RUSIA

Una secta apocalíptica rusa pone fin a seis meses de encierro bajo tierra

Esperaban la llegada del fin del mundo y vivían en la cueva con los cadáveres en descomposición de dos mujeres.

La insólita peripecia de un colectivo ultra-ortodoxo ruso denominado "auténticos creyentes" finalizó ayer tras seis meses de encierro bajo tierra. Los últimos nueve miembros de la secta, que aguardaban la venida del Anticristo y el Apocalipsis, salieron a la superficie después de que las autoridades locales les convencieran de que las emanaciones tóxicas causadas por la presencia de dos cadáveres constituían un serio peligro para todos los que se encontraban en el interior de la cueva.


Los dos cuerpos fueron encontrados en la noche del jueves por un equipo de rastreadores y pertenecían a dos mujeres, componentes también de la secta. Perecieron, al parecer, ya el año pasado y se supo de ello a finales de marzo, después de que se produjeran sendos desprendimientos en el subterráneo.


Según los propios ermitaños, una de las mujeres murió de cáncer y la otra de inanición después de un prolongado y severo ayuno. Pero el nauseabundo hedor que despedían sus restos no logró ahuyentar de inmediato a los más recalcitrantes.


La macabra andadura de estos singulares anacoretas se inició en noviembre del año pasado cerca de la ciudad rusa de Penza, situada a unos 600 kilómetros de Moscú. Fueron 35 personas en total, entre ellas 4 niños, las que se confinaron en el interior de la red de galerías excavadas en la ladera de una colina cercana a la aldea de Nikólskoye. Acondicionaron la gruta y la llenaron de alimentos y agua. Dijeron que permanecerían allí hasta mayo, cuando, según el jefe de la secta, Piotr Kuznetsov, se desencadenaría el fin del mundo.


Procesamiento

Kuznetsov, un ingeniero de 43 años sometido a tratamiento psiquiátrico obligatorio, no ha estado en la cueva ni siquiera un día. La Justicia rusa le quiere ahora procesar por "instigar una acción que atenta contra los derechos y la integridad física de las personas". Se autoproclama "profeta" e intentó suicidarse en marzo, cuando el refugio fue abandonado por la mayoría de sus discípulos.


Los nueve que aún quedaban, siete mujeres y dos hombres, pretendían continuar su aislamiento hasta la festividad de la Santísima Trinidad, en junio según el calendario juliano.


La Policía rusa se llegó a plantear el desalojo por la fuerza de la catacumba, pero desistió cuando sus moradores amenazaron con inmolarse haciendo explotar las bombonas de gas empleadas para la calefacción y la cocina.


El responsable de la administración del distrito que integra a Nikólskoye, Vladímir Provorótov, manifestó que la cueva será derrumbada para evitar que pueda repetirse una situación parecida.


Entre los enclaustrados había, no sólo rusos, sino también ucranianos y bielorrusos. Las autoridades han procedido ya a deportar a sus países de origen a quienes tenían caducados sus permisos de residencia.