El nuevo arzobispo de Zaragoza llama a la "regeneración moral" para salir de la crisis

Vicente Jiménez Zamora se despidió ayer de la Diócesis de Santander y el domingo tomará posesión en el Pilar.

Vicente Jiménez Zamora se preparaba ayer para su misa de despedida en Santander.
El nuevo arzobispo de Zaragoza llama a la "regeneración moral" para salir de la crisis
Javier Cotera/Diario Montañés

Una botella de agua del Ebro, del río que nace en Cantabria y viaja a Zaragoza. Un símbolo de lo que deja atrás y el nuevo destino. Este ‘nexo’ entre pasado y futuro fue uno de los obsequios que ayer recibió en su despedida Monseñor Vicente Jiménez Zamora, el obispo número diecisiete del Episcopologio santanderiense desde el año 1754 y el próximo arzobispo de Zaragoza. Lo será en sustitución de Manuel Ureña Pastor. Y su toma de posesión se producirá el domingo en la basílica del Pilar. Pero ayer tocaba decir adiós a los fieles en otro templo.


La catedral de Santander se llenó ayer para despedir a Jiménez Zamora. Lleno a reventar. Él habló de "cierta pena" y de agradecimientos, pero también lanzó mensajes. En forma de necesidad "de una regeneración moral en medio de la grave crisis" y también de alabanza a la labor del sacerdote. "Porque aún con nuestras limitaciones y pecados, hacemos mucho bien a la Iglesia y a la sociedad". Hizo eso y, sobre todo, se despidió. De todos y uno a uno. Tanto, que repartió saludos durante casi dos horas a una cola tan larga que será difícil de olvidar. "Por favor, no nos olvide". Justo eso fue lo que le dijeron.


La misa es la ceremonia de los católicos, pero la de ayer se regodeó en ese aspecto ceremonial de cada gesto.

En la procesión con hasta 130 sacerdotes, diáconos y seminaristas, en la forma de portar las velas encendidas, de levantar la Biblia, de lavarse las manos antes de la eucaristía... "Que el señor le ilumine para que siga siendo como es", dijo el vicario general, Manuel Herrero, antes de que Jiménez Zamora oficiara. Le definió como "sabio, humilde y castellano" y el obispo se sintió cómodo en esas palabras.


"Por mi culpa, por mi culpa...". Golpes en el pecho para empezar el rito. Una monja leyó la primera lectura y un diácono la Palabra de Dios, centrada en San José. El personaje bíblico fue el enganche para la homilía del obispo, para la alabanza al hombre discreto.


Habló del nuevo destino "en esta etapa final de mi vida", de la necesidad de "trabajar juntos para lograr lo mejor para Cantabria" y apostó por "el sentido de la autoestima y superación y no la patética del lamento y la crítica destructiva". Recordó a sus compañeros, a los seminaristas de Corbán, a los laicos y tuvo unas palabras "para los que no tienen trabajo y no pueden vivir con dignidad de personas".


"Y me permito –dijo– haceros unas recomendaciones finales". De entrada, para la acogida a "otro hermano obispo", "con el mismo cariño y calor con el que me acogisteis a mí". Y, finalmente, para lanzar guiños con la forma de San Emeterio y San Celedonio –patrones de Santander– o esa Bien Aparecida que recibió en forma de regalo poco después. "Las aguas del río Ebro, que nace en Fontibre, cerca de Reinosa, van bajando desde Cantabria hasta Zaragoza y besan el santo Pilar. En Zaragoza tenéis un amigo y vuestra casa abierta". Origen y destino, otra vez, unidos por las aguas. Justo las que había en la botella que le regalaron.