'Pandemia. Miradas de una tragedia'

El testimonio documental de 26 fotógrafos latinoamericanos y españoles, recogido en un libro, sobre una crisis sanitaria que ha asolado el mundo de forma global.

El encierro sensibiliza, con respecto a cada novedad en la rutina, un eterno presente que convierte los detalles en algo obvio; la fuerza mental se convierte en imprescindible para defender el derecho a la normalidad y tolerar el peso de la incertidumbre
El encierro sensibiliza, con respecto a cada novedad en la rutina, un eterno presente que convierte los detalles en algo obvio; la fuerza mental se convierte en imprescindible para defender el derecho a la normalidad y tolerar el peso de la incertidumbre
Fabiola Ferrero (Venezuela)

'Pandemia. Miradas de una tragedia’ recoge el testimonio visual de 26 fotógrafas y fotógrafos latinoamericanos y españoles con el objetivo de crear una memoria documental sobre una crisis sanitaria universal. Es el reflejo de instantes y miradas de una de las mayores catástrofes que ha asolado el mundo de forma global en toda su historia. La pandemia, conocida como ‘covid-19’, ha provocado hasta la fecha y, siempre según cifras oficiales, más de dos millones y medio de fallecidos y más de ciento quince millones de contagios en todo el mundo.

Con picos de tres mil muertos diarios en Estados Unidos y un millar en diferentes países europeos como España, Italia, Gran Bretaña o Alemania, los efectos letales de la pandemia superan con creces las cifras de víctimas de cualquier conflicto con armas convencionales.

Recorre hospitales, residencias de ancianos, tanatorios, cementerios, principales focos de letalidad de la pandemia, y muestra la vida diaria bajo el estado de alarma en países como Brasil, Perú, Argentina, Venezuela, Colombia, El Salvador, México, Estados Unidos, Líbano, Jordania y España, durante los meses más duros de la transmisión de la enfermedad.

"Las fotografías abren puertas al pasado, pero también permiten echar un vistazo al futuro"

Una fotografía nunca refleja el profundo horror de una tragedia, pero sin ella carecemos de la prueba que documente nuestra memoria histórica. "Las fotografías abren puertas al pasado, pero también permiten echar un vistazo al futuro", como afirmaba la fotógrafa Sally Mann. O «la fotografía podría ser esa tenue luz que modestamente ayudara a cambiar las cosas», como soñaba W. Eugene Smith.

Este colectivo latinoamericano y español se ha unido de forma altruista en este proyecto humanitario, cuyos beneficios serán destinados íntegramente a familias de fotógrafas y fotógrafos, que han fallecido mientras cubrían la pandemia en diferentes países del mundo, y que se encuentran en situación de exclusión social.

La libertad de información

La libertad de información es un derecho inalienable protegido por leyes internacionales. El acceso a la calidad informativa evita el caos y la indefensión que generan la propaganda y la manipulación. Una información de calidad permite instituciones más transparentes y ejerce de efecto multiplicador de otros derechos. Este derecho a la información cuenta con el apoyo de entidades mundiales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).

La libertad de información es parte integral del derecho fundamental de la libertad de expresión, como se reconoce en la resolución 59 de la Asamblea General de la ONU aprobada en 1946, así como en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), en el que se afirma que el derecho fundamental a la libertad de expresión incluye la libertad "de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".

"Por cegadora, arrasadora y terrible que sea la verdad hay que aceptarla y defenderla"

Pero la libertad de información ha sido dilapidada y talada en varios países tal como aseguran varios de los fotógrafos y fotógrafas que participan en este proyecto documental. Las autoridades, obsesionadas por el control de la información, han prohibido el trabajo de los profesionales en los lugares más sensibles del impacto letal de la pandemia y esta falta de acceso en determinados países se ha traducido en una deficiente e irresponsable muestra de los hechos ocurridos.

El apagón informativo

El apagón informativo, con responsables de comunicación ignorando las preguntas más incómodas e imponiendo formatos de prensa absurdos, ha buscado maquillar los errores que se estaban cometiendo desde el principio de la pandemia y edulcorar el drama diario. Algunos representantes políticos han justificado la censura en aras de proteger «el derecho a la dignidad y la intimidad» de las víctimas de la pandemia, mientras exigían la resignación y la sumisión de los medios de comunicación al guion oficial. 

La opacidad ante lo que estaba ocurriendo en las residencias de ancianos y hospitales perseguía, en realidad, esconder los graves defectos de los sistemas sanitarios, lo que ha impedido tener datos fiables de contagios y víctimas. Esta forma prepotente y absurda de actuar ha dado la razón al escritor y teólogo francés del siglo XVII Francóis Fenelon cuando recordaba que "los más insolentes en la prosperidad son los más débiles y cobardes en la adversidad".

La infantilización de la población ha provocado la multiplicación de las actitudes negacionistas e irresponsables entre algunos sectores y ha fortalecido una cínica doble moral por la que se nos permite ignorar a nuestros muertos, mientras aceptamos sin rechistar los que se producen en otras catástrofes y en otros lugares.

Las autoridades lo tenían muy fácil si hubiesen escuchado a Josefina Aldecoa en 'La Fuerza del Destino': "Por cegadora, arrasadora y terrible que sea la verdad hay que aceptarla y defenderla".

Casa Nem
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Casa Nem 

Casa Nem albergó durante la cuarentena a unas 50 personas de la comunidad LGBTQI+, que habían sido víctimas de violencia, rechazadas por sus familias o que simplemente no tenían adónde ir. Silvia Izquierdo (Brasil)

Miembros de SOS Funeral
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Muerte en Manaos 

Miembros de SOS Funeral transportan el féretro de una anciana fallecida en Manaos, una de las ciudades brasileñas más afectadas por el coronavirus, donde reinaron el negacionismo y la confusión por los mensajes de los líderes políticos. Felipe Dana (Brasil)

Residencias de ancianos de Cataluña
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Residencias de ancianos de Cataluña

Residencias de ancianos de Cataluña durante el estado de alarma, uno de los puntos negros de la emergencia sanitaria en España. Soledad, miedo, aislamiento, fragilidad, tristeza: la falta de medios de protección, la desinformación y el miedo lo dominaban casi todo. Santi Palacios (Barcelona)

Madrid se apagó y emergió una ciudad esqueleto
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Y Madrid se apagó

Madrid se apagó y emergió una ciudad esqueleto, llena de ausencias, de silencios, de espacios vacíos, de lo que no se ve… una muestra de la fragilidad y la vulnerabilidad del ser humano. Carmenchu Alemán (Madrid)

En España, la pandemia golpeó
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Golpe a los más débiles 

En España, la pandemia golpeó a los sectores más endebles de la sociedad, especialmente las residencias de ancianos o de personas con discapacidad intelectual. Gervasio Sánchez (Zaragoza)

Soledad
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Aislados, soledad

Sin posibilidad de contacto con los seres queridos: solo la separación de un cristal protegía a los unos de los otros. Laura León (Sevilla)

miles de peruanos
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Nadie llegó a tiempo

Miles de peruanos perdieron su trabajo y escaparon de la ciudad; médicos y enfermeras dejaron sus almas a diario, los hospitales se llenaron, cientos ni llegaron y murieron en sus casas. Rodrigo Abd (Perú)

hospitales y residencias de ancianos
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En el epicentro de la pandemia

Los focos principales de la pandemia: hospitales y residencias de ancianos. Reflejos de la mayor catástrofe que ha asolado el mundo de forma global y concretamente a nuestro país desde la Guerra Civil. Ricardo García Vilanova (Barcelona)

Portada del libro
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'Pandemia. Miradas de una tragedia'

El libro ‘Pandemia. Miradas de una tragedia’, editado por Blume, se presenta el próximo miércoles, 24 de marzo, a las 19.00, en el Centro Joaquín Roncal, de Zaragoza.

Ojos sin máscaras. Por Irene Vallejo

Las cifras pueden ocultar la vida, hundir a cada contagiado en el anonimato, mientras las fotografías desvelan un mundo, la estela de una historia, el relámpago de un sufrimiento real. La imagen nunca es un cómputo, no enumera ni acumula; cada gesto humaniza una vida concreta, anuncia la singularidad de esa sola angustia, de esa muerte irrepetible. Estos mudos disparos de luz gritan que el sufrimiento es irreductible a una estadística, que cada dolor es ferozmente único. Los cálculos no tienen rostro; las fotografías, sí.

Este libro es un álbum de parpadeos audaces, miradas valientes que desafían la prohibición ancestral de vislumbrar lo terrible, testigos que nos suplican –con aliento conmovedor– abrir los ojos ante el pequeño retrato de cada pérdida. Entre el alud visual, estas son las imágenes que deberíamos salvar: las únicas que nos salvan. Sus autores se han enfrentado al temor y al virus en hospitales, en residencias, en barriadas desprotegidas, en zonas infectadas. Mujeres y hombres que han trabajado toda su vida para desenmascarar el mundo y romper el atávico tabú, la maldición que convierte en invisibles a quienes sufren. Unos y otras han saltado alambradas para descubrir ancianos aislados, residencias sitiadas, telones de plástico y cristal, abrazos sin contacto, besos de aire, plazas vacías y calles silenciosas, balcones y precipicios, procesiones de ataúdes, fosas apresuradas, chabolas en una intemperie todavía más feroz.

Estos instantes desvelados nos retan a mirar cara a cara, obscena y luminosamente, los rostros de lo prohibido, la enfermedad, la soledad, el vacío y la muerte, porque solo ahí podremos intuir lo que emergerá de la emergencia. Páginas que despliegan paisajes letales, ciudades espectrales, fantasmas ausentes, las ancianas grietas del abandono. Atisban el cansancio de refugiados eternamente confinados, niños perdidos en casa, adolescencias prematuramente adultas, depresiones aún más profundas. Se adentran en naves vacías disfrazadas de hospitales, unidades de cuidados desbordantes, respiraciones contenidas, sanitarios trabajando peligrosamente, voluntarios allá donde lo humano linda con el desamparo. Frente al cómputo insensible de los números, aquí se dibuja una iconografía de la tristeza escondida. Retratos silenciosos donde los ojos –asomando sobre las mascarillas– hablan un viejo idioma, la antigua gramática del dolor y el miedo. Para revelar, al final, que esa lengua también sabe conjugar la esperanza: las palabras y las imágenes siguen siendo nuestros diques de papel y luz, un legado al mañana, el escudo protector frente a la destrucción del olvido. En estas fotografías, los supervivientes y los muertos siguen mirándonos, vivos.

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