TOROS

Las únicas ovaciones de la tarde se las llevaron los novillos

El mal estado del piso plaza provocó un par de caídas sin grandes consecuencias, pero Cerrato podría tener una fractura en un pie.

Alejandro Lalana en un templado natural al segundo de la tarde.
Las únicas ovaciones de la tarde se las llevaron los novillos
CARLOS MONCíN

La Misericordia, cuarta de abono.

Seis novillos de Prieto de la Cal, desiguales, encastados, justos de fuerzas, sacaron genio.

Javier Herrero, de corinto y oro, ovación y ovación tras aviso.

Alejandro Lalana, de purísima y oro, ovación y silencio tras aviso.

Antonio Rosales, de azul pavo y oro, silencio y silencio.

Presidió Manuel Pasamontes, correcto. Un cuarto de entrada en tarde fresca.

Algo está fallando en el toreo. No es posible que todos los novilleros parezcan iguales. Calcados. Pegapases. Uniformes. Sin personalidad. Da igual el rincón de España del que procedan. Un gallego es igual a un andaluz y no tiene por qué serlo. Sé que torean poco. Seguro; pero Zaragoza no es plaza de oportunidad sino de reválida. Torear no consiste en ponerse bonito y descararse a destiempo. No. Torear es otra cosa. Para torear hay que saber lidiar, conocer los terrenos y, a ser posible, rectificar. Corregir los defectos que manifiesta la ausencia de contratos. Máxime, cuando te sale una novillada encastada, con genio pero toreable. Nada fácil pero no imposible. Bronca, pidiendo oficio y sitio.

La novillada de Prieto de la Cal, vareada, rematada en carnes y hechuras -no todos-, fue tan limpia de pitones como escasa de fuerzas. Todos fueron al caballo con prontitud, metieron la cara y los riñones, pero les faltó el remate que da la clase. Y codicia. Algunos ni sangraron. Cumplieron. El sexto, el mejor hecho del encierro, fue devuelto por inválido. Con otro hierro menos carismático, al menos dos hubiesen ido para adentro. Esta plaza es así.

Javier Herrero está más puesto que sus compañeros, pero es tan vulgar que aburre. A su primero, enrazado, le adelantó la muleta pero fue incapaz de perderle los pasos suficientes para volver a colocarse y ligar. Un par de series de naturales tuvieron forma, pero no son. El cuarto fue tres veces al caballo de largo, pero se quedó crudo. Pegó tornillazos y fue siempre con la cara muy alta. Javier Herrero -buen oficio ya en desuso- lo ahogó. No se complicó.

Alejandro Lalana debe pensar en su futuro. El tren en el que viaja tiene muy poco recorrido y menos estaciones. Sin estar mal, tampoco estuvo bien con el segundo. Fijo y pronto en la muleta hasta que se cansó. Lalana lo ahogó, se puso muy al hilo y las series, muy cortas, no tuvieron profundidad. Al quinto le sobraron capotazos. Esperó y cortó en banderillas. Con él, Alejandro no llegó a acoplarse. Tiró muchas líneas y, tras tres desarmes, se dio por vencido. Es tan importante correr la mano como desmuñequear.

Antonio Rosales está muy verde. Mucho. Lanceó siempre con el paso atrás. Impotente con el tercero, que se defendió pero llegó a meter la cara cuando le puso la muleta en el hocico. Con el sexto destoreó a placer. Y con la espada un horror. Una se le fue al sótano y la otra al chaleco.

Mal la cuadra de caballos. No se mueven. Peor el piso plaza. No hay albero y el poco que hay está demasiado suelto: es polvo. Además tiene muchos hoyos en los terrenos del cuatro. Ayer, de nuevo, hubo más caídas ahí.

Durante la lidia del sexto novillo fue asistido en la enfermería el banderillero Javier Cerrato, de la cuadrilla de Antonio Rosales, que sufre traumatismo en el dorso del pie izquierdo con posible fractura del quinto metatarsiano. Pendiente de diagnóstico por imagen, antiguamente, radiografía.