exaltación de la masía

Un estudio de una periodista alemana y una fotógrafa holandesa resalta el valor patrimonial del hábitat disperso del Matarraña y sus posibilidades de futuro con la llegada de nuevos pobladores que introducen usos alternativos como el turismo.

El Mas de Colomé, antes y después de su rehabilitación.
exaltación de la masía
Monique Van Rossum

La periodista alemana Veronika Schmidt y la fotógrafa holandesa Monique Van Rossum han recogido durante dos años testimonios orales y fotográficos de las formas de vida del hábitat disperso del Matarraña para reivindicar el valor patrimonial de los cientos de masías de esta comarca turolense y también sus posibilidades de futuro de la mano de nuevos usos y pobladores. Su trabajo, que combina los aspectos antropológicos, culturales y sociológicos, recalca la necesidad de preservar estas casas de campo centenarias que estuvieron habitadas hasta mediados del siglo XX pero que actualmente están, en su gran mayoría, abandonadas. Las autoras, residentes también en masías, han entrevistado a antiguos masoveros y a neorrurales que han dado una segunda oportunidad a masadas que, de otro modo, estaban abocadas a la ruina.


El estudio contrasta el recuerdo de un estilo de vida definitivamente desaparecido tras el abandono de las masías en la segunda mitad del siglo XX con nuevas alternativas de aprovechamiento que, al menos, garantizan la preservación del patrimonio arquitectónico. En la mayor parte de los casos, los nuevos habitantes han llegado de grandes ciudades y, muchos de ellos, de otros países europeos en busca de un contacto directo con la tierra.


El estudio aborda las características generales de las masías y profundiza en las condiciones particulares de cada una de estas explotaciones a través de los testimonios de sus antiguos moradores. Los masoveros recuerdan episodios que marcaron su vida, como el maquis o la catastrófica helada del olivar en 1956.


Veronika Schimdt explica que al entrevistarse con los antiguos masoveros le sorprendió la nostalgia con la que hablaban de las masías, donde la vida era, aparentemente, mucho más dura e incómoda que en las poblaciones donde viven actualmente. Una antigua masovera, Josefina Roda, explica que su madre alumbró sin la ayuda de ningún médico, "a lo bruto", porque la masada estaba aislada en medio de una nevada. Cuando el facultativo llegó, no pudo hacer nada por restañar las heridas que causó el nacimiento. Antonio Anglés, del Mas de Chuchim, en Ráfales, resalta por su parte un recuerdo más festivo. En invierno sacrificaban "un cerdo que llegaba a pesar 200 kilos, con jamones de 20". Invitaban a los masoveros vecinos y estos devolvían la invitación. "Era la fiesta de invierno y todos estábamos contentos", relata.


La dureza del trabajo, la escasa rentabilidad económica y las mejores condiciones de vida que ofrecían pueblos y ciudades despoblaron las masías a partir de los años cuarenta del siglo XX. De las más de cien masadas que estuvieron habitadas en Valderrobres –la cabecera comarcal– en las primeras décadas del siglo XX, solo media docena están ocupadas actualmente.


A pesar de las dificultades que desembocaron en el abandono de las masías, los masoveros recuerdan con añoranza aquella forma de vida. "Son gente equilibrada a la que le gusta recordar el pasado", dice Veronika Schmidt. "La mayoría –continúa– agradecen que alguien escuche sus historias, porque los jóvenes no les dedican atención". Schmidt dice que "trabajar mucho" tenía como contrapartida "disfrutar mucho más de las fiestas y los banquetes".


Los antiguos masoveros, ahora vecinos de los pueblos más cercanos, recuerdan el duro trabajo cotidiano, igual para hombres que para mujeres. A los trabajos del campo –todos manuales en una época aún sin mecanizar– había que sumar las interminables tareas domésticas, que recaían sobre los hombros de las mujeres. El cuidado de la casa incluía amasar y cocer el pan, alimentar a los animales del corral, acarrear agua y coser la ropa; una auténtica "odisea", según una masovera.


Para ir a la escuela, los niños se desplazaban a pie a los pueblos más próximos. Antonio Anglés explica que tenía que madrugar cada día para ir al colegio de La Portellada. En invierno, salía de clase media hora antes que el resto de sus compañeros para llegar a su hogar antes de que anocheciera. "Desde la masía –cuenta– no bajaba nadie a buscarme".


Veronika Schmidt tiene la impresión de que el patrimonio material de las masías, algunas de ellas levantadas en la Edad Media, no se aprecia en su justa medida. "Muchos propietarios no valoran estos testimonios históricos y dejan que se vayan cayendo", dice.


Una de las vías para salvar los edificios es a través de los nuevos pobladores llegados desde la gran ciudad y del extranjero. Veronika y Monique son dos ejemplos de este fenómeno. La primera ha vivido durante décadas en el Mas del Chusco, de Ráfales, y la segunda, en el Mas de les Tapies, en Valderrobres. A juicio de Veronika, sus casos no son un exotismo sino que los neorrurales "han venido para quedarse".


Uno de los nuevos moradores, Xavier Pons, advierte de que los grandes edificios destartalados en que han degenerado la mayoría de las masías exigen grandes inversiones para volver a ser habitables y todavía mayores si el objetivo es destinarlos al emergente turismo rural. "Si alguien quiere comprarse una finca así, que tenga mucha financiación porque solo arreglar los tejados vale una fortuna", apunta.


El maquis


Los testimonios de los masoveros atribuyen un papel decisivo en la despoblación al periodo del maquis en los años cuarenta del siglo XX, cuando, por orden gubernamental y para restar apoyos a la guerrilla, se vaciaron estas fincas y se obligó a la población a vivir en los pueblos. Varios informadores recuerdan episodios de aquellos momentos difíciles. Antonio Anglés explica que, tras sufrir una extorsión de los guerrilleros, una madrugada vio con impotencia como ardían en la era 54 garbas de cereal recién cosechado con unas llamas que eran "más altas que la masía". Una vez apagado el fuego, encontraron una botella de gasolina y cerca de lugar folletos de propaganda antifranquista. Es uno de los doce testimonios recogidos en el libro ‘Masías del Matarraña. Un pasado que tiene futuro’, de Veronika Schmidt y Monique Van Rossum, que obtuvo un segundo premio en el concurso de literatura rural convocado por la Librería Serret de Valderrobres.