La hoja mayor de la literatura

J. G. González Sainz publica un libro que es un prodigio de estilo.

González Sainz en Los Portadores, el pasado septiembre.
La hoja mayor de la literatura
Asier Alcorta

A José Ángel González Sainz se le conoce por haber sido el editor de la revista de pensamiento ‘Archipiélago’ y el traductor de Claudio Magris, pero sobre todo se dio a conocer como novelista al obtener el Premio Herralde en 1995 con ‘Un mundo exasperado’, aunque acaso entregó su obra mejor unos años después con ‘Volver al mundo’ (2003). El conjunto de su obra la ha granjeado un reconocimiento si no extenso en lectores, sí entre los más exigentes. Su prosa es valorada como una de las más obsesionadas por la perfección.


El sonido de las hojas de los árboles con el aire es el motivo que articula todo este libro de relatos. Es un motivo recurrente que unifica y dota de sentido a estos siete cuentos: qué dicen las palabras (hojas) encadenadas en frases que aspiran a desentrañar una realidad muchas veces inefable, inaprensible (el viento que mueve las hojas).


El libro comienza con una narración, ‘Unos pasos aún delante del umbral’, en la que este lector quiere reconocer a un niño que se acerca al puesto de helados del parque de una ciudad castellana (¿la Dehesa de Cervantes soriana?) y cree oír ecos de la música interior del escritor centroeuropeo Thomas Bernhard. Lo que no es extraño por cuanto el autor, nacido en Soria y viviendo aún entre Trieste y Venecia, en cuya universidad enseña literatura, parece identificarse con un quehacer inspirado antes en las formas expresivas y en los meandros del pensamiento centroeuropeos que en la imaginación barroca de un sur genérico. Y, por el contrario, la narración que cierra el libro, relata los últimos días en la vida de un adulto jubilado. Un paralelismo bien patente, el del niño, que inquiere y duda constantemente ante la elección de su golosina, pero siempre seguro de sus gustos, con el del jubilado, de inequívocas certidumbres clasificadas por él mismo en "un debe y un haber" en los que todo encaja, que, sin embargo, escamotea el secreto innombrable de su vida.


El conjunto obedece a un plan evidente, como el haz y el envés de la hoja mecida por el viento. Así, otros dos cuentos, desde el principio descifrados, pero sin pérdida de intensidad, discurren en paralelo: el que dibuja una ilusión vana, un espejismo, ‘Durante el breve momento que se tarda en pasar’, y otro con el que el autor recrea un tema universal, el del fugaz tránsito en esta vida y su sentido, ‘La ligereza del peciolo’. Pero mientras en este cuento González Sainz tensa a la perfección la materia narrativa, deduciendo este lector ecos del cavafiano poema ‘Ítaca’, no siente igual intensidad en aquél, teñido de una ligereza y humor no conseguida con la plenitud que ilumina el conjunto.


"Siempre está lo inexpresable/ en su pugna con la palabra/ ofrecida inútilmente,/ rumor de ola insistiendo/ en la orilla", canta el poeta antequerano Muñoz Rojas (‘Entre otros olvidos’). Así es la pugna del narrador soriano, que pule y pule el lenguaje de sus historias, nimias anécdotas en lugares inconcretos que trascienden lo particular y lo local. Aunque paradójicamente uno de los más brillantes cuentos de este exquisito libro de relatos discurra en el ‘Café Comercial’, ubicado en la madrileña Glorieta de Bilbao, alrededor del que se teje la urdimbre de la vida, como una inquieta puerta giratoria, que se hilvana en torno a un grupo de habituales funcionarios acaso del viejo y cercano Servicio (como Delibes denomina al Servicio Nacional del Trigo, en la magistral ‘Las ratas’) y a un mundo que muere y renace incesante, ‘La línea de la nuca’.


Y puestos ante el genuino escritor de lo castellano, convengamos que la escritura de González Sainz cabe que esté en los antípodas de la de don Miguel, en temas y estilo, y sin embargo no hay duda de que aun siendo como el haz y el envés de la hoja del árbol, sí serán las suyas dos caras, aunque opuestas, de la hoja del libro mayor de la literatura.