lo ideal, sin duda, sería acercarse a esta novela sin saber nada de ella. La liebre aquí es ese fogonazo de claridad que ilumina y modula experiencias nuevas. La acción deriva hacia la perplejidad y un sinfín de reflexiones, acompasadas por metáforas e imágenes y situaciones que alcanzan una categoría simbólica, como los jardines zen, el reloj de arena o esas lágrimas que acosan una y otra vez al protagonista. Al fin y al cabo el amor es un estado de ánimo vulnerable. Dice Beto (o acaso David): "El amor es siempre infantil, ¿no? ¿Y qué? Seguro que la primera persona que cortó una flor y se la regaló a alguien se portó como un estúpido romántico. Para ser un romántico estúpido hay que ser valiente".


Beto Sanz es, de entrada, un tanto patético, tragicómico, alguien que se estrella en las piedras de la costa. Y quizá sea un fracasado que se engaña a sí mismo. Un náufrago en todos los sentidos, incluso el profesional. Se comporta como un cínico. Dice de su proyecto:"Mi propuesta era juguetona, casi frívola, más emocional que científica". Se flagela. O eso dice. A la vez es un perfecto valiente. Y de esto trata este libro: de un joven de treinta años que, sin muchas convicciones de partida, se atreve a dar un paso hacia adelante porque sospecha que ha hallado un tesoro, algo o alguien que le exige una prueba, un acto sincero, una afirmación. De ese envite, tan bellamente delineado con una escritura segura, vivaz y humorística, sale mejorado y renovado. Sale ennoblecido.


En los libros de David Trueba siempre suceden cosas. Y hay personajes muy trabajados, cómplices o antagonistas. En el grupo de los adversarios, por decirlo así, estaría Álex Ripollés, que sí seduce al jurado de Múnich con su propuesta; entre los cómplices, estarían Carlos, Anabel (esa lesbiana de la segunda parte de la novela, un mensuario, que seduce a muchachas jóvenes y luego las abandona con la indolencia y el cansancio de un hombre), las hermanas de Beto o Helga, la gran criatura femenina del libro, sin duda, una admirable, sólida y convincente creación literaria. Una mujer con biografía, con sensibilidad, con maletas repletas de plenitud y derrotas. Todo a la vez.


En ‘Blitz’ hay muchas otras cosas: la naturalidad con que aborda la existencia David Trueba, una visita a una exposición de Otto Dix y otra al estadio del Bayern de Múnich. Y está esa sabiduría contagiosa, que siempre anima a una sonrisa, del escritor acerca de la sociedad atribulada en que vivimos, de la vida en pareja y del sexo ("si tú no te haces pajas, ¿no?", le dijo un día Marta a Beto), del aprendizaje de la decepción. Es una novela infrecuente sobre las oportunidades que nos da una y otra vez el destino o la casualidad. Ya sea en un avión de vuelta a casa o en un paisaje de playa en Mallorca que nos perseguía y nos taladraba el corazón y no lo sabíamos del todo.


David Trueba ha escrito un libro personalísimo (hay dibujos, planos y fotos), a contracorriente, ameno e intenso, que se alimenta de coraje, de pasión por descubrir una y otra vez los pequeños secretos de la vida. Y en esa pugna halla el deslumbramiento. El fulgor de una verdad estremecida. El relámpago.