Tercer Milenio

En colaboración con ITA

agustín garcía-gasco, cardenal arzobispo emérito de valencia

García-Gasco: "Sin la familia no hay sociedad"

Uno de los cinco cardenales electores españoles habla de la Iglesia y de temas como el trasvase o los bienes.

Agustín García-Gasco, en el despacho del arzobispo de Zaragoza.
García-Gasco: "Sin la familia no hay sociedad"
E. CASAS

El cardenal arzobispo emérito de Valencia, Agustín García-Gasco Vicente (Corral de Almaguer, Toledo, 1931), presidió ayer la misa pontifical en la basílica del Pilar. En su homilía, el mayor de los cinco cardenales electores españoles hizo un alegato en defensa de la familia y en contra del aborto y el divorcio. Después concedió una entrevista a HERALDO en la que repasó distintos temas relacionados con Aragón y con la Iglesia.

Doy por hecho que no es la primera vez que acude al Pilar.

Claro que no. Con 10 años mi tío me trajo por primera vez, y luego he vuelto en muchas ocasiones. Ayer por la tarde recordaba todas esas visitas y me di cuenta de la importancia que la Virgen ha tenido en mi vida y en la de la Iglesia.

Pero es la primera vez que preside la misa pontifical. Habrá sido una responsabilidad y una ilusión.

Sí, en cuanto me lo pidió don Manuel (Ureña) dije que por supuesto que sí. Es curioso, pero cuando estaba entrando en la basílica me he dado cuenta de la mucha gente que había y de que en la misa pontifical del Pilar hay que aceptar y superar el ruido.

¿Le puedo preguntar qué le ha pedido a la Virgen?

Sinceramente, me he centrado en la celebración y en transmitir la importancia que la familia tiene hoy en la Iglesia y en la sociedad. Por eso he puesto el acento en que la Virgen ha sido familia y en que es la que nos está ayudando ahora que la familia se está rompiendo. He visto mucha gente de América, y también he hablado del peligro de que la Iglesia no esté lo suficientemente cerca de las familias inmigrantes, de que las parroquias no atiendan bien a esas familias.

¿Usted cree que la familia se está rompiendo?

Sí. Estamos empeñados en no poner el acento en la familia cuando queremos una sociedad mejor, y así no puede ser: sin familia no hay sociedad.

¿Cómo vive un ministro de la Iglesia una muestra de fervor religioso como la de la ofrenda?

Fíjese que en la oración primera que se reza el día del Pilar aparecen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor. Eso es lo que hay que ir machacando, sobre todo a los jóvenes. Si no nos preocupamos por los jóvenes, por los hijos, tampoco hacemos sociedad.

Se lo digo porque parece innegable que vivimos en una sociedad cada vez más laica.

Bueno, siempre hemos encontrado gente que vive su vida. Pero días como hoy (por ayer) son una manera de acercarse más al Señor.

Usted fue nombrado cardenal por Benedicto XVI. ¿Está de acuerdo con quienes dicen que su pontificado no está siendo brillante?

No, qué va. Creo que si usted se acerca a lo que está haciendo el Papa no afirmará eso. A cada uno le llega un momento en el que tiene que enfrentarse con la realidad que tiene la Iglesia. Así llegó Juan Pablo II y así fue la llegada del Papa actual. Cuando me preguntaron quién iba a ser el nuevo Papa, aposte a que iba ser el actual.

Pero eso parece chocar con que la elección sea cosa del Espíritu.

No es eso. Conociéndole, sabiendo cómo estaba viviendo y cómo trabajaba, no había otro. El Espíritu no tenía otro por mucho que quisiéramos. Se intuía, y él mismo, aunque no quería, se dio cuenta de que tenía que decir que sí.

Pero da la sensación de que Benedicto XVI sale de una crisis para entrar en otra.

Porque es valiente. No se esconde y afronta lo que tiene que hacer en estos momentos. Ha dado pasos y ha dado la cara en todos los sitios porque la Iglesia necesita que él esté presente en esos lugares.

¿Reconoce que hay demasiada distancia entre la jerarquía de la Iglesia y los fieles de base?

Eso depende de que los fieles de base se acerquen o no. Si se acercan, no hay ninguna dificultad. En Zaragoza, don Manuel (Ureña) está dispuesto a que vengan, y si tiene que ir también lo hará. Ahora, si es que no quieren acercarse a él... Pero incluso así don Manuel intentará superar esa dificultad.

Seguro que conoce el conflicto que enfrenta a la diócesis de Barbastro-Monzón con la de Lérida por unos bienes religiosos.

Es muy complicado porque lleva consigo cosas que sucedieron antes de la República. Si hubiera buena voluntad se reconocería la propiedad de los bienes, y ese podría ser un primer paso: aceptar que no son de ellos y poner de dónde son aunque no estén en su sitio. Pero, como eso ya está clavado en un sitio desde hace mucho tiempo, nadie quiere quitarlo.

O sea que para usted el primer paso debería ser que Lérida reconozca que los bienes no son suyos.

Sabiendo dónde están no pasa nada. Se va a verlos y ya está. Ya llegará algún momento en el que se pueda hacer (la devolución).

Pero muchos fieles aragoneses se sienten desamparados y creen que Roma está permitiendo a Lérida incumplir las sentencias.

En eso no tenemos que pararnos, porque dejamos de evangelizar y el escándalo entretiene a muchos. Así es como la Iglesia no avanza.

Usted lleva casi 20 años como arzobispo de Valencia. ¿Cómo ha vivido la guerra del agua entre Aragón y Levante?

Ahí no se hizo más que meter la política por medio. Si las cosas se hubieran hecho de forma distinta, hoy aquí (en Aragón) habría más agua utilizándose y al mismo tiempo poco a poco el resto se llevaría hasta donde existen necesidades, de forma que nada quedaría en el mar. Si se hubiera hecho, ya se habrían dado pasos muy importantes aquí y poco a poco llegaría allí (a Levante). Lo que no se quería hacer era llevarse el agua de aquí.

¿Cree que el conflicto se está cerrando o sigue latente?

Está abierto todavía, pero ahora no hay que luchar por eso: lo que hace falta es anteponer la razón y buscar hasta dónde se puede llegar, porque ¿cuánta agua se ha perdido en el mar desde entonces?

Da la sensación de que en Levante los cargos públicos son bastante pecadores. ¿Es eso cierto?

No. Creo que lo que sucede, como pasa en otros sitios, es que cada uno busca cómo llamar la atención en contra de los que él piensa que están llevando mejor que él la sociedad. Hay mucho de eso, aunque también hay quien se equivoca.