entrevista

Francisco de Roux, mediador jesuita: "En una guerra no hay salida por medio de las armas"

El sacerdote colombiano fue mediador entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en las conversaciones de paz en La Habana en 2016.

Francisco José de Roux, jesuita colombiano.
Francisco José de Roux, jesuita colombiano.
José Miguel Marco

Francisco José de Roux (Cali, Colombia, 1943), sacerdote jesuita, fue mediador en el diálogo de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en 2016. Ha visitado Zaragoza recientemente para participar en una jornada de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP), donde ha presentado el informe 'Hay paz si hay verdad', en el Centro Pignatelli. Durante las negociaciones de paz fue presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, que terminó con los acuerdos de paz de La Habana (Cuba).  

Fue subdirector e investigador en el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) de 1982 hasta 1986, director del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús y director del Cinep desde 1987 hasta 1993. En 2008, fue provincial de la Compañía de Jesús en Colombia. Fundó la Corporación Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y el primer laboratorio de paz de Colombia en un modelo de articulación con la Iglesia, la empresa, los gobiernos locales y las organizaciones sociales.  

Es su primera visita a Aragón, pero me han dicho que en Colombia, cuando era niño, estudió en un colegio que se llamaba Nuestra Señora del Pilar. ¿Tenía alguna vinculación con Zaragoza?

Mi Primaria, mis primeros cinco años de niño fue en ese colegio, en Cali. No sé si existe todavía, pero era de una pareja de alemanes que habían pasado por Aragón y querían mucho a Nuestra Señora del Pilar.

¿Qué recuerda de esos años? ¿Era ya una persona conciliadora?

Mis recuerdos son de una vida común y corriente, de jugar a fútbol, de vivir la vida en el colegio. Luego estudié con los jesuitas el bachillerato y desde muy joven, a los 16 años, ingresé al noviciado.

Estudió en Colombia, en la London School of Economics de Londres y en la Sorbona de París. ¿Qué le llevó a estudiar filosofía y economía?

Todo es complementario. Al terminar los estudios de filosofía comencé a vivir en barrios muy pobres, mientras me mandaron como profesor a la universidad de los jesuitas en Bogotá. Sentí muy duro la situación de la exclusión y la inequidad, y para comprender lo que estaba pasando sentía que no me bastaban los estudios de filosofía y teología, para poder hacer algo serio por la gente que sufría tanto. Pensé que para comprender eso tenía, que saber economía.

"Mi familia no tuvo nunca necesidades, pero sí vi sufrir a mucha gente en Colombia"

¿No creció en un entorno en el que tuviera privaciones económicas?

No. Mi familia no tuvo nunca necesidades, pero sí vi sufrir a mucha gente en Colombia. Y por eso los estudios de economía. Eso me sirvió para empezar el programa de desarrollo y paz en uno de los territorios más duros de Colombia, donde la guerra era más fuerte, en el Magdalena Medio, nombre que hace referencia al río grande de la Magdalena que atraviesa Colombia de sur a norte y va a desembocar en el Caribe. Teniendo estudios de economía podía sentarme a hablar con economistas del país y a nivel internacional. Aunque fue un trabajo que hicimos con la iglesia y las universidades, pero sobre todo, con las organizaciones de la gente, de pescadores, mujeres, campesinos, sindicatos, para demostrar que en medio del conflicto era posible emprender un desarrollo que nos llevara a la paz.

En ese camino terminó siendo mediador de las conversaciones en La Habana (Cuba) entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, en 2016, que terminaron con un acuerdo de paz.

En los 14 años que pasé en el Magdalena Medio, en la época más dura del conflicto llegué a tener conversaciones muy a fondo con la guerrilla, los paramilitares y los militares y a buscar caminos humanos para que se respetara la vida de la gente. Eso fue un buen conocimiento para ayudar más a la paz. Me impactó mucho la situación de las víctimas, el sufrimiento de la gente, el desplazamiento masivo, la forma como le quitaban a los campesinos sus tierras, los asesinatos y las masacres.

¿Cómo se puede seguir adelante en ese entorno de violencia o emprender?

Acompañar al ser humano, a las mujeres, los niños, a los hombres sufriendo me parecía casi una obligación ética. Cómo poder vivir allí sin estar al lado de los que están sufriendo. Aprendí mucho del coraje, de la decisión de seguir adelante de las víctimas, de los esfuerzos, tanto de los que se desplazaban, agotados del miedo y terror, como de los que decían ‘sea lo que fuera de aquí no nos vamos a ir’. Como el campesino que te dice ‘yo no tengo nada más que esta parcela y no me la puedo echar al hombro, tengo que quedarme cultivando maíz y frijoles, no tengo otra alternativa’. Entonces buscamos formas que se daban en las comunidades para poder resistir a la violencia sin armas. Eso me ayudó cuando llevamos a las negociaciones de La Habana a las víctimas, de todos los lados, que hablaran de lo que había pasado y el nivel de sufrimiento que la guerra había producido.

"Si una guerra no se para inmediatamente, cuando está empezando, la guerra se degrada, se hace cada vez más violenta y cada vez más los que mueren son población civil y menos los hombres que están con armas en sus manos"

¿Cree que se puede aplicar algo de lo aprendido allí a la guerra en Ucrania?

Claro que sí. Mi reflexión, después de haber acompañado el conflicto de Colombia desde 1984, cuando comencé a ser parte de comisiones de paz, yo diría que si una guerra no se para inmediatamente, cuando está empezando, la guerra se degrada, se hace cada vez más violenta y cada vez más los que mueren son población civil y menos los hombres que están con armas en sus manos. Es muy fácil empezar una guerra, pero una vez que te metes en la guerra es sumamente difícil pararla. Finalmente se termina mediante una negociación de paz porque no hay salida por medio de las armas. Ni vas a acabar de destruir a Ucrania ni a Rusia.

La guerra no soluciona nada. Te lo digo en un país que vio morir a 110.000 jóvenes que tenían armas entre militares, guerrilleros, policías y paramilitares, pero por cada persona que tenía armas y murió, murieron en Colombia ocho o nueve civiles. Las guerras terminan siendo guerras contra la población civil.

¿En qué punto se encuentra Colombia en la actualidad?

Se hizo el acuerdo de paz entre el estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Fue muy importante. Después de haber pasado por el periodo más duro, cuando ya la guerra se descompone, que se vuelven locos de las dos partes y llegan a las atrocidades más graves, porque las dos partes llega un momento en que consideran que hay alguna posibilidad de que el otro gane, y para las dos partes la derrota es inaceptable. En Colombia se produjo la incorporación de niños a la guerra, la utilización del cuerpo de las mujeres como campo de combate, los falsos positivos de parte del Estado que fue el asesinato de jóvenes inocentes, que no tenían nada que ver con la guerra, de sectores pobres, para que no fueran personas importantes, asesinados como terroristas para poder darlos de baja en combate y mostrarle a la población que se está ganando la guerra. O las masacres de pueblos enteros. Eso pasa en las guerras.

A finales de 2016 esa guerra grande terminó con el acuerdo. Se firmó un acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC, que el 85% de los hombres de las FARC cumplieron, pero quedó un reducto que confirma lo que se ha llamado las disidencias de las FARC, que siguen en la guerra.

"El narcotráfico ha penetrado la justicia, ha acrecentado la corrupción y tiene un gran poder económico. Si esto no se para, en Colombia no será posible la solución del conflicto"

¿El Gobierno cumplió también con el acuerdo de paz?

Desafortunadamente el Gobierno que siguió era de un partido que es el centro democrático que se opuso al acuerdo de paz. No destruyó el acuerdo pero no lo implementó con la determinación, amplitud e inversión de recursos que necesitaba. Eso complicó mucho las cosas. Tuvimos muchos muertos, líderes populares asesinados por múltiples fuerzas, disidencias de las FARC y paramilitares y 340 hombres y mujeres de las FARC que habían firmado la paz, que no querían la guerra, y murieron asesinados. Estas guerrillas más pequeñas han llevado al Gobierno a plantear la 'paz total'. Incluye el sometimiento a la justicia de los grupos vinculados al narcotráfico que tienen armas y que están en guerra también.

¿Qué papel juega el narcotráfico en el país y en el conflicto armado?

La influencia es enorme y mientras haya narcotráfico no habrá paz en Colombia. Hoy en día la guerra es una sola, une la insurrección armada política, los grupos ambiguos entre lo político y el narcotráfico y los de narcotráfico. El narcotráfico ha penetrado la justicia, ha acrecentado la corrupción y tiene un gran poder económico. Si esto no se para, en Colombia no será posible la solución del conflicto.

¿Hay responsables de que no se termine con el tráfico de drogas?

No podemos decir que los grandes responsables son los países que hacen la demanda, porque a ella están respondiendo campesinos que siembran la coca, pero la pregunta es por qué los campesinos del Ecuador no siembran, los del norte de Brasil, de Guatemala o Nicaragua. Nosotros destruimos el campesinado. La guerra destruyó el campesinado y el modo de desarrollo. El campesino sin la reforma rural integral que se pidió en el acuerdo de paz, fue expulsado de la frontera agrícola, contra la selva. Ese campesinado empobrecido, sin carreteras para sacar sus productos, sin tecnología, sin créditos, se refugió en la coca. Por eso es tan importante recuperar el campesinado. Colombia es un país verde, con muchísimos ríos, tiene todas las cualidades para ser una despensa mundial de alimentos.

Que tanta falta hace ahora.

Sí. El pueblo colombiano no quiere más guerra, queremos la justicia social y el respeto a la dignidad humana, pero el grito de Colombia es 'paren esa guerra, párenla ya'.

En estos años, ¿se ha sentido amenazado?

Sí. me han tocado episodios de amenazas, de estar al borde que te eliminen, pero nunca me ha preocupado eso, honradamente. Cuando uno se mete en la vida religiosa, uno se pone a buscar a Dios toda la vida, en medio de la incertidumbre de la fe, pero tiene una inmensa confianza de que la existencia humana no termina con la muerte. Me ha dolido no poder hacer más, ver que las expectativas son inmensas y tú siempre te quedas corto, que uno muchas veces se equivoca tratando de ayudar. Me ha dolido la pérdida de las personas cercanas, amigas. Vi morir a 24 personas que trabajaban conmigo e hice el funeral de la mayor parte de ellas.

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