VIAJES

Una travesía de Ulán Bator a Peñaflor

Iñaki Albizu no pretendía aventuras, tan solo sentía curiosidad por cómo sería eso de ir en moto desde Mongolia a Zaragoza. Lo hizo, y lo contó en un blog.

Iñaki, en su casa de Peñaflor
Una travesía de Ulán Bator a Peñaflor
ESTHER CASAS

"No me gusta viajar". Es lo primero que dice Iñaki Albizu al entrar en su casa. ¡Pues si le llega a gustar! Su camino ha sido más largo que el de Santiago. Desde Mongolia hasta 'su' Peñaflor, de donde se siente este argentino que lleva 15 años allí. Su peculiar excursión no tiene trasfondo aventurero ni obedece a una promesa . "Lo he hecho por curiosidad", suelta. Una curiosidad de 14.000 kilómetros de un aficionado a las travesías. "Me gusta ir de un lado a otro, en bici, andando o kayak, intentando evitar la civilización. Este viaje era suficientemente complicado como para no tener que evitar los sitios urbanizados", cuenta.


Dicho y hecho. Mandó su moto a Ulán Bator y para allá se fue a recuperarla y emprender su particular eterno retorno. Eso sí, olvidándose del turismo. Bastante tenía con salir de según qué atolladeros. Para empezar, en el punto de origen, Mongolia, donde hay poco territorio asfaltado. "Casi todo son pistas de tierra y tienes que decidir por qué collados o desiertos cruzar. Aunque llevé 3 GPS, por si acaso", admite.


Inició la ruta el 25 de mayo y llegó el 23 de junio, aunque no se había puesto marcas. Y menos mal, porque tuvo sus imprevistos. Por ejemplo, en Nukus, una ciudad de Uzbekistán, perdió un día solo para repostar. "Tiene casi un millón de habitantes, pero no había ni una gota de gasolina", rememora. Un lugareño le ayudó y le dejó dormir en su casa, aparcando la moto en medio del salón, al lado del piano.


Peor lo tuvo para entrar en Turkmenistán, por problemas con el visado que le obligaron a pasarse cinco días en la frontera, en tierra de nadie. Con la ayuda de la embajada italiana logró continuar viaje, aunque cambiando el trazado original y marchando a Rusia para coger un ferry a Turquía. "Tras jornadas de 12 horas sobre la moto, y luego buscando dónde comer o dormir, en Estambul ya me relajé". Además, encontró la compañía de un grupo de noruegos, que le hicieron el camino más ameno. "Llevaba tiempo sin hablar con nadie y echaba de menos a la familia". A su mujer y a sus pequeños Siro, Daría y Jara, que le habían escrito una emotiva carta para los momentos difíciles del camino, y que casi no lo reconocen a su vuelta. "Parecía un astronauta, con la ropa de motorista", bromea Iñaki.


De todas formas, nunca estuvo del todo solo. El blog que abrió, 'de Mongolia a casa', le ayudó a establecer contacto con los cercanos y abrió una ventana para compartir experiencias. Hoy, con el reto cumplido, está a gusto en casa, pero no descarta repetir. "La experiencia ha sido bonita, pero no tengo nada en mente? todavía", amenaza.