La sombra de Hearst sigue siendo alargada

Un imperio basado en los medios de comunicación que ha sobrevivido a guerras, crisis y terremotos. Su nombre es sinónimo de aludir a una estirpe casada con la influencia a todos los niveles, el bienestar económico y una posición aristocrática en la sociedad.

Sede central de Hearst Corporation en Manhattan.
La sombra de Hearst sigue siendo alargada
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Hearst. Seis letras que constituyen uno de los apellidos más legendarios y relacionados con el poder. Pronunciarlo es sinónimo de aludir a una estirpe casada con la influencia a todos los niveles, el bienestar económico y una posición aristocrática en la sociedad. Un imperio basado en los medios de comunicación que ha sobrevivido a guerras, crisis y terremotos. Su vigor no se ha detenido en el nuevo milenio. Sin ir más lejos, esta misma semana se ha hecho público que Hearst Corporation se hará con el control del 80 por ciento de la agencia de calificación de riesgos británica Fitch Ratings, tras anunciar un acuerdo para comprar a la firma Fimalac otro 30 por ciento de su participación en esa empresa por 2.000 millones de dólares (1.640 millones de euros).


"Creemos que la clasificación de crédito, la información financiera y los servicios de gestión de riesgo que ofrece Fitch a la comunidad financiera mundial son clave en la economía", dijo al anunciar el acuerdo el consejero delegado de Hearst, Steven Swartz. El grupo mediático de Nueva York, que controlaba hasta ahora el 50 por ciento de la agencia de clasificación de riesgo británica, espera concluir la operación en el primer trimestre del próximo año.


No se trata de un movimiento anecdótico ni casual. Nadie puede olvidar las consecuencias que generan los cambios de calificación que dicta Fitch.


Esta adquisición aumenta la presencia y el radio de acción de un entramado empresarial que posee en la actualidad 15 periódicos diarios y 34 semanales, entre los que figuran ‘Houston Chronicle’, ‘San Francisco Chronicle’ o ‘San Antonio Express-News’, y cientos de revistas como ‘Cosmopolitan’ o ‘Elle’.


Además, cuenta con 29 cadenas de televisión, redes de cable y participaciones en otros negocios, que van desde los servicios por internet y de mercadotecnia hasta la producción televisiva pasando por la electrónica o las farmacéuticas.


El origen de este emporio se halla en John Hearst, un ciudadano británico con sangre irlandesa y escocesa, que en 1766 emigró a Estados Unidos en busca de un panorama más próspero. Se instaló en el sur de California. La decisión resultó un acierto rotundo. Finalizaron las penurias y se abrió una nueva era.


John Hearst fue el tatarabuelo del célebre William Randolph Hearst, el más decisivo actor y contribuyente en el ascenso de la familia. Un personaje admirado y temido, inspirador de uno de los mayores clásicos de la historia del cine, ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles. Hijo de un acaudalado ingeniero que se había enriquecido con las minas de oro, se concentró en el mundo del periodismo por casualidad. En 1880 su padre había recibido el ‘San Francisco Examiner’ como pago de una deuda de juego. Siete años después, su ambicioso vástago tomó las riendas del negocio.


Accedió al cargo imbuido de unos aires de renovación y de revolución que dinamitaron convenciones y que se revelaron extraordinariamente exitosos. Tiró de chequera para dotar a su diario de la tecnología más avanzada.

Una política expansiva que también incluyó el reclutamiento de prestigiosísimas firmas, como Mark Twain, Jack London, Ambrose Bierce o el dibujante Homer Davenport. Otra de las señas de identidad de Hearst fue su apuesta por la denuncia sin cuartel de la corrupción local teñida de cierto amarillismo, algo que llegó a enfrentarle con su propia familia.


Conquistado el mercado de San Francisco, se lanzó al neoyorquino, con la adquisición del renqueante ‘New York Morning Journal’. Significó una desafiante declaración de guerra a Joseph Pulitzer, propietario del ‘New York World’. Una batalla que Hearst alimentó y ganó. Desde entonces se desencadenaron más asaltos, decenas de polémicas y una montaña de dólares que siguen imponiendo respeto en 2014.


Arriba, chapa de la campaña de William Randolph Hearst para convertirse en gobernador de Nueva York. Junto a estas líneas, la sede central de Hearst Corporation en Manhattan.