La Garrocha, medio bruja

"vieja comadrona y emplastera, un poco bruja, con la nariz ganchuda y los ojos de mochuelo"

En una novela de Baroja se puede encontrar casi de todo, él mismo lo dejó escrito en 1925: "Hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en formación, en fermentación; lo abarca todo: el libro filosófico, el libro psicológico, la aventura, la utopía, lo épico; todo absolutamente".


Sencillo, claro y ameno, don Pío obtuvo desde muy pronto un éxito rotundo. Sus escritos son un teatro de personajes, repleto de secundarios que entran en la escena y salen de ella. En las más de sesenta novelas que firmó, se podrían catalogar cientos y cientos de sujetos que asoman por entre la trama principal, siempre aportando algo.


La Garrocha es uno de esos secundarios de lujo. En ‘La venta de Mirambel’ (1931), se deja ver esta "vieja comadrona y emplastera, un poco bruja, con la nariz ganchuda y los ojos de mochuelo". La fabulación barojiana la sitúa allá en los finales del siglo XVIII, como comparsa de Francisco Montpesar, el famoso cura hechicero del Maestarzgo.


Bien relacionada en los pueblos del contorno, la Garrocha se encargó de encubrir partos no buscados y asistió a sospechosas reuniones nocturnas. Sabía componer "un licor especial que al beberlo trastornaba y dejaba como loco" y que propiciaba espejismos: "Entonces se veía al diablo, que entraba por las ventanas y tomaba la forma de un gato gigantesco. Luego venían otros demonios, que se convertían en mujeres hermosas...".


La cosa acabó mal y la Garrocha dio con sus huesos en la cárcel, donde se le aplicó un exorcismo. Alguien que la protegía intervino para que la soltaran, pero "... no faltó quien creyera que había escapado por la chimenea, montada en el palo de una escoba". Ya en libertad, la Garrocha "comenzó de nuevo a ejercer su profesión de comadrona en Teruel, y murió años más tarde, produciendo la risa de las compañeras de oficio que la asistían.


A la Garrocha se le metió en la cabeza que a los setenta años estaba de parto y mandaba preparar las ropas para el que tenía que nacer. Esta idea y un poco de aguardiente que tomaba, de cuando en cuando, le hicieron pasar al otro mundo con una perfecta alegría".


¿Existió alguna vez este personaje? Baroja trabajaba mucho sus novelas, cargadas de oralidad. Gustaba viajar a los lugares por los que iba a discurrir su caudal narrativo, prefería pisar el terreno antes de coger la pluma (tanto que hasta reprochó a Galdós que no lo hiciera). Don Pío, que hablaba con la gente y observaba los paisajes, tomó mil y una notas. La Garrocha es, al menos, una realidad literaria.


El alias de esta medio bruja pudo tomarlo Baroja de un topónimo cercano a Mirambel. Efectivamente, entre Villarluengo y Santolea discurre la sierra de la Garrocha, que también se ve escrito como Garrucha y que parece tener el mismo significado etimológico que la comarca gerundense de igual nombre: tierra áspera, lo que no le impide se bella, como podrá comprobar quien recorra las hoces que el Guadalope cincela por Ladruñán.


En fin, la semana que viene será el turno de Sotavientos.