Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Huevos fósiles, una ventana al pasado de la reproducción

Todos los animales nacemos de un huevo, algunos con cáscara, como los dinosaurios, otros de óvulos fecundados arraigados en un útero, como los mamíferos. Algunos de estos huevos han quedado fosilizados en las rocas y hoy nos ayudan a descubrir cómo era nacer y reproducirse hace millones de años.

Reconstrucción artística de la historia de los huevos de dinosaurio de Loarre, desde la puesta a la fosilización.
Reconstrucción artística de la historia de los huevos de dinosaurio de Loarre, desde la puesta a la fosilización.
Ilustración de Daniel Navarro @playerdng

Los fósiles son muchas cosas al mismo tiempo. Para mucha gente son objetos curiosos. Para otros, piezas de museo. Para los paleontólogos, los fósiles son ventanas al pasado. Algunos muestran cómo eran los seres vivos que vivieron millones de años atrás. Los llamamos fósiles corporales, y son los huesos y caparazones de organismos del pasado. Hay otros fósiles que muestran cómo se comportaban estos organismos. Los llamamos trazas fósiles, e incluyen sus huellas, excrementos y madrigueras. Pero existe un fósil corporal que al mismo tiempo nos habla de la reproducción. El primer esqueleto de los vertebrados que, a la vez, refleja un comportamiento clave en la vida de cualquier organismo: los huevos.

Todos los animales nacemos de un huevo. Algunos de huevos blandos, que fosilizan poco y mal. Otros hemos cambiado el huevo por el útero, y tenemos reproducción vivípara, que también fosiliza, pero se escapa de este artículo. Pero muchos animales ponen huevos con cáscara. Esos huevos están por todos lados en el registro fósil, pero nos ha costado aprender a reconocerlos. ¿Cómo puede algo tan común como un huevo pasar desapercibido? Por su propia naturaleza. 

Un huevo tiene muchas funciones. Protege al embrión, lo mantiene hidratado, lo alimenta…, pero su primera función es romperse para que el pollito pueda nacer. Y los huevos completos son escasos en el registro fósil. Pero fragmentos de cáscaras hay por todas partes. Solo hay que saber dónde buscar…

Philippe Matheron descubrió los primeros huevos de dinosaurio del mundo en el Pirineo francés.
Philippe Matheron descubrió los primeros huevos de dinosaurio del mundo en el Pirineo francés.
Wikipedia

Los primeros

Los primeros huevos fósiles fueron descubiertos en Francia, en 1846, por el Dr. Philippe Matheron. Mientras supervisaba la construcción del túnel de La Nerthe, en Provenza, pudo estudiar la geología regional y acumular una gran colección de fósiles. Entre ellos, un enigmático elipsoide de roca que, tras examinarlo bien, interpretó como un huevo. 

Matheron asignó este huevo a Hypselosaurus, un gran animal que había encontrado en la misma zona y que había interpretado como un cocodrilo gigante. El concepto de ‘dinosaurio’ tenía solo cuatro años, y Matheron aún no sabía que había encontrado los primeros dinosaurios de Francia y los primeros huevos de dinosaurio del mundo.

Como en muchas otras cosas, la fama se la llevan los americanos. En 1923, Roy Chapman Andrews, un paleontólogo que después serviría de inspiración para el personaje de Indiana Jones, hizo su famosa expedición al desierto del Gobi. Andrews recuperó varios nidos de dinosaurio, y cometió una de las mayores injusticias de la paleontología. Un pequeño dinosaurio carnívoro apareció sobre un nido, y se decidió que estaba merendando. Y este crimen quedó grabado en su nombre: Oviraptor, el ladrón de huevos. 

No fue hasta 1994 cuando el descubrimiento de un huevo idéntico con un embrión de Oviraptor vino a descubrir la verdad: el criminal no era tal, era un pobre padre, que murió protegiendo a su descendencia. Esta losa pesa sobre Oviraptor hoy en día, cuando sigue robando huevos en la última película de ‘Jurassic World’.

Durante los últimos años, los descubrimientos de huevos, nidos y sobre todo fragmentos de cáscaras de huevo fósiles se han multiplicado. Los huevos de dinosaurio más antiguos tienen 200 millones de años. Hemos descubierto adultos incubando puestas (casi todos padres) y madres preñadas. En total conocemos embriones de una veintena de especies de dinosaurio.

Qué cuenta un huevo

Pero además de crear fósiles espectaculares, un huevo nos cuenta muchas cosas. Los animales construyen sus nidos en ambientes concretos. Ni muy húmedos ni muy secos. Encontrar un nido nos permite saber que nos encontramos en un medio continental, no inundado. 

Además, la cáscara está llena de pequeños poros microscópicos. Por estos poros, el embrión respira. Son los responsables de que un huevo fresco de gallina, metido en agua, burbujee. Contando la cantidad de esos poros, podemos saber cuánto respiraba el embrión, y eso nos da pistas sobre cómo eran los nidos. En las aves actuales, que hacen nidos abiertos, la cáscara tiene pocos poros, ya que el embrión respira sin dificultad, y más agujeros podrían hacer que se deshidratara. En cocodrilos y tortugas, que entierran sus huevos, el número de poros es mucho mayor, ya que necesitan respirar mejor, y no corren riesgo de secarse.

Fragmento de cáscara que es el fósil de referencia (holotipo) de Guegoolithus turolensis, el primer huevo de dinosaurio definido en Aragón. Se trata de una lámina delgada, un corte de una cáscara de huevo más fino que un cabello.
Fragmento de cáscara que es el fósil de referencia (holotipo) de Guegoolithus turolensis, el primer huevo de dinosaurio definido en Aragón. Se trata de una lámina delgada, un corte de una cáscara de huevo más fino que un cabello.
Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza

La cáscara de huevo es rica en carbono y oxígeno. El carbono proviene de la dieta, y analizándolo podemos saber si el animal era carnívoro o herbívoro y qué tipo de plantas prefería. El oxígeno proviene del agua que bebía, y su composición depende de la temperatura ambiente. Estudios recientes han descubierto que la relación entre el tipo de carbono y oxígeno que forma la cáscara dependen de la temperatura del cuerpo de la madre, por lo que podemos saber si eran de sangre fría o caliente.

Los huevos esconden mucha información sobre los seres vivos y los ecosistemas del pasado, un tesoro del patrimonio paleontológico del que todavía queda mucho por descubrir.

Huevo de tiburón con embrión (Pintarroja, Scyliorhinus canicula).
Huevo de tiburón con embrión (Pintarroja, Scyliorhinus canicula).
Fernando Ari Ferratges Kwekel

Cápsulas de supervivencia

Hoy hablamos de huevos de vertebrados (los huevos de invertebrados darían para otro artículo), en concreto de vertebrados amniotas. Disculpad el palabro, pero es la manera técnica de referirse a cualquier animal más emparentado con reptiles, aves y mamíferos que con un pez o un anfibio. De todas formas, ‘amniota’ es una palabra que no nos suena del todo desconocida, ¿verdad?

Todos los vertebrados ponen huevos (puedes bajar al supermercado a por huevas de lumpo, para ver cómo son los huevos de pez). Pero los amniotas son los vertebrados que comparten el huevo amniota, un huevo especial, cubierto de muchas capas. 

Este cumple dos funciones: proteger al embrión y almacenar los nutrientes que permiten su desarrollo. Exactamente igual que nuestro saco amniótico, esa bolsita que protege al embrión dentro del útero materno en los mamíferos, y que es lo que queda de nuestro huevo ancestral.

¿Por qué este invento evolutivo fue tan importante? Una de las historias que más nos gusta contar a los paleontólogos es la de la conquista del continente. Aquellos primeros peces que abandonaron el mar, para dar sus primeros pasos sobre tierra firme. Una historia llena de nombres tan rimbombantes como Acanthostega y Tiktaalik. Pero esos ‘héroes’ no conquistaron nada.

Agua protectora, para llevar

Esos primeros ‘tetrápodos’, peces con cuatro patas, necesitaban volver al agua para reproducirse. El agua hidrata, nutre y protege al embrión, el continente es un medio hostil. Y los amniotas solucionaron este problema con elegancia: envolvieron un trocito de océano en muchas membranas, y finalmente en una cáscara dura. Agua, nutrientes y protección, puestas para llevar. Y la conquista del continente fue, por fin, una realidad.

Aragón: póngame una docena

Aragón es un paraíso de la paleontología. Su complicada historia geológica, con los Pirineos y la cordillera Ibérica plegando la tierra, y un clima que limita la cantidad de vegetación, convierten a nuestra comunidad en un paraíso para hallar fósiles.

Los paleontólogos de vertebrados hablamos de la triple HUE para referirnos a los fósiles más abundantes: HUEsos, HUEllas y HUEvos. Aragón tiene un registro envidiable de huesos, con una docena de especies de dinosaurios incluyendo a Aragosaurus, el primer dinosaurio español. Además, se han descrito cocodrilos, tortugas, un pterosaurio y mamíferos. Los yacimientos de huellas de dinosaurio de Teruel formaron parte de la candidatura a Patrimonio Mundial de la Unesco. Y, sobre todo, Aragón es un referente en la explotación responsable del patrimonio paleontológico, con iniciativas como Dinópolis y sus centros satélite, y el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza y sus salas expositivas en diferentes municipios de Huesca y Zaragoza. Estos reciben miles de visitantes al año, utilizando un recurso natural de forma sostenible y arraigada al territorio.

Sin embargo, los huevos, la tercera pata del banco, han pasado relativamente desapercibidos. No hemos encontrado (de momento) huevos completos o nidos en los yacimientos de Zaragoza o Teruel. Pero sí miles de fragmentos de cáscara de huevo. Y, como toda la paleontología de Aragón, tienen una relevancia mundial.

El primer huevo descubierto en Loarre, durante los trabajos de restauración.
El primer huevo descubierto en Loarre, durante los trabajos de restauración.
Laura de Jorge Aranda

La historia de los huevos fósiles de Aragón, como casi todas nuestras historias paleontológicas, empieza en Galve, con acento alemán. En los años 60 varias expediciones alemanas exploraron este rincón turolense. Buscaban mamíferos mesozoicos, y para ello cogían rocas y las tamizaban, como buscadores de oro. Recuperaron miles de fósiles, incluyendo dientes de mamíferos, pero también peces, dinosaurios, anfibios, reptiles… y fragmentos de cáscara de huevo. En 1990, Rolf Köhring publicó el primer trabajo sobre estas cáscaras, pensando que eran de cocodrilo. Hoy sabemos que las mismas cáscaras se encuentran por miles en el Cretácico de Teruel. Eran de un dinosaurio herbívoro, parecido a Iguanodon. Su nombre (el del huevo, no el del dinosaurio, aún no hemos encontrado embriones) es Guegoolithus turolensis: el ‘guego’ de piedra de Teruel.

Hemos descrito más especies de huevo en Teruel (en Josa hay un yacimiento que aún dará más sorpresas), Huesca (la cáscara de huevo de cocodrilo más gruesa del mundo) y Zaragoza (se pueden ver en el Centro de Interpretación que acaba de abrir sus puertas en Villanueva de Huerva). Nuestro descubrimiento más importante es precisamente ese: una de cada dos muestras de roca de los ambientes adecuados tiene cáscaras. Es casi imposible cruzar Aragón sin pisar huevos fósiles.

Hasta hace poco, el único huevo fósil de Aragón era un ejemplar de menos de 5 cm encontrado en un campo de labor de Jatiel. Es un huevo de ave, de unos 10 millones de años. Hoy se encuentra en las colecciones del Museo de Ciencias Naturales de Unizar. Pero en 2019, la cosa cambió. El descubrimiento del yacimiento de huevos de dinosaurio de Loarre, donde hasta la fecha hemos recuperado varias docenas de huevos de dinosaurias titanosaurias, ha puesto los huevos fósiles de Aragón a la altura del resto de su registro paleontológico. Queda mucho trabajo por hacer, pero por fin la tercera HUE de Aragón está donde se merece.

Un laboratorio abierto

Desde el pasado mes de agosto, el equipo de huevos fósiles del grupo Aragosaurus-IUCA de la Universidad de Zaragoza se ha trasladado a Loarre. Allí, hemos abierto un pequeño laboratorio y una sala expositiva, que depende del Museo de Ciencias Naturales.

A diferencia de otros centros de interpretación, aquí no hay paredes de cristal. El visitante puede entrar al laboratorio y ver lo que estamos haciendo. Durante las visitas guiadas, son los paleontólogos, preparadores y geólogos quienes responden a las preguntas del visitante y muestran en qué están trabajando en ese momento. La propia exposición está viva: cambia según vamos haciendo nuevos descubrimientos y preparando nuevos ejemplares.

Hasta el momento, la experiencia está siendo enriquecedora. Romper la barrera entre el público y los científicos está ayudando a mostrar nuestro trabajo. Desmitificar la figura del paleontólogo (no somos Indiana Jones, somos mujeres y hombres normales, con una gran curiosidad y amor por nuestro trabajo) es muy importante. Poco a poco queremos que esta experiencia sea todavía más participativa y, gracias al Proyecto Paleolocal, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y el Fondo de Resiliencia, vamos a preparar talleres y campos de trabajo para que podáis no solo ver, sino también ayudar en la investigación. El patrimonio paleontológico es de todos, y entre todos tenemos que descubrirlo, protegerlo y disfrutarlo.

Miguel Moreno-Azanza grupo Aragosaurus-Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Ambientales de Aragón (IUCA) de la Universidad de Zaragoza

-Ir al suplemento Tercer Milenio

Apúntate y recibe cada semana en tu correo la newsletter de ciencia

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión