María José Hernández: "Era un saco de complejos"

Zaragoza, 1966. Una de las voces femeninas más reconocibles, personales y atractivas de la canción de autor de España. Compositora inspirada y sensible, tiene seis discos de canciones editados. Posee, entre otros, cuatro premios de la Música Aragonesa y el premio Artes&Letras de la Música.

María José Hernández, a los 13 años, en una reunión familiar.
María José Hernández, a los 13 años, en una reunión familiar.
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¿Recuerda su infancia como una época feliz?

La recuerdo de forma entrañable, así que supongo que fue una infancia muy feliz.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Las películas de los Hermanos Marx que ponían los sábados por la tarde en la tele.

¿Qué le hizo llorar?

La muerte de la madre de Bambi, en el cine.

¿Qué era en el patio del colegio?

Invisible, o por lo menos así me sentía yo, por mi timidez.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

Recuerdo con gracia una vez que me castigaron de pie con la lengua fuera porque no paraba de hablar. Se me quedó seca como la mojama.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Irme a Orihuela del Tremedal. Soñaba durante nueve meses con el verano, porque era como irse a otro planeta en el que mi vida cambiaba por completo. La libertad y la amistad con mayúsculas.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

Era un saco de complejos: de torpe, de invisible, de pelirroja, de alta, de mala en mates... Era tremendamente insegura y siempre me sentí un poco como el Patito Feo, que en el fondo sabe que es un cisne, aunque nadie lo vea.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La calle Coimbra de Zaragoza, el lugar al que llegué con 4 años y del que me fui con 25.

¿Qué es lo que menos le gustaba del lugar en el que vivía?

Era una calle del centro de Zaragoza y no podía jugar en ella. Mi vida se limitaba a ir de casa al cole y del cole a casa.

¿Cuál es el episodio de su infancia o adolescencia que con más frecuencia vuelve a su memoria?

Las tardes de sábado con mi mejor amiga Susana, que vivía en mi mismo edificio, merendando mientras veíamos ‘Érase una vez el hombre’ y ‘Los Ángeles de Charly’.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

Haberme decidido a hacer las cosas que no me atreví por miedo al ridículo.

¿Tenía mucha conciencia política?

No mucha.

¿Era religiosa?

Me eduqué en un colegio de monjas, así que no me quedaba otra...

¿De qué modo le hizo sufrir el sentido del pecado, la sensación de mala conciencia?

Con las monjas, la culpabilidad por el pecado era una constante, pero esto no me hacía sufrir, la verdad, porque yo era bastante formalita, y no me metía en problemas.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

Una monja que nos adoctrinaba en el matrimonio y el valor de la virginidad nos decía que cuando un chico nos pidiera un beso, le dijéramos «¡respétame, que puedo ser la futura madre de tus hijos!». Nos tronchábamos de la risa…

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

Más que el qué dirán, me marcó mi exagerado sentido del ridículo.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Cantando en un concurso del Parque de Atracciones. Tenía 15 años y me dieron 25.000 pesetas y un trofeo que aún guardo.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Me enamoré hasta el delirio de Harrison Ford en ‘Buscando el arca perdida’, y hasta hice pirola para ir a ver ‘Blade Runner’.

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción inolvidable?

Luis Eduardo Aute, cuando le mandé una casete con mis primeras canciones y me contestó por carta para darme consejos.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

‘El Ebro guarda silencio’. Debía de tener cuatro o cinco años.

¿Qué libros le deslumbraron?

Recuerdo con especial cariño ‘El Principito’ y ‘Momo’. Ese sentimiento de luchar para que no te venza «lo gris», aún lo conservo íntimamente guardado.

¿Qué personalidad, nacional o internacional, fue para usted una referencia poderosa?

Silvio Rodríguez, sin ninguna duda. Fue el culpable de que yo concibiera las canciones como forma de expresión.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

De mi padre, que hay que trabajar y arriesgarse por lo que sueñas. De mi madre, a pesar de vivir holgadamente, la cultura del aprovechamiento, el reciclaje y la economía circular.... De ambos, la honestidad y el intentar ser una persona transparente y sin dobleces.

¿En qué momento pensó a qué dedicar su vida?

En COU. Iba para veterinaria, pero empecé a hacer canciones por casualidad y descubrí que cantando podía decir todo lo que por mi timidez no me atrevía a expresar, a través de algo que me permitía por primera vez destacar: mi voz. Me vi entonces en el marrón de decirles a mis padres que no iba a ir a la universidad porque quería ser cantante... ¡imagina! Para mi sorpresa, mi padre, al que, como a tantos, le pilló la guerra en la infancia, me dio un consejo que nunca olvidaré. Simplemente me dijo: «Si es lo que quieres, hazlo, pero hazlo bien. Termina tus estudios en el Conservatorio y lucha por lo que quieres, que en esta vida más vale arriesgarse y fracasar que no haberlo intentado».

¿Hay algún defecto o debilidad que detectara en su infancia y que aún no haya logrado superar?

La inseguridad en algunos aspectos de mi vida, salvo cuando me subo a un escenario: en ese momento siento que la voz me da alas.

¿Cuál fue su gran alegría? ¿Y la gran tristeza?

Yo he sido siempre de ver el vaso medio vacío, así que tengo cierta incapacidad para las grandes alegrías. Más bien procuro atesorar y valorar las pequeñas y a veces imperceptibles. En cuanto a la tristeza, no he sabido lo que era de verdad hasta perder a mi padre.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

Al día en el que, en preescolar, no me dejaron ser la Virgen en el Belén por ser pelirroja. Les diría: «Las pelirrojas no tenemos canas...».

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