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Educación de calle en Zaragoza: un oficio y un servicio sin fuegos de artificio

Este programa municipal trabaja en diferentes barrios de la ciudad con niños y niñas de entre 8 y 16 años para minimizar los riesgos de exclusión social mediante actividades encaminadas a la generación de confianza.

El educador Adrián Bailach salta a la comba con algunos de sus pequeños en el Arrabal.
El educador Adrián Bailach salta a la comba con algunos de sus pequeños en el Arrabal.
Oliver Duch

“¿Educación de calle? Pues no sé exactamente lo que es, ¿algo de la pandemia para evitar los espacios cerrados?”. “Sí, sé lo que es; se hace mucho en América Latina, en los suburbios”. La descripción de “oír campanas y no saber dónde” se ajusta a la conciencia que tiene buena parte de la población sobre este servicio, de titularidad municipal y ejecución privada, que en Zaragoza lleva el área de Servicios Sociales Comunitarios del Consistorio. La firma adjudicataria del servicio desde 2019 es la Cooperativa Prides: Roberto Gutiérrez es su coordinador del área de infancia, núcleo poblacional sobre el que incide este recurso educativo que se ocupa sobre todo de niños y niñas en peligro de exclusión por el rango socioeconómico de sus unidades familiares.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la oenegé Intermón Oxfam, las posibilidades para ascender en la escala socioeconómica se reducen en los últimos tiempos. De hecho, la pobreza se hereda: una familia con pocos ingresos tarda cuatro generaciones en llegar a la media en España, mientras que en países como Colombia, donde también existe el proyecto de educación de calle, se tarda hasta 11 generaciones. Y los niños en esa situación viven circunstancias que marcar su presente y pueden condicionar su futuro. 

“Con Prides llevo 20 años, desde que se fundó -apunta Gutiérrez- y aunque ya estábamos en el proyecto en algunos enclaves de la ciudad, como empresa adjudicataria gestionamos el proyecto al completo en Zaragoza desde hace tres años; son nueve distritos en tres lotes (Actur, Arrabal y Casco Viejo, Las Fuentes-San José-Torrero y Delicias-Oliver-Valdefierro) y 18 educadores, que trabajan en parejas de mujer y hombre para que haya un modelo coeducativo patente. Si es por nosotros, no debe extrañar a ningún niño que una mujer les enseñe a jugar al fútbol y un hombre a cocinar, a pesar de lo que hayan visto u aprendido. Hay que tener en cuenta que muchos de los pequeños traen de sus diversas procedencias valores muy arraigados de otras culturas en este sentido”.

Formas y fondos

La metodología tiene tres patas. La primera son las rondas por los barrios, desde la calle a centros comerciales; luego llega la intervención y el trabajo para establecer el vínculo con los menores, a fin de tener un impacto educativo a través de actividades consensuadas con ellos; por último, se efectúan derivaciones de los grupos o individuos a otros recursos de la ciudad, con su correspondiente seguimiento.

“Si la lucha contra la pobreza y la discriminación fuera una guerra, que lo es, los educadores de calle -apunta Gutiérrez- estarían en la trinchera; es ante todo un trabajo preventivo, no punitivo, que atiende a unos 400 niños y niñas en edades que van de los 8 a los 16 años y algunos menores que tienen enlaces con los que están en el programa, a fin de no crear nuevos problemas disgregando unidades familiares en las actividades. En algunos casos ya estamos trabajando con terceras generaciones de usuarios. Por medio de actividades atractivas para los chavales, se inculcan hábitos y valores para qu se vayan construyendo como personas críticas y participativas”.

A los muchachos se les proporcionan herramientas básicas, tratando de paliar el fracaso escolar o el absentismo. “También damos seguimiento a quienes ya han pasado por el proyecto; se genera un vínculo afectivo que no debe romperse. Incluso hemos tenido ya educadores que fueron usuarios; recuerdo ahora a un chaval que pasó por todo tipo de vicisitudes, algunas muy duras, y halló en esta actividad una salida ilusionante; ahora trabaja, es padre de familia y se ha superado de una manera magnífica”, explica Gutiérrez.

Un impulso vocacional

Javier García y Alejandra Navarro son trabajadores sociales y llevan la educación de calle en el Actur. “Siempre quise hacer algo útil para la gente que tiene menos oportunidades -explica Javier- y llegué a este programa a través de una oferta del CIPAJ, tras pasar por un CTL (Centro de Tiempo Libre). Llevo 15 años en esto”. “Mi caso es parecido, tenía los mismos intereses -apunta Alejandra- y me marché a Senegal para trabajar allá educación de calle. Cuando volví aquí, también tras CTL, entré en educación de calle y estoy aquí desde hace años. El punto clave es la vinculación con los niños; en Senegal era más complicada, por el idioma, ya que no hablaban mucho francés y recurríamos mucho al gesto”.

Javier abunda en el hecho de la generación de confianza. “En este trabajo hay que ser auténtico, no juzgar a los pequeños, generar respeto mutuo no poniéndonos por encima ni por debajo; te acercas a ellos, no los esperas en un lugar, y eso ya llama la atención de muchos. Nos cuentan su vida, sus alegrías y problemas, y están cómodos; jugamos, charlamos, promovemos y realizamos actividades, les acompañamos a sitios cuando lo necesitan, incluso a la puerta de su casa, a un centro de tiempo libre o casa de juventud cuando se acaban las actividades… así se crea afecto mutuo también. Trabajamos mucho con valores transversales, el tema de las corresponsabilidades, la actitud afectivo-sexual, la igualdad de tareas teóricamente asignadas a un sexo en la sociedad… se les habla de afecto, de dar espacio o de correcciones vinculantes a la conducta en el grupo, según las edades”.

"El contenido de las actividades es muchas veces a demanda de los chavales; si organizamos una clase de comida, todos curramos, asignamos tareas y listo"

Alejandra explica que en el Actur tienen “dos grupos de adolescentes. Están empezando a abrirse al mundo, y saben que pueden recurrir a nosotros para recabar información que necesitan y no encuentran en otros sitios. Así aprenden a tomar decisiones libres, desde el respeto. Va desde un videofórum sobre una película que vemos a una charla sobre el uso responsable de las redes sociales, o cómo hacer un mejor vídeo… el contenido de las actividades es muchas veces a demanda de los chavales; si organizamos una clase de comida, todos curramos, asignamos tareas y listo”.

Eficacia versus efectismo

Los educadores coinciden en decir que la educación de calle no comprende actividades muy efectistas ni espectaculares. “A unos peques en la calle -explica Roberto- los puede captar una secta, una banda, un grupo de scouts o un equipo deportivo; a veces, el factor diferencial es mínimo, y estriba en el grupo de socialización con el que cuentas. Y si llevas eso al coste social, la prevención siempre es más barata que el inicio de detenciones, procesos judiciales, programas de desintoxicación… si se invirtiera más en este programa y pudiéramos tener el doble de educadores en la calle, sobre todo en las zonas más pobladas e inabarcables para una sola pareja de profesionales, el rendimiento de cada euro invertido sería tremendo”.

"No falta quien se queda en la anécdota y no ve el fondo del asunto"

Javier apunta que dentro del gremio educativo también cuesta a veces ver la funcionalidad de este programa. “No falta quien se queda en la anécdota y no ve el fondo del asunto, el trabajo que implican esos juegos y actividades que aparentemente son solo lúdicas. Desgraciadamente, muchas veces no se valora lo que no produce un rendimiento económico literal, olvidando el bien social generado”.

Los objetivos marcados tienen más que ver con el nivel cualitativo y participativo que con el factor cuantitativo. “El cumplimiento de los objetivos no es tan importante como el modo en el que se ha llegado a él, qué poso ha dejado en los chavales. En el Actur hay dos equipos deportivos en el que se trabaja en asamblea tras los entrenamientos como un proceso de autoexploración, complementado con fichas personales de cada chaval en las que ellos mismos valoran su participación. También evaluamos indicadores de riesgo: trabajo de la higiene personal, autoestima, capacidad de relacionarse con el grupo… todo eso”.

En el Arrabal: huerto, comba y fútbol sala

Adrián Bailach lleva 16 años en el proyecto como educador de calle en el Arrabal. Estudió Trabajo Social, entró muy joven en la encomienda de calle y ha crecido como personas y profesional en este proyecto. Su compañera en la zona del Arrabal, Ana Gómez Aín, vino de Granada y acaba de incorporarse a la zona después de cinco años en el Casco Viejo. “Llegué por trabajo -apunta Ana- y me fui quedando. Aquí estoy muy a gusto”. “En esta zona de la ciudad trabajamos también en Picarral, la zona de la Azucarera y hasta hace poco atendíamos también el barrio de Jesús y La Jota; es un distrito enorme para dos educadores de calle, hay 80.000 personas aquí. Es verdad que nuestra faena se concentra sobre todo en la zona histórica del Arrabal, nos conocemos todos”.

Adrián explica que “aquí hay mucha mezcla de estatus social, razas y procedencias. En estos años he visto muchos casos de chavales que se han ido labrando una vida como trabajadores y personas integradas en su barrio y la sociedad, que vienen luego a contar sus experiencias en el programa a los chiquillos, lo que hicieron mal y luego hicieron bien, y también varias generaciones familiares apoyadas por el programa. Ahora tengo hijos de antiguos beneficiarios del programa, por ejemplo, y ahí la confianza está ganada, ya saben lo que hacemos y simplemente nos piden que los acompañemos a casa cuando pase la tarde”.

Adrián y Ana pasean por la calle y van hablando a los balcones. Algunos pequeños ya les esperan. “Hoy jugaremos un rato en la plaza y visitaremos el huerto que nos cedieron junto a la iglesia de Altabás, aunque ahora está en barbecho porque nos lo labraron hace poco. Allí también hay gallinero, una tortuguillas y un invernadero donde tenemos plantados aguacates, con botellas recicladas y paredes de paja; de todo ello se ocupan los chavales. En una semana empezaremos a plantar tomates y lechugas, patatas y de todo; en verano esto es un vergel”.

La dupla de educadores cuenta que “tenemos un equipo de fútbol sala, Arrabaleros, que lleva ya muchos años compitiendo en las ligas escolares y han dado talentos que han jugado hasta en Segunda B de fútbol luego, y cinco convocados con las selecciones aragonesas. Ahora queremos hacer un equipo de chicas: vienen a entrenar pero no hemos conseguido armar equipo aún”.

En la plaza se salta a la comba y se juega al fútbol. “La actividad es un medio para un objetivo. Hoy hablamos de la invasión rusa porque uno de los pequeños está sugiriendo maneras de acabar con los bombardeos si llegasen aquí al barrio. Con los más mayores charlaremos de alternativas de inserción laboral, por ejemplo.

Triples y tiros adicionales en el Casco

En el Casco Viejo, en un local de la calle Las Armas, Simón Yeste explica que lleva casi siete años entre casas de juventud, CTL y educación de calle, donde ha pasado los últimos tres años y medio. “He pasado por diversos recursos; me gusta mucho el Casco, trabajamos sobre todo en el Gancho y la Magdalena. Son barrios diversos, que trabajados con dedicación diaria y ganas dan lugar a resultados muy positivos y bonitos”. En su grupo hay disparidad de etnias y orígenes culturales: senegaleses, dominicanos, gitanos, magrebíes... la maestra Esther Rodríguez empezó en diciembre pasado como educadora de calle. “Me pareció un reto personal, y me está encantando la implicación que requiere este trabajo. Simón ha conseguido armar unos grupos estables, pero es verdad que establecer vínculos con los chavales no es una cuestión instantánea. La metodología me chocaba mucho al principio, pero la verdad es que funciona de una manera muy natural”.

Simón aclara que el contexto del Casco tiene sus retos. “Estar en la Magdalena y aquí implica tratar dos barrios muy diferentes. También hay que tener en cuenta los procesos familiares de cada chaval, sus procedencias… en el Casco, el tema de la diversidad de la vivienda es fundamental, y lleva a que haya más chavales en la calle, aunque es una zona muy peatonal, con pocos coches. No hay muchos recursos para los pequeños”.

En el Casco, la educación de calle tiene una piedra angular en el baloncesto. “Tenemos un grupo de 13 ó 14 años involucrado, empezaron cuatro y ahora ya son 10. A nosotros dos también nos gusta mucho este deporte, así que valorando opciones de actividades salió la idea del baloncesto; Jordan o Kobe son iconos aquí, y funcionó; entrenamos fundamentos también, y ya hemos jugado varios partidos con otros barrios. Lleva apenas cuatro meses y jugamos tres para tres en la cancha de Casta Álvarez, aunque echamos de menos una malla para la canasta. En cuanto a la música, se ha establecido una sintonía con el Laboratorio de Sonido de Etopia, trabajando en músicas urbanas y otras ondas”.

La visión del técnico

Jesús Duce es técnico social en el ámbito municipal y pionero en la educación de calle en Zaragoza. “A mitad de los 80 se detectaron una serie de carencias entre los pequeños de algunos barrios de Zaragoza, unas problemáticas frente al sistema establecido. Se empezó en el Casco Viejo, Las Fuentes y Valdefierro. Soy de la segunda hornada, entré a finales de los 80; entré en el barrio de Oliver. Al principio íbamos ensayando cosas, leyendo mucha documentación, construyendo poco a poco el concepto del programa de educación de calle, que luego tiene proyectos concretos en cada barrio. En los 90 se asentó todo el tema un poco más, y cogió cuerpo. No obstante, pensé que no iba a durar mucho, dada su escasa ‘rentabilidad’ en materia de números, pero se mantuvo y a principios de este siglo se empezó a sacar en adjudicación para externalizar este servicio”.

"No es una fórmula mágica; logramos pequeños avances que para nosotros tienen un gran valor, y que en algunos casos cambian la vida de los chavales"

El objetivo del programa es claro para Jesús: rebajar todo lo posible la inadaptación de algunos menores con respecto a su entorno y a la sociedad. “No es una fórmula mágica; logramos pequeños avances que para nosotros tienen un gran valor, y que en algunos casos cambian la vida de los chavales, alejándolos de sus indicadores de riesgo y dejando una semilla que muchas veces florece más adelante. Obviamente, el apoyo de otros educadores y de diferentes programas que hayan podido ayudar también tienen que ver en esos casos”.

La fase de ganar la confianza de los chavales resulta fundamental para Duce. “El acercamiento no puede ser de cualquier manera, y lleva tiempo; las sospechas suelen estar de fondo, tanto de ellos como de sus familias. De hecho, el paso siguiente es hablar con sus familiares, y hacerlo con franqueza sobre los fines de esta actividad, aunque no se llega a hacer una intervención familiar, para eso hay otros programas y otras situaciones. Las reacciones, por supuesto, son diferentes en cada caso”.

El técnico apunta otra cosa chocante, pero inteligible puesta en contexto y que comparte el conjunto de educadores de calle. “El tipo de actividad que se hace con los chavales no es tan importante como la relación que desarrolles con ellos y los mecanismos educativos que se introduzcan en esa relación. Estás allí para ayudarles, enseñarles y compartir ratos con ellos. El huerto es muy bonito, un equipo deportivo también, pero si es saltar la comba o ver una película, escuchar un disco y comentarlo, también vale. Además, se fomenta la coordinación entre educadores de calle de los distintos barrios, para atender a chavales y sus familias que se mudan. Un movimiento a otra zona no tiene que acarrear la consiguiente pérdida de confianza para los pequeños en este entorno”.

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