Tercer Milenio

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Contaminación lumínica y salud: apaga la luz para dormir y vivir

Para vivir necesitamos luz..., pero también ausencia de luz. Exponernos a patrones regulares de luz y oscuridad es lo que marca el compás del reloj biológico corporal, nuestro ritmo circadiano interno. La importancia de esta necesidad básica es tan grande que el riesgo de desarrollar enfermedades como la obesidad, la diabetes o el cáncer aumenta de forma significativa si el ritmo luz-oscuridad se interrumpe.

Espectáculo de luces con motivo de la Navidad en el parque Ibirapuera, en Sao Paulo.
Espectáculo de luces con motivo de la Navidad en el parque Ibirapuera, en Sao Paulo.
Isaac Fontana / Efe

Es una cuestión de biología básica que, para sobrevivir, los seres humanos necesitamos cubrir necesidades como comer, asearnos o dormir. O, para ser más exactos, comer sano, asearnos a diario y dormir a oscuras. ¿Por qué a oscuras? La luz (o más bien su ausencia) es una necesidad básica que tendemos a pasar por alto. Quizás porque ignoramos que lo que marca nuestro ritmo circadiano interno, el tic tac del reloj biológico corporal, es exponernos a patrones de luz y oscuridad regulares. Tan importante es que si el ritmo se interrumpe, aumenta drásticamente el riesgo de desarrollar enfermedades como la obesidad, la diabetes o el cáncer.

Todo brilla

Nerea tiene 7 años, veintiséis pecas repartidas entre los dos mofletes (se las ha contado su abuela) y un acuciante miedo a la oscuridad. Duerme con uno de esos muñecos con forma de oruga a los que se les enciende la cara con solo achucharles un poco. Y últimamente, cuando papá se va del cuarto creyendo que está dormida, se levanta de puntillas y sube un poco la persiana para que entre la luz de los copos de nieve de led que han colocado en su calle por Navidad. ¡Ojalá las dejaran todo el año!, piensa para sus adentros mientras se acurruca bajo el edredón.

Lo que Nerea claramente ignora es que puede que así ahuyente al miedo a la oscuridad, pero se expone a otros problemas mayores. Usar luz artificial por la noche no solo nos impide disfrutar del espectáculo de una noche estrellada o distinguir la Vía Láctea. Eliminando la oscuridad también atraemos enfermedades como el cáncer y la diabetes, nuestra salud mental se resiente y dañamos el medio ambiente.

Por eso actualmente los expertos manejan una definición bastante amplia de contaminación lumínica: el uso inapropiado o excesivo de luz artificial que puede tener consecuencias graves para la salud humana, la vida silvestre o el clima. Y eso incluye tanto el uso de pantallas como la iluminación interior de nuestras casas y el alumbrado de las ciudades y de las carreteras.

Si la oscuridad química se apaga…

Quienes más saben de la relación entre la falta de oscuridad nocturna y la salud son los cronobiólogos, entre ellos María Ángeles Bonmatí, de la Universidad de Murcia. El eje de sus investigaciones es precisamente ese reloj biológico, localizado en una pequeña porción escondida de nuestro cerebro (concretamente, en los núcleos supraquiasmáticos) y encargado de sincronizar los procesos fisiológicos para que nuestro organismo funcione lo mejor posible a lo largo del día y durante la noche. Solo tiene un pequeño ‘punto débil’, y es que necesita ponerse en hora cada día, porque el reloj biológico tiende a retrasarse.

Pues bien, la principal responsable de ese reinicio diario es precisamente la alternancia diaria entre la luz del día y la oscuridad nocturna. El reseteo horario estuvo ocurriendo de forma natural al final día tras día durante millones de años, hasta que, de repente, ¡zas! Llegó la luz eléctrica. Y todo se fue al traste.

El peligro de que la luz no se apague es que dejamos de sintetizar una hormona llamada melatonina. Esta molécula se encarga de transmitir la señal temporal rítmica del cerebro a todos los órganos y tejidos. Y lo hace de una manera sencilla: valores bajos durante el día y elevados cuando anochece. Por eso se le denomina ‘oscuridad química’.

La clave está en que las funciones de esta hormona van mucho más lejos de informar al organismo de que la noche ha llegado e inducir el sueño. La melatonina también es un agente antioxidante, inmunoestimulante y oncostático para ciertos tipos de cáncer.

"Cuando la noche no es lo bastante oscura, los ritmos circadianos tienden a desorganizarse, y esto tienen consecuencias directas en nuestra salud", aclara María Ángeles Bonmatí. "Hay investigaciones que relacionan el nivel de contaminación lumínica general, el brillo nocturno medido a través de satélite, con ciertos tipos de cáncer. Es complicado porque hay factores de confusión, dado que en ciudades sobreiluminadas también suele haber más niveles de contaminación atmosférica", matiza.

Aún así existen estudios que, eliminando esos factores, siguen encontrando indicadores de peor salud y riesgo de enfermar de cáncer de mama allí donde las calles brillan más por la noche. Incluso hay pruebas claras de que pasar tiempo en zonas sobreiluminadas aumenta el consumo de somníferos y/o hipnóticos. Es cierto que en España las casas suelen tener persianas, pero según Bonmatí tienen la pega de que "impiden que entre a la habitación la luz del sol cuando amanece, y acabamos usando el despertador, que suele generarnos un despertar súbito".

El cáncer no es el único efecto secundario no deseado de que la luz nos acompañe las 24 horas del día. Una reciente revisión sobre los efectos de la contaminación lumínica en la salud basada en artículos científicos publicados entre 2018 y 2022 identificó también importantes trastornos del sueño, reducción de la fertilidad, problemas de obesidad y neurodegeneración. Incluso podría alterar la composición de la microbiota intestinal, cuyo desequilibrio se ha relacionado con enfermedades inflamatorias, cáncer, trastornos de la conducta y párquinson, entre otros.

Está claro que si a nivel global tomásemos la decisión de reducir la luz nocturna de las calles y las carreteras al mínimo, ganaríamos en salud.

Londres 2012 y 2022. A vista de astronauta, las luces de las ciudades han pasado del anaranjado al blanco debido a las luminarias led.
Londres 2012 y 2022. A vista de astronauta, las luces de las ciudades han pasado del anaranjado al blanco debido a las luminarias led.
NASA / ESA / A. Kuipers / S. Cristoforetti / A. Sánchez de Miguel

El color de la luz nocturna importa: mejor naranja que azul

Es frecuente asociar el concepto de contaminación lumínica a derroche energético. Y ahora que en la iluminación urbana hemos cambiado la mayoría de las bombillas incandescentes por leds que apenas consumen electricidad, "quienes toman decisiones creen que eso les da carta blanca para iluminar sin control las ciudades", advierte María Ángeles Bonmatí. Pero se equivocan: que nos salga ‘barato’ no implica que no contamine.

Los números hablan por sí solos. En una noche estrellada, la luminancia medida en lux (lumen/m²) es de 0,001 lux. Si hay luna llena, sube ligeramente hasta 0,3 lux. Y las luces de exterior pueden llegar a dispararla hasta nada menos que 150 lux. Una barbaridad si tenemos en cuenta que las personas más sensibles reducen la producción de melatonina nocturna a partir de 6 lux.

Según Bonmatí, la luz led podría ser una tecnología muy útil, pero se está usando mal. "Sin ir más lejos, las ciudades han pasado de tener un colorido amarillento a lucir un color blanquecino por las noches, quizás porque, al principio, el precio del led blanco era más reducido, pero definitivamente este cambio no beneficia a la salud", subraya la cronobióloga española.

¿Por qué hemos salido perdiendo en el cambio reciente de luces anaranjadas a luces blancas o azuladas? La razón se explica en dos brochazos: las longitudes de onda que inhiben con más fuerza la secreción de melatonina son las que se encuentran en el rango de los 460-480 nm, correspondientes a la luz azul. Y, como consecuencia, exponernos a ellas empeora la calidad del sueño nocturno, lo que se traduce en el aumento de una amplia gama de enfermedades crónicas.

No hace mucho, investigadores de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) llevaron a cabo un experimento en el que comparaban el efecto de exponerse a luz azul o a luz verde durante 6 horas y media. Para su sorpresa, la luz azul suprimía la melatonina el doble que la luz verde y generaba un desfase de nada menos que tres horas en el ritmo circadiano. Otro estudio de la Universidad de Haifa (Israel) estimó diferencias aún mayores entre la luz blanca y la luz anaranjada: la primera suprimiría la síntesis de melatonina en humanos hasta cinco veces más.

Cerrar las persianas a cal y canto cada noche es lo ideal. Pero si esta opción no existe, los expertos recomiendan usar antifaces y colocar la cama lo más lejos posible de la ventana, orientada de modo que la luz nunca nos dé directamente en la cara.

¿Y qué pasa durante el día? ¿Sigue siendo la luz azul nuestra enemiga? Todo lo contrario. Mientras estamos despiertos, nos interesa suprimir la secreción de melatonina para mantener los niveles de alerta, bienestar y rendimiento cognitivo óptimos. Si no recibimos luz solar directa porque pasamos mucho tiempo en espacios cerrados sin grandes ventanales, lo inteligente es alumbrarnos con luz artificial blanca o azulada hasta el atardecer.

Demasiada luz en los hospitales

Que dormir lo suficiente es fundamental para estar sanos es algo que, a estas alturas, todos tenemos claro. Pero ¿qué ocurre cuando nos ingresan en un hospital y, además de estar ingresados, no podemos dormir bien? 

"Especialmente en las unidades de cuidados intensivos (UCI), la luz permanece encendida durante ciertos momentos a lo largo de la noche y también se suceden periódicamente ruidos que dificultan en gran medida el buen descanso nocturno del paciente", explica Mari Ángeles Bonmatí. La cosa no mejora en las habitaciones de planta de los hospitales, donde es habitual establecer protocolos de control que implican despertar al paciente por la noche o a primeras horas de la madrugada con el fin de tomar la temperatura o administrar un tratamiento. Resulta paradójico, teniendo en cuenta que dormir mal puede provocar retraso en la curación o empeorar una enfermedad. Justo lo contrario de lo que se persigue en un centro hospitalario.

Por eso en 2016 varias instituciones científicas entre las que se encuentra el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia al que pertenece Bonmatí pusieron en marcha el proyecto ‘SueñOn’ para acercar la evidencia científica disponible al personal responsable de los cuidados y proporcionarle herramientas y protocolos de actuación para mejorarlos. Porque, a veces, respetar el sueño puede ser la mejor píldora.

Menos oscuridad implica menos salud

Hace décadas que sabemos que la contaminación lumínica altera el ritmo circadiano de insectos, aves y mamíferos hasta el punto de provocar el suficiente número de muertes prematuras para que la biodiversidad se resienta. Pero hasta hace poco no hemos empezado a tener evidencias de que robarle la oscuridad a la noche tampoco nos sale gratis a los humanos.

  • Más partos prematuros Científicos de la Uuniversidad de Lehigh (EE. UU.) demostraron el año pasado que la luz artificial nocturna aumenta el riesgo de parto prematuro en un 12,9% y reduce el peso medio al nacer.
  • Glucosa descontrolada Un estudio llevado a cabo en China concluyó que el exceso de luz artificial en exteriores trastoca el control de la glucosa en sangre y dispara el riesgo de padecer diabetes. Según sus cálculos, solo en el gigante asiático podría haber 9 millones de diabéticos más por culpa de la iluminación nocturna.
  • Crece el número de obesos El riesgo de acumular grasa de más en nuestro cuerpo crece significativamente con la contaminación lumínica. Un estudio reciente dado a conocer en ‘Environmental Health’ estimaba que el aumento de las luces de exterior se asocia a un incremento de la obesidad del 12% en hombres y el 19% en mujeres. Además de que podría fomentar la hipertensión, uno de los principales detonantes de los problemas cardiovasculares.
  • Cáncer Investigaciones recientes han confirmado que existe una relación directa entre la contaminación ambiental y el cáncer de mama. Sin embargo, parece que el exceso de luz no aumenta la incidencia del cáncer de próstata.

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