SALUD

El buen oído del dr. Clark

El inventor del implante coclear fue investido ayer honoris causa por la Universidad de Zaragoza.

Graeme Clark, el pasado jueves en el hotel Palafox, bien relajado antes de ser investido honoris causa en Zaragoza.
El buen oído del dr. Clark
LAURA URANGA

Cuando era adolescente, sus padres le llevaron a un consultor estudiantil. Su veredicto fue claro: ese niño debería dedicarse a la Medicina o a la Ingeniería eléctrica. Ni Rappel lo hubiera hecho mejor. Aunque no era muy difícil saber por dónde irían sus pasos. Aún se recuerda, a los diez años, en la farmacia de su padre, en un pequeño pueblo australiano. "A veces, los clientes le decían cosas confidenciales, pero él no les escuchaba bien y hablaba alto. Y eso, en un lugar donde todo el mundo sabía más de lo que debía?". Ese niño inquieto, que se entretenía en el laboratorio del local, se sentía mal por él... Quizá por ello, Graeme Clark no alza la voz. Y quizá, también, esa experiencia le llevó a luchar contra la sordera, cuando finalmente se convirtió en médico.

La jugada le salió bien: inventó el implante coclear, ese pequeño dispositivo que se coloca en el interior del oído y que ha devuelto la audición a miles de personas en todo el mundo. Hoy, reconoce sentirse satisfecho y, en cierta forma, también aliviado. "Cuando empecé, el 99% de la comunidad científica decía que no iba a funcionar. Bueno, y que estaba loco también". Y algo de eso hay, ya que el desarrollo de su invento no fue un camino de rosas. "Mis propios colegas fueron al vicerrector a criticarme -recuerda-. No quiero dar una falsa impresión: la Universidad de Sídney es una de las diez más prestigiosas del mundo y yo era el profesor clínico más joven del país". De hecho, no le guarda resentimiento a nadie porque, "una vez que hubo evidencia científica, mis colegas lo aceptaron y fueron muy generosos".

Mientras tanto, tuvo que luchar para conseguir dinero para sus investigaciones -llegó a involucrar a una cadena de televisión, que organizó un telemaratón para la causa- y los comienzos no fueron fáciles. "Tras la primera operación, hubo muchos estudios para ver si funcionaba correctamente. La persona había sufrido un accidente muy grave y, al principio, los resultados nos dejaron decepcionados", apunta. Los ingenieros se dieron cuenta de que una conexión estaba suelta. Y el paciente comenzó a comprender signos simples, a reconocer ritmos y, meses después, se le sometió a una exigente prueba para medir su nivel de comprensión. "Cuando la pasó, a finales de 1978, hice algo muy poco australiano: me encerré en un laboratorio que había al lado y me puse a llorar".

Tras ese primer caso, se preguntó si el invento solo podría funcionar en una persona. Hoy, más de 180.000 lo llevan y ese pequeño que quiso ayudar un día a su padre se convirtió ayer en doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza. "Me siento muy honrado de ser reconocido por una centro tan prestigioso. ¡Y, encima, donde trabajó uno de los mejores médicos del mundo, 'Raimón' y Cajal!", afirma el doctor, que, en su visita a la ciudad, invitado por Gaes y Cochlear, se reveló como un gran oyente -lógico, dado su currículum-, pero, también, como un gran conversador.