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Una comunidad de vecinos de San José, en pie de guerra contra las palomas

Serafín Ordóñez y su mujer, Marina, y Ángela Falcón (desde el balcón)
Una comunidad de vecinos de San José, en pie de guerra contra las palomas
J.C.A.

Serafín Ordóñez, de 77 años, es un hombre de rutinas. Lo primero que hace nada más levantarse, sea verano o invierno, es coger la espátula y el cepillo y salir a la terraza a limpiar los excrementos que las palomas han dejado por la noche. "Para mí, no es mucho incordio, es solo un cuarto de hora al día, pero a la vecina de arriba no la dejan ni tender", explica este vecino de San José, mientras muestra el suelo, salpicado de excrementos secos. "Y eso que esta semana ha sido tranquila", advierte su mujer, Marina.


Esta comunidad vecinal de la calle de Emilio Castelar está más unida que nunca por una afección común: la presencia continua de palomas que le hacen la vida imposible. "Serán mensajeras de paz, pero no veas la guerra que dan", lamenta Antonia Bonilla, de 74 años, que vive en una casa al otro lado del patio de luces. "Todo empezó cuando tiraron un edificio cercano. Las palomas vinieron aquí en bandadas. Ya, incluso, hasta crían. Estuvimos de vacaciones y a la vuelta encontramos cáscaras de huevo", asevera. Su marido logra en ocasiones ahuyentar a los animales con ruidos fuertes. "Pero no podemos estar así las 24 horas del día", dice.


Además de la suciedad y los problemas de salubridad que generan, las palomas han trastocado la vida diaria de estas personas. "Siempre que tiendo, preveo en qué zona no debo poner prendas delicadas para no echarlas a perder. He tenido que tirar ropa, porque las manchas no se van", dice Ángela Falcón, otra vecina, asomada desde el balcón del segundo piso. "Estamos hartos. Hace unos meses subí al tejado para colgar una especie de espantapájaros y unos cedés para ahuyentarlos, pero no han funcionado", reconoce. Picardía no les falta a los animales, que aprovechan cuando Falcón riega las plantas para ir a beber.


Los vecinos han probado casi todo. Serafín Ordóñez no dudó en subir al tejado para echar un producto químico que compró en una droguería. "Durante unos días hizo algo. Luego llovió y se fue todo. En el suelo de la terraza aún quedan restos del producto, que era muy fuerte", apunta.


Desde el Ayuntamiento sugieren que pongan unos pinchos en el tejado. "Pero son muy caros y tampoco son del todo efectivos", dice Falcón. "La culpa es de quienes les dan comida en la plaza Reina Sofía. Luego, las palomas vienen aquí a descansar", denuncia Bonilla.


El Instituto Municipal de Salud Pública recomienda a los afectados que avisen de la situación. Dos o tres veces al año actúa una empresa en las zonas donde se ha observado un incremento significativo para reducir el número de estas aves. No obstante, no llegan al interior de las comunidades, por tratarse de propiedades privadas. "Por ahora, nos toca tragar y seguir limpiando", se resignan.