El MIR provoca brecha de género

El formato de la prueba penaliza la nota de las mujeres y les hace perder entre 500 y 600 puestos a la hora de elegir la especialidad médica deseada.5

Los futuros sanitarios, ayer antes del examen en la Facultad de Derecho.
Una pasada edición de examen MIR en Aragón.
A. NAVARRO

El sistema de acceso de los graduados en Medicina a una plaza de formación especializada en un hospital público, el conocido sistema MIR, es una prueba durísima, con 200 preguntas y cuatro horas y media de duración, para la que la mayoría se prepara durante un año o más.

La presión es máxima. No es para menos. Más de 10.000 graduados (12.629 en 2023) se juegan cada año su futuro profesional peleando por una plaza que, como mucho, logrará el 60%, porque siempre se ofertan menos puestos de residentes (este año 8.500) que aspirantes hay.

Pero, además, el resultado del examen, que vale el 90% de la nota (el otro 10% es el expediente académico), es el que define el orden de elección que cada uno tendrá en el listado que da acceso a las plazas. La igualdad de conocimientos es máxima y una pequeña variación en la nota supone una notable caída en el ranquin. Muchas veces marca la diferencia entre poder dedicarse a la especialidad médica que se desea y en el hospital soñado o no.

Ahora, un estudio dado a conocer por Esade demuestra que las graduadas en Medicina, que enfrentan idéntica alta exigencia que sus compañeros, se ven penalizadas en la elección de plaza de residente porque el diseño y formato de la prueba MIR las penaliza. A iguales conocimientos y capacidades profesionales logran, por sistema, peor nota. Esto ocurre de forma más significativa entre las más brillantes. En pocas palabras, el trabajo firmado por Carlos Sunyer certifica que el MIR provoca brecha de género.

Las razones de la discriminación por sexo son bastante técnicas, pero tienen que ver con dos rasgos más presentes en el perfil medio de las graduadas que en el de sus compañeros varones. Unos comportamientos que el diseño y formato de la prueba MIR penaliza de forma gratuita, sin justificación académica. Ellas tienen mayor aversión al riesgo y rinden algo peor cuanto mayor es la competitividad y la presión.

La brecha existe y es cuantificable. El año pasado, buena parte de los aspirantes al MIR tenían casi idéntica preparación media. Las chicas un 7,6 de nota de carrera y ellos un 7,5. Sin embargo, cuando se conocieron los resultados, y pese a que el 65% de quienes se presentaron eran mujeres, solo el 54% del tramo más alto de notas fueron alumnas. Más concreción. En este tramo alto las aspirantes lograron de media 3,2 puntos menos que ellos.

Puede parecer poca penalización para un examen con notas medias de 450 puntos en el tramo alto, pero no. Esos poco más de tres puntos son suficiente para caer entre 500 y 600 puestos en el ranquin, una distancia que equivale de poder obtener plaza en la tercera especialidad más deseada (cardiología) a solo tener aspiraciones desde la sexta con más demanda (oftalmología).

¿Por qué ocurre?

En primer lugar, por el formato. Por las reglas de puntuación del examen. La prueba tiene 200 preguntas test con cuatro opciones y solo una correcta. Cada acierto suma tres puntos y cada respuesta errónea resta uno. Las estudiantes con mejor nota se arriesgan menos que ellos a lograr aciertos por puro azar y dejan más preguntas que no saben en blanco (un 5% más). Esto, que debería tener efecto neutro, no lo tiene. Cuando el que responde confiando en la suerte es capaz de descartar al menos una opción por incorrecta eleva sus posibilidades de sumar nota por un golpe de suerte.

En segundo lugar, por el diseño del acceso. El análisis de casi cuatro décadas de MIR prueba que cuanto más competitividad exige la prueba ese año, cuanto mayor desfase hay entre aspirantes y plazas y mayor selección se va a producir, ellas sacan peor nota pese a partir de una igualdad de conocimientos. Dejan más preguntas en blanco y la presión les induce a más errores.

Demostrada la brecha, Sunyer propone cambios para minimizar la discriminación y evitar restarle opciones a las graduadas por razones ajenas a su preparación. La primera modificación sería en el propio examen, para evitar la desventaja de preguntas en blanco. Una primera solución sería eliminar la penalización por respuesta incorrecta. Se aplicó en la selectividad en Chile y disminuyó un 70% la diferencia de preguntas en blanco y un 13% la brecha en las notas. Una segunda, puntuar desde el máximo (600 puntos) e ir descontando con igual penalización blanco y error. La preguntas en blanco, así, se reducen hasta un 20%.

El segundo cambio busca rebajar la competitividad por el puesto, algo ajeno a la valía de cada candidato. Hay dos formas. O reducir el peso del examen (ahora 90%) sobre la nota final y el puesto en el ranquin. O bien hacer que los graduados de cada año se aproximen a la oferta de plazas MIR, lo que rebajaría parte de la presión de la prueba.

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