'Biohackers', cuando los humanos quieren ser máquinas

Se trata de implantes tecnológicos en el cuerpo para pagar, identificarse o monitorizar sus constantes vitales.

Cuantificarlo todo está de moda. Pasos, ritmo cardiaco, calorías, horas de sueño. El gremio de la tecnología engrasa sus cajas registradoras ante la moda de los 'wearables', la llamada a ser la próxima gran revolución de la electrónica de consumo. Una ola de dispositivos que se convertirán en minúsculas computadoras y salpicarán el cuerpo de sensores capaces, en un futuro cercano, de escrutar hasta el mínimo detalle de la actividad humana. Mientras tanto, y desde hace unos años, personas de todo el mundo han decidido ir un paso más allá y experimentar directamente con su organismo para hacerlo más eficiente y llegar a gestionar su 'propia biología'.


Así, un reciente experimento del grupo 'Science for Masses' (Ciencia para las masas) consiguió que el británico Gabriel Licina se convirtiese en el primer humano con visión nocturna. Todo ello inyectándole una solución basada en Clorina e6, utilizada anteriormente en el tratamiento contra la ceguera. El resultado, con una dosis de 150 milímetros cúbicos en cada uno de sus globos oculares, es que este investigador pudo observar a varios sujetos en plena noche a personas en un rango entre diez y cincuenta metros durante seis horas.


El manifiesto que rige este movimiento, así como experimentos como el de Licina, aboga por la alfabetización y el acercamiento de la ciencia a toda la sociedad para que cualquiera se convierta "en colaboradores activos" de su propia salud, de su alimentación e incluso "de las interacciones con sus cuerpos".


Otro ejemplo es 'Circadia', un dispositivo creado por la empresa Grindhouse Wetware. Se trata de un pequeño aparato que se implanta en el brazo o en otra parte del cuerpo y desde ahí puede recopilar datos biométricos y enviarlos vía bluetooth a cualquier dispositivo que funcione con Android. El dispositivo, que se recarga de forma inalámbrica, también permite mostrar alertas sobre la piel gracias a una serie de LED, así como enviar mensajes al teléfono. El inconveniente es que los que han decidido usarlo han tenido que hacerlo en su casa, sin anestesia y con todos los riesgos de no hacerlo en un quirófano.


En Suecia, la compañía Epicenter ha decidido que sus empleados lleven un pequeño chip subcutáneo para reemplazar a los tradicionales sistemas de identificación. Está insertado entre el índice y pulgar y cuenta con el tamaño de un grano de arroz y que de momento permite acceder a las instalaciones. En este proceso ha participado el 'Swedish Biohacking Group', cuyos responsables sostienen que en un futuro hasta "los gobiernos harán uso de este tipo de herramientas".


Sus compatriotas de BioNyfiken firmaron recientemente un acuerdo de colaboración con el gigante de la seguridad informática Kaspersky para explorar los peligros de estos medios. "El despegue de esta tecnología es importante para la historia, similar a los lanzamientos del primer escritorio de Windows o la primera pantalla táctil. La identificación con el tacto es natural para los seres humanos. El código PIN y las contraseñas no lo son", defiende Hannes Sjolab, uno de los fundadores.


Por su parte, Eugene Kaspersky, CEO de la multinacional tecnólogica, sostiene que, aunque prefiere "no chipearse a sí mismo" de la misma forma que prefiere no utilizar un 'smartphone' por su obsesión "con la seguridad", estos avances "han de hacerse con los ojos abiertos" y habiendo investigado "las consecuencias que esto puede traer". No en vano, el fallecido 'hacker' Barnaby Jack aseguró en 2012 que la conectividad que bombas de insulina incluyen permitirían piratearlos para alterar su funcionamiento. Antes, en 2006, el investigador estadounidense Kevin Fu demostró que estando a una corta distancia se podía acceder a la información de un marcapasos e incluso hacer que generase una descarga eléctrica.


Los defensores de este movimiento imaginan un futuro donde se podrá extraer trazas de ADN y trabajar con baterías en casa. Por no hablar de los cyborgs, hasta hace bien poco materia exclusiva de la ciencia ficción, y que podrían hacerse realidad en unos años siguiendo el ejemplo de Neil Harbison. Este irlandés de origen británico, el primer cyborg reconocido por un Gobierno, se instaló una antena en la cabeza que cuenta con un pequeño sensor en un extremo que transmite todo lo que captura a un chip incorporado en su cerebro. Nació con un problema de visión que solo le permitía ver en blanco y negro y gracias a este invento, entre otras cosas, ha conseguido percibir los colores.