Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Luis Enrique y la novedad en el efecto Dunning-Kruger

Muchos de los millones de seleccionadores que hay en España criticaron a Luis Enrique. ¿Sabían más que él? Quienes más sobrevaloran su capacidad no son ni los que más ni los que menos saben, sino los de nivel intermedio. El problema es que ahí estamos la mayoría.

Luis Enrique, durante su último partido como seleccionador nacional, contra Marruecos, en el Mundial de Catar.
Luis Enrique, durante su último partido como seleccionador nacional, contra Marruecos, en el Mundial de Catar.
Matthew Childs / Reuters

A Luis Enrique se le discutió su lista de convocados para el Mundial nada más salió a comunicarla. El 7-0 a Costa Rica obró un paréntesis de calma, pero se cerró poco después de jugar contra Alemania y caer contra Japón. Siempre falta o sobra alguien cuando se pierde, así que cuando Marruecos eliminó a España, el que sobró fue también él.

Se dice que España es un país con 40 millones de seleccionadores, muchos de los cuales podemos juzgar proyectos y carreras enteras por un centímetro a izquierda o derecha de un poste de aluminio. Un centímetro que no es exactamente azar pero que se le parece y al que es así como solemos llamar. Es evidente que Luis Enrique pudo equivocarse, pero cuesta creer que todos sabíamos más que él y, aun así, casi todos lo pensamos.

Esa extraña distorsión tiene un nombre, se llama efecto Dunning-Kruger, y aunque se bautizó en 1999 se hizo especialmente conocido al inicio de la pandemia, cuando desde todos los rincones bullían voces bañadas en confianza y autoproclamadas como expertas. Se resume en que las personas más incompetentes tienden a sobrestimar su habilidad, mientras que ese desajuste entre confianza y realidad disminuye a medida que aumenta el conocimiento en cuestión. Ahora, un nuevo estudio ha añadido un matiz importante a ese efecto: la mayor distorsión no se produce entre quienes menos saben, sino en los niveles intermedios, en los que sí saben un poco al menos.

El matiz es importante, porque, como dice la física Joana Gonçalves-Sa, una de las autoras del estudio, y al igual que sucede con los millones de seleccionadores: "Ahí estamos la mayoría". O lo que es lo mismo, y mucho más allá del fútbol: tengamos cuidado al opinar.

El efecto vanidad

Dunning y Kruger son un dúo de psicólogos sociales que en 1999 analizaron cómo variaba la confianza en un ámbito en función de la competencia o conocimiento que se tenía sobre él. Estudiaron diversas habilidades y en todas resultaba un gráfico similar: las personas que más sobrestimaban su verdadero desempeño eran las que tenían en realidad menos conocimiento. A medida que este aumentaba, la autoevaluación se iba haciendo más precisa hasta que se llegaba a los mayores expertos, quienes tendían en cambio a infravalorarse.

Sus conclusiones se han repetido en varias ocasiones, pero el equipo de Gonçalves-Sa ha renovado el estudio del efecto vinculándolo al conocimiento sobre ciencia y a la actitud frente a ella. Los resultados están en forma de una prepublicación que ha ido actualizándose con diversas encuestas. La más grande de ellas es el Eurobarómetro sobre ciencia y tecnología, que a lo largo de los años ha recogido casi 85.000 entrevistas en 34 países diferentes. Allí han buceando entre los datos brutos y han aprovechado que entre las opciones de respuesta a preguntas sobre conocimiento está el más que legítimo: "No lo sé". Así han podido calcular la diferencia entre lo que realmente saben y el nivel de seguridad que tienen quienes contestan. La gráfica resultante es una U achatada e invertida, un elefante en las tripas de una boa. La mayor distorsión no está en los que menos saben, sino en todo el rango intermedio.

Dunning ya había propuesto en 2017 que había una ‘burbuja de humildad en el principiante’ y que el efecto seguramente aparecía cuando este adquiría un cierto grado de conocimiento. Algo que no se veía en sus estudios iniciales, que analizaban habilidades muy generales y que todo el mundo tenía en mayor o menor medida. Como decía Alexander Pope, parece que "un poco de conocimiento es algo peligroso".

Una cuestión de actitud

Para explicar los problemas de desconfianza ante la ciencia, una teoría dominante en el pasado fue la del ‘modelo del déficit’. Asumía que estos se debían meramente a la falta de conocimiento y de ahí infería que "saber es amar", pero fue desacreditada y abandonada hace años.

Cuando los autores de la prepublicación añadieron las preguntas sobre confianza en la ciencia en sus cálculos hallaron otra U invertida, un nuevo elefante en la boa. La peor actitud no estaba en quienes menos sabían, sino nuevamente en quienes más se sobrestimaban, en los que sí sabían un poco. El dato coincide con otros estudios en los que las actitudes negacionistas suelen concentrarse en quienes muestran más distorsión y exceso de confianza.

¿Qué hacer entonces para, sin perder cierta capacidad crítica, reducir ese peligroso recelo? Esto es lo que los autores proponen: "Ofrecer información incompleta, parcial o simplificada ─como los comunicadores de ciencia a menudo hacen─ puede ser contraproducente, ya que quizás ofrezca al público una falsa sensación de conocimiento que provoque un exceso de confianza y menos apoyo"

De ahí que habría que "compartir no solo información correcta y precisa, sino también grandes cantidades de humildad, tanto por parte de los científicos como del público. Es una tarea difícil de conseguir, aunque seguramente fundamental (…) si queremos dejar atrás un mundo de posverdad y evitar los peligros del ‘un poco de conocimiento’".

Es decir, y volviendo al Mundial: no se trata de entrar todo el tiempo y a fondo en los sistemas del juego de triangulación o la periodización táctica, pero tampoco limitarnos al simple y autoconclusivo ‘el fútbol es así’, un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania. Porque no siempre resulta tan evidente reconocer que no es verdad.

Suerte ahora, Luis (de la Fuente).

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