Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Cosas de la vida

¿Por qué hacemos guerras los humanos?

Nuestros corazones se han encogido de nuevo, no entendemos la guerra. Casi todos rechazamos cualquier tipo de violencia, pero aun así la paz se nos resiste. ¿Estamos condenados por una naturaleza agresiva?

Destrucción en una zona residencial de la localidad ucraniana de Irpin.
Destrucción en una zona residencial de la localidad ucraniana de Irpin.
Serhii Nuzhnenko / Reuters

No es mi intención hacer un análisis sociológico o político de las guerras actuales, ya que mi conocimiento al respecto es escaso. Mis inquietudes van más a la raíz: a la condición humana. 

Somos primates increíblemente tolerantes, capaces de convivir en grandes ciudades sin que haya demasiados altercados. Creedme si os digo que si de pronto todos los habitantes de Zaragoza fuéramos chimpancés, la ciudad se teñiría de rojo. Por eso me cuesta entender lo que ocurre en Ucrania. Pero por desgracia no es una excepción, en el mundo siempre hay países en guerra y, viéndolo así, la violencia parece inherente al ser humano. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Somos los humanos pacíficos o agresivos?

Agresividad reactiva y proactiva

Un dato clave es que, aunque a todo lo llamamos agresividad, este término engloba dos comportamientos muy diferentes: la llamada agresividad reactiva y la agresividad proactiva. Los seres humanos como especie, en comparación con otros primates, tenemos niveles muy bajos de la primera, pero nos hemos vuelto expertos en la segunda.

Una agresión reactiva se suele producir en respuesta a una amenaza o frustración, con el objetivo de eliminar la causa. Sientes ira, pierdes el autocontrol y tu sistema nervioso simpático se te activa repentinamente. Es la culpable de las peleas de los bares o de los hombres que matan a su mujer en un arrebato de celos. Para entendernos durante el artículo, voy a llamar a aquellos individuos o especies con tendencia a este tipo de agresividad los ‘puño caliente’.

Por el contrario, la agresión proactiva se planea con un objetivo. El agresor planifica la acción y la inicia solo cuando cree que va a salir ganando. Esta violencia no tiene por qué ir acompañada de emociones fuertes, de hecho, es frecuente entre los psicópatas, incapaces de sentir empatía. En nuestra sociedad la encontramos en el ‘bullying’, el acoso, el maltrato, los homicidios premeditados o cuando un país invade a otro. Los llamaré ‘pistola caliente’, porque van preparados.

Esta no es una forma arbitraria de clasificar la agresividad, sino que responde a circuitos neuronales separados. Por ejemplo, se ha visto que tener un tumor en una zona determinada del hipotálamo te hace sacar el puño caliente, pero no la pistola. Además, esta diferenciación tiene unas raíces evolutivas antiguas y, de hecho, se suele estudiar mucho en ratones. Por tanto, el análisis que debemos hacer para entender bien nuestra naturaleza agresiva es inevitablemente evolutivo.

¿Cómo son nuestros parientes más cercanos?

 Los chimpancés destacan por su ‘pistola caliente’. Los machos forman coaliciones que patrullan las áreas límite del territorio para atacar por sorpresa a individuos de comunidades vecinas. Los investigadores que han presenciado esto lo describen como una experiencia traumática, lo que no me extraña teniendo en cuenta que los descuartizamientos son de lo más común. Los humanos somos la única especie de primate que en esto igualamos, o incluso superamos, a los chimpancés. En las sociedades de cazadores-recolectores, la mayoría de los encuentros violentos entre grupos son emboscadas planificadas. Es escalofriante ver hasta qué punto humanos y chimpancés tenemos la ‘pistola caliente’ en común.

No obstante, no lo compartimos todo. En cuanto a ‘puño’ se refiere, nos parecemos más a los bonobos, conocidos por resolver los conflictos con sexo. La frecuencia de luchas a pequeña escala en las sociedades humanas es muy baja en comparación. Por ejemplo, un estudio llevado a cabo en 79 países encontró que el 30% de las mujeres habían sufrido alguna vez violencia de género. Este es un porcentaje alarmante, pero ¿sabéis cuántas hembras de chimpancé son víctimas de los arrebatos masculinos? El 100%. Además, es muy probable que muchos de estos casos de violencia de género se deban a ‘pistolas calientes’ y los ‘puños’ sean aún menos frecuentes.

Algo ocurrió

Claramente, algo ha pasado a lo largo de nuestra evolución para que enfriáramos el ‘puño’, pero conserváramos la ‘pistola’.

Todo indica que el cambio ocurrió hace relativamente poco tiempo, unos 300.000 años, en una especie anterior a Homo sapiens, probablemente Homo heidelbergensis. Los individuos más agresivos empezaron a ser marginados de la sociedad y los humanos nos domesticamos a nosotros mismos. Al igual que los perros se han vuelto menos agresivos, más infantiles y dóciles que los lobos, nosotros también. Pero si recuerdas, en nuestro cerebro los dos tipos de agresividad no están relacionados, y resulta que el efecto de la domesticación enfría el ‘puño’, pero no tienen ningún efecto conocido con la ‘pistola’.

La mala noticia es que la ‘pistola’ es mucho más peligrosa. De entrada, no hay ningún medicamento que la pueda tratar y la probabilidad de reincidir es más elevada. Es un tipo de agresividad más compleja y la conocemos peor, tanto sus raíces evolutivas como los factores que la desencadenan. Pero el principal peligro es que, al contrario que el ‘puño’, se puede producir a gran escala y todos sabemos lo destructiva que puede llegar a ser.

No quiero con esto dar a entender que debemos tirar la toalla; sea cual sea nuestra naturaleza, los seres humanos también somos una especie tremendamente flexible. Tengo la esperanza de que cualquier tipo de agresividad puede ser controlada por una sociedad próspera y bien educada. De hecho, este análisis lo he hecho a nivel de especie, pero estoy convencida de que todos vosotros ya tendréis la ‘pistola’ llena de telarañas.

Laura Camón Primatóloga y divulgadora

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