Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Desafíos globales

¿Es factible una aviación comercial sostenible?

Los vuelos comerciales son un importante foco emisor de gases con efecto invernadero. Dada la inviabilidad de prescindir de ellos por completo o en gran medida, urge encontrar una alternativa que los haga más sostenibles medioambientalmente. Y los científicos creen tener la respuesta: los SAF (combustibles para aviación sostenibles). Una alternativa que, sin embargo, tendrá un precio. ¿Estamos dispuestos a asumirlo?

Urge reducir las emisiones correspondientes a la aviación
Urge reducir las emisiones correspondientes a la aviación
Verovera78 / Flickr

La aviación comercial es una de las principales fuentes de emisión de gases invernadero de planeta. Los aviones comerciales emiten del orden de 20 millones de toneladas de CO₂ a la atmósfera anualmente. Lo que representa el 3,5% de las emisiones totales. Tal vez, dicho así no parezca tanto. Pero otros datos resultan bastante más esclarecedores al respecto: un vuelo de Londres a Nueva York supone una emisión de 1.000 kg de CO₂ por pasajero. Más que las emisiones medias anuales de un ciudadano de una cincuentena de países como, por ejemplo, Nicaragua. Una escandalosa comparación que pone en evidencia la necesidad de reducir las emisiones correspondientes a la aviación. Más aún cuando muchos de esos pasajeros viajan por motivos recreacionales o, cuando menos, 'negociables': para llegar a su destino vacacional, o para asistir a una reunión o un congreso al que también se puede acceder virtualmente.

Pero, ¿qué opciones hay para recortar esas emisiones? Una posibilidad es limitar de forma drástica el número de vuelos comerciales. La pandemia redujo a la mitad el consumo de combustible de la industria aeronáutica debido a la reducción de desplazamientos y los confinamientos estrictos. Pero 'confinar' de nuevo a la población no parece una solución ideal. Eso, por no hablar de lo injusto que sería para todas las personas que trabajan todo el año para disfrutar de una merecida quincena de vacaciones. Como parte interesada, puedo adelantar que a la mayoría nos costaría aceptarlo y asumir que, definitivamente, no trabajamos para vivir, sino que solo vivimos para trabajar.

Una segunda opción es viajar por medios más sostenibles: en el año 2019 la activista medioambiental Greta Thunberg atravesó el Atlántico para asistir a la Cumbre del Clima en Madrid en un transporte sostenible: una pequeña embarcación de 15 metros. Tardó 21 días en llegar a Lisboa, en un viaje que resultó cualquier cosa menos placentero -además de costoso y que pudo realizar gracias al altruismo de particulares y organizaciones-. Y completó su viaje hasta Madrid con un desplazamiento en tren que cubrió los 500 km que separan ambas capitales en 'apenas' 9 horas. Una alternativa que para la mayoría implicaría consumir los quince días de descanso en una odisea de viaje.

Así pues, la cuestión no es cómo reducir las emisiones de la aviación comercial, sino si existe alguna alternativa, ya no viable, sino asumible por esos mismos trabajadores que anhelamos esa quincena de asueto para escapar bien lejos de su rutina diaria y/o para ver un poco de mundo sin que sea a través de una pantalla. O, dicho de un modo más pragmático, si existe una alternativa que no implique renunciar a los viajes en avión.

Y por fortuna si la hay. Y gracias, irónicamente a la industria (y a la investigación) química: los denominados combustibles para aviación sostenibles (o simplemente SAF, por sus siglas en inglés). Esto es, biocombustibles obtenidos a partir de desechos, residuos y otras fuentes de carbono -que de otro modo acabarían entrando en la atmósfera-. 

Un ejemplo es el queroseno obtenido a partir de desechos alimenticios y de la industria alimentaria. El primer paso es convertir estos desechos en ácidos grasos volátiles o de cadena corta. A continuación, estos ácidos grasos se hacen pasar a un reactor a través de un lecho de perlas de óxido de zirconio que actúan como catalizador y los convierte en cetonas de cadena corta; que acceden a otro reactor donde atraviesan un lecho de bolas cubiertas con platino que, a su vez, cataliza su conversión en hidrocarburos de cadena larga; que, una vez separados en fracciones, ya pueden ser empleados como combustible.

Y se han desarrollado -o se están desarrollando- otros procesos semejantes con basura urbana, residuos de la industria agrícola y de la industria forestal como fuentes de partida.

No obstante, y al menos a corto y medio plazo, los SAF tampoco son la panacea: en primer lugar, está la cuestión de su viabilidad a gran escala. Una duda que casi ofende a los investigadores implicados -y a los que no-, quienes tienen clara la respuesta: esta tecnología tendrá éxito. Lo que no está tan claro es cuantos proyectos e intentos serán necesarios antes de alcanzar la meta. El método ensayo-error sobre el que se sustenta la ciencia.

Más peliaguda es la cuestión del incremento del coste del pasaje. Al menos a medio plazo, producir estos combustibles sostenibles es y seguirá siendo sensiblemente más caro que producir queroseno convencional. De hecho, se estima que, en el momento actual, es tres veces más costoso, aunque también se asume que conforme se optimicen los procesos y se apliquen a mayor escala estos costes se irán equiparando. Pero para eso aún falta.

Así pues, y volviendo al punto de despegue de este artículo, la decisión clave puede ser si estamos dispuestos a pagar un poco más por un billete para preservar el planeta. ¿Lo estamos?

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