Isabel Rojas, psicóloga: "No quiero hijos perfectos, sino que se sientan queridos"

La psicóloga madrileña, miembro de una saga de psiquiatras, habló en Zaragoza recientemente sobre educar en libertad.

Isabel Rojas, psicóloga.
Isabel Rojas, psicóloga, en una visita reciente a Zaragoza.
Guillermo Mestre

Isabel Rojas, psicóloga y periodista madrileña, trabaja en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas (IEIP) donde trata a personas con ansiedad, depresión y trastornos de la personalidad. Se trata de un centro fundado con su padre, el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas, que tiene también allí su consulta, y del que habla con orgullo como hija y profesional.

Estudió Psicología y Periodismo en la Universidad San Pablo-CEU y ha trabajado en ambas profesiones. Su última visita a Zaragoza la trajo a finales de marzo al 40 Congreso de Fepace, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de los colegios de Fomento de Centros de Enseñanza, que se celebró bajo el lema 'La educación del carácter, clave para la felicidad'.

Usted viene de familia de psiquiatras, su padre es el doctor Luis Rojas Marcos, ¿por qué se inclinó más por la psicología y la comunicación?

Mi abuelo fue psiquiatra y mi padre, tengo varios tíos y algún primo. También hay algunos psicólogos. Desde que era pequeña decía que me gustaba a lo que se dedicaba mi padre. No recuerdo el momento exacto en que supe qué era la psiquiatría, pero nos contaba historias de pacientes y me parecía un mundo apasionante. Empecé Medicina, pero me gustaban muchas cosas, y después de empezar decidí hacer Psicología y Periodismo.

¿Por qué esta segunda carrera?

Me gustaba mucho la política, pero me dijeron mis padres que nada de dedicarme a la política. Me gustaba mucho escribir y fue el compendio perfecto entre política y escribir, tenía todo lo que me gustaba. Por las tardes estudiaba Periodismo y por las mañanas Psicología.

Le ha gustado mucho estudiar.

Sí, mucho. Me gusta leer, investigar. En mi familia tenemos todos un fondo muy curioso, muy lector. En el colegio leía muchísimo. Mis amigas no lo entendían. En mi casa solo veíamos la tele para ver los partidos del Barça y alguna vez alguna película, pero sumamente especiales.

¿Qué libros elegía de niña?

Recuerdo leer ‘Los renglones torcidos de Dios’, ya con 13 ó 14 años. Fuimos a un colegio francés y leíamos mucho en francés. Leía libros juveniles como ‘Torres de Malory’, con 12 años los devoraba, y ‘Los Hollister’. Luego Harry Potter me encantó.

En un mundo de pantallas como el actual resulta todo muy diferente.

Estoy muy concienciada del uso de las pantallas porque sé lo que generan en el cerebro. Entiendo que nos ayudan y la comodidad que suponen, pero soy muy consciente del problema de dar un móvil o una tablet a un niño antes de los 12, 13 ó 14 años. Y yo soy la primera que me cuesta, pero al llegar a casa dejo el móvil en el bolso y hasta que no acuesto a mis hijas no contesto. Evito tener el móvil en todo momento.

El móvil suele ser una herramienta de ayuda para entretener.

Prefiero comidas cortas en las que se hable, que largas mientras se tiene al niño tranquilo. No hay que ponerles pantallas, que se aburran. En el momento en que nos aburrimos nuestro cerebro busca algo y se entretendrá con lo que sea, pero para eso hay que acostumbrar a que sepan jugar solos. Dejar que crezcan en la curiosidad por la vida, por lo que tenemos alrededor. Evitar las pantallas.

"Hay una sobreprotección que hace que a la larga los niños sean poco resilientes, con miedo a todo"

¿Qué recuerdos guarda de esa infancia sin televisión?

Mi infancia fue feliz aunque tuve un accidente con 12 años, un año que estuve en Irlanda. Iba en bici y choqué contra un coche. Fue muy complicado porque tuve que ir en silla de ruedas y casi me amputan las piernas. Fue un momento de sufrimiento que me marcó, pero gracias a ese accidente puedo decir que tengo fuerza de voluntad, porque pasé un año de rehabilitación, lloré mucho, pero a día de hoy puedo hacer de todo. Fue una infancia feliz, que no perfecta. Mis padres también se enfadaban y nos castigaban. Fui educada en el ‘no’, en el ‘no es necesario’, en posponer la recompensa.

¿Cómo hemos llegado a la situación contraria en la educación de los hijos?

Estamos en la sociedad del ‘ya’, del ‘ahora’, de lo quiero todo a golpe de ‘clic’, de esa recompensa instantánea. Ahora se elige tener hijos y esto hace que en muchas ocasiones se le haga el rey de la casa. Hay una sobreprotección que hace que a la larga los niños sean poco resilientes, con miedo a todo. Con la inserción de la mujer en el mundo laboral hay un desligamiento en tiempo a ese hijo. El cargo de conciencia hace pensar que no somos buenos padres, que no les dedicamos tiempo suficiente. Hace que suplamos la carencia de tiempo con cosas, actividades, planes…

Yo no quiero hijos perfectos, sino felices, que se sientan queridos. Luego en la adolescencia llega el tedio y el hartazgo y entramos en una espiral de materialismo en busca de las últimas zapatillas, etc.

"Hay juventud que está paralizada por comparación, no se gustan, no se quieren y gran parte de ello viene de las comparaciones en las redes sociales"

​"Igual que todo el mundo va alguna vez al dentista tendría que venir también alguna vez al psicólogo"

¿Las redes sociales como escaparate de vidas perfectas agravan esta situación?

Tenemos que saber que las pantallas cada vez que uno genera un ‘like’ van generando chispazos de dopamina y el cerebro se acostumbra y necesita cada vez más videos, más cortos, más intensidad. Nuestro cerebro se satura. Producen ansiedad. Nuestro cerebro no ha madurado hasta bien entrados los 17 años. Lo importante es la parte cerebro que hace prestar atención y esa empieza a madurar a los 12 años. Es sumamente peligroso. Además, en mujeres suma problemas de autoestima, de comparación, que genera a partir de los 13 ó 14 años problemas de personalidad, trastornos de alimentación, anorexia, bulimina, trastornos límite como los jóvenes que se lesionan. Hay juventud que está paralizada por comparación, no se gustan, no se quieren y gran parte de ello viene de las comparaciones en las redes sociales.

¿La pandemia de covid-19 y los meses de confinamiento y las restricciones de movimientos nos han dejado más tocados psicológicamente?

La única cosa buena que ha tenido el covid es que ha normalizado la salud mental. Ahora la demanda es la natural en la salud mental. Igual que todo el mundo va alguna vez al dentista tendría que venir también alguna vez al psicólogo. Venir de vez en cuando o alguna vez en la vida. Venir a un chequeo psicológico, que puede ser emocional, profesional… -Ahora hay menos estigmatización, pero entre las personas de unos 50 ó 60 años aún sigue habiendo mucha reticencia. Se tiene una visión más médica o psicopatologizada.

Cuando empecé en la consulta hace 12 ó 13 años, estaba con mi padre escuchando y me acuerdo que un paciente entró y dijo 'no sé qué hago aquí' y añadió 'me ha mandado mi mujer y yo no estoy loco'. Mi padre le dijo que no había que estarlos para ir allí. Pensar que el psiquiatra es el médico de los locos es ser muy poco consciente de qué es la salud mental.

Estamos en una sociedad que ha vivido mucho en el 'yo lo hago', 'yo puedo', no expreso emociones porque hablar de emociones es cursi, es de blandos...

"Quien no habla de emociones, al final su cuerpo termina gritándolas"

Estamos en una sociedad que ha vivido mucho en el 'yo lo hago', 'yo puedo', no expreso emociones porque hablar de emociones es cursi, es de blandos... Quien no habla de emociones, al final su cuerpo termina gritándolas. Hay un 'boom' de enfermedades raras, problemas gástricos e intolerancias, entre otros.

¿Es un problema generacional? ¿A los más jóvenes les resulta más natural hablar de sus sentimientos?

Los jóvenes no saben expresarse. Tuve uno en la consulta que entró y se sentó con la capucha puesta. Le preguntaba cómo estaba y levantaba los hombros. Todo eran respuestas monosilábicas con onomatopeyas. Me enseñó un emoticono con cara triste en el móvil. Vivimos en un mundo en el que como apenas leemos, estamos tanto con pantallas que nos cuesta relacionarnos.  

¿Cómo se arregla esto?

Que sean conscientes de la importancia de que hablen de emociones porque no es malo. Hacen conectar. Hablar de emociones no significa ir por la vida diciendo qué triste estoy. Si he tenido un día malo se puede hablar de esa frustración, de si la he sabido lidiar.

"Estamos en un mundo donde oficialmente somos libres, pero cada vez somos más esclavos, de lo inmediato, de nuestras apetencias, del qué dirán..."

Ha hablado recientemente en Zaragoza de 'El reto de educar en libertad', dentro del congreso de Fepace, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de los colegios de Fomento de Centros de Enseñanza, en colaboración con sus centros en Zaragoza, Montearagón y Sansueña. ¿Cuáles son las claves?

Estamos en un mundo donde oficialmente somos libres, pero cada vez somos más esclavos, de lo inmediato, de nuestras apetencias, del qué dirán, viviendo constantemente hiperalertas, con crisis de ansiedad, de pánico... Hacer que nuestros hijos sean libres no significa hacer lo que les da la gana sino disfrutar de lo que hacemos y ser valientes, una de las cosas que se trabaja menos. Solo los valientes son los que consiguen lo que se proponen.

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