El táper, el tiempo y el ordenador

Una de cada tres bajas laborales es por estrés. Tomarse la vida con más tranquilidad genera sosiego y activa la creatividad, como predica el Movimiento Slow.

Para Ángel Gracia, alcalde de Rubielos de Mora (Teruel), o Manolo Gorriz, propietario del hotel Los Leones, ubicado en un edificio del siglo XVII, o para cualquiera de los casi 700 habitantes de este municipio de Gúdar-Javalambre, fue una sorpresa hace unos años saber que su filosofía de vida era un movimiento internacional; que lo que ofrece Manuel en su restaurante son productos de la tierra con todo el tiempo del mundo para saborearlos. Porque desde hace años definen cada día eso que se llama Movimiento Slow (caracol, en inglés), una forma de vivir que, aunque pueda parecer ingenua, anima a desterrar las prisas en un momento complicado en el que una de cada cuatro bajas laborales se producen por estrés. Una invitación a una vida más tranquila, muy tentadora pero algo difícil de aplicar en tiempos difíciles.


Hay quien piensa que las prisas, el agobio, el hacer tres cosas a la vez, es un signo del siglo XXI que arrastramos del XX y que hay que vivir así, porque así es la vida. Que nos hemos convertido en una continua competición por ser los que más trabajamos, los que más alto llegamos, los que más deporte hacemos, los que mejor nos conservamos, los más... a costa de la calidad de todo eso que hacemos. Ángel Gracia, el alcalde de Rubielos de Mora, lo tuvo claro hace años y logró que la localidad formara parte de las Ciudades Slow (lentas), una red internacional con 186 localidades en 28 países y que sigue acumulando peticiones que llegan de todo el mundo para ingresar en el circuito, y a la que en España solo pertenecen seis municipios: Begur y Pals, en Gerona; Bigastro (Alicante), Rubielos de Mora (Teruel) y Lekeitio y Mungia, en Vizcaya. Para todos ellos, ir despacio significa mucho más.


Las Ciudades Slow no son algo aislado, forman parte de todo un movimiento internacional que pretende darnos herramientas para que nuestra existencia no sea una sucesión de escenarios encadenados desprovistos de emociones y siempre pensando en que uno no llega o que es imprescindible. Surgió en 1986 por la actitud del periodista Carlo Petrini contra un establecimiento de comida rápida en la plaza de España de Roma, la misma de ‘La Dolce Vita’ de Fellini, la que concentra a miles de turistas, la que atrae a jóvenes de todo el mundo sentados tranquilamente en sus escalinatas. Petrini se reveló y entendió que aquello era un peligroso ataque a la saludable alimentación de la dieta mediterránea; vio de forma visionaria los peligros que se cernían sobre nuestros hábitos alimentarios y fundó el Slow Food, o cómo proteger los alimentos autóctonos, siempre en un régimen sostenible. Y disfrutar en la mesa de ellos, tomarse su tiempo para saborearlos y para saborear también la compañía. Pero el movimiento se extendió a otros ámbitos como la salud, el trabajo, la educación, el ocio el sexo... y miles de personas se sumaron a él.


Trabajar para vivir


Los lentos, que no perezosos, trabajan para vivir y no al contrario y hacen suyo un dicho africano que dice que "todos los hombres blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo". Carl Honoré, autor del libro ‘Elogio de la lentitud’, uno de sus teóricos que promueve el ritmo sosegado en las actividades más cotidianas, entiende que una vida rápida"es una vida superficial" porque la lentitud nada tiene que ver con la ineficacia sino con el equilibrio. Y a esto se apuntaron ciudades de todo el mundo que buscaban vivir bien y de manera sostenible. Así de simple. Cuando se unió a la red, Ángel Gracia insistía en que ya vivían así, aunque tuvieron que cumplir por lo menos con el 50% de los 71 criterios de calidad establecidos, que abarcan políticas agrícolas, turísticas, infraestructuras y políticas sociales, entre otros, manteniendo siempre el desarrollo sostenible; y cada cinco años, son evaluados para garantizar que los parámetros slow se respetan.


La cosa parece fácil, pero es complicada en un momento en el que nos da por correr sin sentido, como si no hubiera un mañana. Porque parece que hay que ser (reitero) el primero en todo y el que más, también en todo. Pasar muchas horas en el centro de trabajo, como si fuera sinónimo de eficacia y efectividad; como si estar permanentemente presentes nos convirtiera en irreemplazables. Comer, incluso, ante el ordenador, cuando sienta rematadamente mal y además engorda porque se tira mucho de comida rápida y genera estrés, porque no se para nada, ni se mastica como se debe y lo hacemos con bebidas de máquina... Y no se estimula el pensamiento (se tienen menos ideas) porque no se descansa, se es, entonces, menos productivo. Así que hacemos un pan como unas tortas. Pero, si tiene que hacerlo, coja su táper y váyase a otra mesa sin ordenador o allá donde su empresa tenga un hueco para descansar.


Y, después de esto, piense, reflexione y pierda un par de minutos en ello mientras se toma un café, una infusión, un agua..., hablando relajadamente con su compañero de taza o mirando, sin más, a las musarañas.