Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Ciencia de andar por casa

¿De verdad pensabas que tienes más cerebro que tus antepasados prehistóricos?

La realidad es que tenemos menos cabeza que los humanos de finales del Pleistoceno. Hace cinco milenios, y tras millones de años de crecimiento, nuestra especie experimentó una súbita y significativa reducción en su capacidad craneal para la que aún no hay explicación. Una novedosa hipótesis plantea que esta pérdida estuvo motivada por aprender a escribir y empezar a registrar y compartir la información. Lo que habría acabado por provocar que tengamos un cerebro de hormiga.

Cara a cara con Lucy, homínida de la especie Australopithecus Afarensis
Cara a cara con Lucy, homínida de la especie Australopithecus Afarensis
Neanderthal Museum, Mettmann

El diccionario define ‘capacidad’ (del lat. ‘capacĭtas, -ātis’) como "cualidad de capaz" –y pone como ejemplos: capacidad de  un local, capacidad para el cargo que se desempeña, capacidad intelectual; y también como "volumen".

Una de las medias verdades más extendidas y aceptadas (con sumo gusto) con respecto al surgimiento y evolución de nuestra especie es que nuestra capacidad craneal fue en aumento conforme evolucionábamos. Verdad a medias, porque es cierto que en el cómputo global ganamos por goleada a los primeros homínidos –y en realidad a la mayoría de los que vinieron después–, ya que prácticamente multiplicamos por cuatro la capacidad craneal de Lucy y demás australopitecos. Pero es igualmente cierto que ya hemos tenido más de la que tenemos: no resistimos la comparación con nuestros ancestros de finales del Pleistoceno y principios del Holoceno –hace aproximadamente 5.000 años–.

Este proceso de desarrollo craneal o encefalización no ha sido lineal, sino más bien a tirones –comparable a cómo crecemos durante la adolescencia–. Así, la capacidad craneal de los primeros ‘humanos’ –o más apropiadamente, los primeros homínidos–, los australopitecos, de unos 450 cc, ya suponía un incremento de un 20% con respecto a sus inmediatos antecesores homininos. Sin embargo, durante el siguiente millón y medio de años la capacidad craneal se mantuvo prácticamente constante. 

El siguiente gran salto llegó con la aparición de los primeros Homos, ‘momento’ a partir del cual la encefalización fue un proceso progresivo y bastante uniforme. Podría decirse que del mismo modo que el tamaño corporal de la especie crecía, así lo hacía también el de la cabeza y su volumen. Pero entonces, justo al comienzo del Holoceno, hace unos 5.000 años, se produjo una súbita –lo que en la escala evolutiva significa en apenas un par de milenios– disminución de la capacidad craneal del ser humano, casi simultáneamente con la aparición del hombre moderno, es decir, de ‘nosotros’.

Una reducción tan significativa –cifrada en un 20%– como misteriosa e inexplicable… O, mejor dicho, inexplicada hasta el momento. Bien es cierto que se han planteado algunas hipótesis para tratar de justificarla. La más importante y extendida es que dicha disminución fue consecuencia directa de la reducción del tamaño corporal que experimentamos en esa etapa; y a su vez propiciado por un cambio en la dieta –ya que fue entonces cuando pasamos de cazadores recolectores nómadas a agricultores sedentarios–.

Sin embargo, los fríos números no cuadran. Por un lado, la disminución de la capacidad craneal fue significativamente mayor que la que tocaba atendiendo solo a ese achicamiento corporal cifrado en una pérdida de 5 kg de masa. Al que le correspondería una reducción de 20 cc de volumen craneal. Y en cambio perdimos más de 100 cc Por otro lado, la reducción corporal habría comenzado hace 50.000 años y la pérdida de capacidad cefálica solo hace 5.000 años. Lo que además implica un ritmo de reducción unas 50 veces mayor que el de los picos de crecimiento más bestia.

Es precisamente ese reducido marco temporal, que sitúa esta drástica pérdida de cabeza entre 5.000 y 3.000 años atrás, lo que ha dado pie a una nueva hipótesis. Porque justo entonces fue cuando aparecieron las primeras formas de escritura y, con ello, la posibilidad de almacenar, transmitir y compartir conocimiento.

Desde esta perspectiva, lo que la novedosa hipótesis plantea es que la externalización del conocimiento, la aparición de comunidades cada vez más grandes y organizadas, y el intercambio cultural entre grupos poblacionales fue lo que habría motivado esta reducción

El ‘truco’ está en que una cosa es la capacidad volumétrica y otra la capacidad intelectual. Lo que sostiene esta hipótesis es que, al comenzar a compartir y difundir información y conocimientos ya no había necesidad de saberlo y recordarlo todo. Lo que conllevó una evolución hacia un cerebro más eficiente –menos gasto energético y mayor rendimiento: menor capacidad total pero más enfocada al procesamiento–. 

Por expresarlo de un modo sencillo y actual: pudimos especializarnos en una función en concreto bajo el paraguas de un conocimiento compartido y colectivo. O lo que es lo mismo, el surgimiento de una inteligencia colectiva donde cada individuo sería una ‘neurona’ de ese cerebro común con una capacidad operativa muchísimo mayor que la de cualquier individuo encefálicamente superdotado.

Una visión, a fin de cuentas, bastante más amable que pensar que simplemente involucionamos y nos volvimos menos listos. Y respaldada además por… las hormigas. Al igual que nosotros, las hormigas viven en grandes sociedades autosuficientes, muy organizadas y basadas en la división del trabajo, la especialización de los individuos y la toma de decisiones colectiva. Y un reciente estudio ha observado en estos insectos un paralelismo con la evolución cefálica del hombre moderno: las especies que viven en sociedades más complejas presentan una cabeza proporcionalmente más pequeña con respecto al tamaño total –un coeficiente de encefalización– que las especies que viven en comunidades más simples y menos organizadas.

¿Puede internet hacernos perder (más) capacidad craneal?

Si establecemos un paralelismo, la época actual –y no hablamos de milenios sino de apenas un siglo– ha supuesto la mayor revolución tecnológica de toda nuestra historia como especie; también en el ámbito de las comunicaciones. Las noticias y descubrimientos que hace unas décadas tardaban semanas en llegar de un continente a otro ahora lo hacen al instante. Y los ordenadores, tabletas y demás dispositivos ponen innumerables fuentes de información y consulta al alcance de un clic. Todo lo cual supone un crecimiento exponencial en cuanto al conocimiento compartido y colectivo. Cada vez es menos necesario saber mucho de muchas cosas y la especialización se ha maximizado: donde hace nada eran científicos trabajando en solitario los que hacían los grandes descubrimientos ahora son grupos integrados por expertos en diferentes campos los que efectúan los mayores avances… ¿Qué dirán nuestros cráneos fosilizados de nosotros dentro de un millón de años?

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