Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Una nueva simbología en torno a la máscara

La máscara de carnaval oculta la identidad para actuar libremente. La mascarilla obliga y aleja, nos identifica como parte de la sociedad. Para llegar juntos a la primavera, en ambos casos.

El uso masivo de la mascarilla en espacios públicos ayuda a detener el avance del virus.
El uso masivo de la mascarilla en espacios públicos ayuda a detener el avance del virus.
Mohammed Saber / EFE / EPA

No salimos a la calle sin ella. A día de hoy, la mascarilla es nuestro escudo, individual y colectivo. La capa de protección que, si todos la llevamos, nos separa de ese virus que no podemos ver. Filtran el aire y bloquean el paso al SARS-CoV-2, que viaja en las minúsculas gotitas que exhalamos y flotan en el aire. Ya sean sanitarias, quirúrgicas, higiénicas e incluso las caseras de tela, su papel es fundamental en la reducción de la transmisión. Investigadores de la Universidad Nacional de Singapur, tras revisar las investigaciones publicadas hasta la fecha sobre la efectividad de esta medida contra la covid-19, concluyen que la pandemia se podría parar si al menos el 70% de la población utilizase en público de manera constante mascarillas eficientes, como las quirúrgicas.

En un mundo lleno de rostros enmascarados –esta vez no por transformarse en otro ni para ocultar la identidad como en carnaval–, la máscara adquiere un nuevo simbolismo, ligado a la seguridad pero también a la imposición y al distanciamiento social.

La investigadora en la Universidad de Oxford Helene-Mari van der Westhuizen sugiere, para que se acepte mejor su uso, "pasar de hablar de las mascarillas como herramientas médicas de control de infecciones a enfatizar valores subyacentes como la solidaridad y la seguridad comunitaria", según recoge la Agencia Sinc. Ya que realmente, si yo me pongo la mascarilla pero tú no, esto no sirve para nada.

"La mascarilla es una señal de respeto y de consideración. De preocupación por la seguridad y bienestar de los demás"

Desde el Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza, José Ramón Paño ve la mascarilla, más que como símbolo de solidaridad, "como una señal de respeto y de consideración. De preocupación por la seguridad y bienestar de los demás". A quienes asumen riesgos innecesarios, este médico del servicio de Enfermedades Infecciosas les propone trasladar su conducta individual a un símil de circulación vial: "Conducir de forma temeraria, sin cinturón de seguridad (mascarilla) y adelantando en línea continua (participando en actividades de ocio en espacios cerrados con muchas personas)".

"Si la materia prima de lo social es el estar-juntos, se protege lo común destruyendo lo común"

Pero, en cierto modo, cuesta encajar el concepto de máscara –unido al de alejamiento de los otros– y el de solidaridad. La máscara que ahora todos llevamos "es un medio para distanciar a las gentes y la solidaridad es un medio de reunirlas", señala José Ángel Bergua, catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza. Ahora bien, "esta solidaridad no surge de abajo, sino que se impone desde arriba. Por lo tanto, las máscaras destruyen el cálido tejido informal de base y crean otro más frío basado en la distancia. Si la materia prima de lo social es el estar-juntos, el estar-uno-con-otro (siendo lo importante el ‘con’), esa solidaridad mandada por el Estado destruye ese humus. En fin, que se protege lo común destruyendo lo común".

Desde hace unos meses, llevar el rostro cubierto es sinónimo de ser buena persona, cuando siempre había sido al revés: el malhechor se enmascara (y también algunos superhéroes). Aun sin identificación facial posible, nos hemos convertido todos "en sujetos perfectamente reconocibles (por nuestras máscaras) de esta sociedad, que tiene un potente imaginario tecnocientífico que ha decidido desde arriba conservar lo común disminuyéndolo" y añade que "no se atisban respuestas emergentes desde abajo, pues los tejidos asociativos, movimientos sociales, etc. están desaparecidos (quizás por las propias medidas inhibidoras de la actividad colectiva). Todo eso significa en términos sociológicos la máscara" para Bergua.

En Oriente, el uso de mascarillas activó y reactivó el sentido de un destino común. La máscara era mucho más que un profiláctico contra la enfermedad

Identidad colectiva en Oriente

El sociólogo Peter Baehr, recoge Sinc, habla de la predominancia de ‘la cultura de la máscara’ en Oriente. Las coberturas faciales, según este investigador, crean una sensación de confianza colectiva ante el peligro, una idea de deber cívico.⁣ "Al cubrir el rostro de un individuo, dio mayor prominencia a la identidad colectiva", indica este profesor de la Universidad Lingnan en Hong Kong. "Al difuminar las distinciones sociales, produjo semejanza social. El uso de mascarillas activó y reactivó el sentido de un destino común. La máscara era mucho más que un profiláctico contra la enfermedad. Mostró deferencia a las emociones públicas y la decisión de respetarlas".

Esa falta de resistencia a la obligatoriedad de llevar mascarilla en sociedades como la china, tiene que ver, según Bergua, "con la mentalidad, más disciplinada, comprometida con la administración desde arriba de la vida en común que realiza el Estado. El confucionismo (muy presente fuera de China) y el sintoísmo en Japón se parecen en que producen un sujeto bastante bien adaptado a los órdenes jerárquicos". Mientras tanto, "en Occidente no ha sido exactamente así, pues la libertad individual siempre ha pesado más. Sin embargo, en los países protestantes hay una fuerte autodisciplina interna que produce sujetos disciplinados no muy diferentes de los orientales –señala–. Las gentes y sociedades civiles del sur de Europa, el mundo árabe y los latinos del otro lado del Atlántico se parecen en que no tienen mucho que ver con la disciplina exógena o endógena. Sus sociabilidades son más exuberantes, densas, explosivas y, por todo ello, difíciles de disciplinar".

Tan antigua como la humanidad

La máscara "es tan antigua como la humanidad y, juntamente con el símbolo y la abstracción, pueden ser tan consustanciales a los primeros hombres como los instintos que encubren el infinito temor y respeto por las cuestiones del origen de la vida y el final de ella", escribía el historiador Antonio Beltrán.

"Cuando los primitivos se disfrazaban, se sumergían en la enorme potencia de lo sagrado; nosotros, en cambio, nos sumergimos en la enorme potencia de lo social"

Bergua explica que "nuestra especie se humaniza cuando por primera vez se pone máscaras con las que mágicamente se identifica con los espíritus que la rodean". La máscara expresa "esa distancia alcanzada y es también el vehículo para navegar entre los espíritus. Por lo tanto, tiene un contenido religioso, pero también artístico y festivo, pues estas tres dimensiones estaban absolutamente unidas". La máscara permite, por lo tanto, "ser el otro que uno ya no es. Esta función de la máscara se ha mantenido con posterioridad, incluso después de haber muerto los dioses, permitiendo ser lo que cada cual quiera ser". Pero esto no solo se hace con las máscaras, indica: "Con los modos de hablar, vestirnos, maquillarnos, gestualizar, etc. podemos lograrlo. Lo que llamamos identidad no es sino un conjunto más o menos articulado de máscaras". Así, "cuando los primitivos se disfrazaban, se sumergían en la enorme potencia de lo sagrado; nosotros, en cambio, nos sumergimos en la enorme potencia de lo social". Lo social es lo sagrado (y al revés) y la mascarilla simboliza esta época tecnocientífica y biopolítica que vivimos.

Máscara kifwefe de la etnia songye (R.D. Congo).
Máscara kifwefe de la etnia songye (R.D. Congo).

Del ritual africano al teatro japonés

Desde el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza, David Almazán conecta con la simbología de la máscara en otras culturas. "Generalmente las distintas sociedades, como muchas del África Negra, las han utilizado para ocultar la identidad en una ceremonia que siempre marcaba un ‘tiempo’ que estaba ‘fuera del tiempo ordinario’ –explica–. Hoy, nuestros museos las tienen en vitrinas, pero su contexto era ritual, con música y baile, como ‘imanes’ para atraer a los espíritus". Con las vanguardias artísticas, "se pusieron de moda y se colgaban en las paredes como si fueran obras de arte, olvidando ya su función de comunicarse con los antepasados, fomentar la fertilidad, etc.". Curiosamente, en África –ya fueran del tamaño de un rostro o de varios metros de altura– "solamente las solían llevar los hombres, aunque la figura representara la fertilidad femenina". En cierto modo, las máscaras, "cumplían una función social: nosotros conocemos a una médico por la bata, a la jueza por la toga y al guardia civil por el tricornio, pero en otra época, las máscaras en cierto modo podían actuar como nuestros uniformes o vestimentas".  

Máscara de mujer para teatro noh (Japón, siglo XVIII), a la izquierda; y mujer endemoniada por los celos en el teatro noh, a la derecha
Máscara de mujer para teatro noh (Japón, siglo XVIII), a la izquierda; y mujer endemoniada por los celos en el teatro noh, a la derecha

El investigador añade que "entre lo lúdico (como nuestros cabezudos) y lo ceremonial, en algunas tradiciones teatrales se utilizan máscaras". En Japón "desde el siglo XV en el teatro noh los actores (no hay actrices) se ponía máscaras de personajes masculinos y femeninos para las representaciones". En este teatro solemne, mágico, en el que los espíritus de gente atormentada cuentan su historia, "el actor logra que el espectador proyecte sus emociones sobre la máscara, cuyo aspecto cambia sutilmente al variar la iluminación cuando el actor mueve ligeramente la cabeza".

Tapada limeña, del artista peruano Pancho Fierro (Perú, 1854), a la izquierda; ilustración de una tapada limeña del artista alemán Johann Moritz Rugendas (Perú, 1847).
Tapada limeña, del artista peruano Pancho Fierro (Perú, 1854), a la izquierda; ilustración de una tapada limeña del artista alemán Johann Moritz Rugendas (Perú, 1847).

En el caso español, "hubo otras prendas que servían a nuestros antepasados y antepasadas para taparse la cara, no por motivos de evitar pandemias, sino para guardar el anonimato. Con Carlos III, por orden público, se trató de prohibir que la gente se embozara en su capa... y el pueblo protestó con el Motín de Esquilache".  Por aquel entonces, "en Perú se dio un caso extremo del arte de taparse para ocultar la identidad: las ‘tapadas limeñas’, damas que, para gozar de libertad de movimientos (y galanteos) se cubrían por completo dejando asomar solamente un ojo".

Conjurar los miedos y transgredir la norma

En las tradiciones aragonesas encontramos diversas máscaras en representaciones que conjuraban miedos, incertidumbres ante lo desconocido, ya fuera la muerte de los animales o las plagas de langosta sobre las cosechas. Aunque el carnaval, "la fiesta de las fiestas", como la ha denominado la antropóloga Josefina Roma, no se reduce a la máscara, desempeña en él su papel transgresor, de ocultación y cambio de identidad, unas veces unido a un significado casi religioso, otras, a la risa.

Cartel del documental ‘La montaña enmascarada’.
Cartel del documental ‘La montaña enmascarada’.

Este año se ha presentado el documental ‘La montaña enmascarada’, que recorre los rituales que, durante el tiempo de carnaval, perviven de punta a punta de los Pirineos. Este trabajo, dirigido por Domingo Moreno y montado por Luisa Latorre, se mueve entre el relato de viaje, el testimonial y el antropológico. Moreno lleva veinte años profundizando en la fiesta y sus máscaras y para él, desde su mirada de cineasta, "las mascaradas representan un rito de pasaje del invierno a la primavera, pero también un ritual de paso del joven a la edad adulta; gracias a la relación con los protagonistas, descubrimos que estas celebraciones tienen un sentido identitario, que hace que un ingeniero que vive en Australia regrese cada año a su pueblo a encarnar los personajes heredados de sus ancestros".

El Cipotegato de Tarazona posee acusadas similitudes con otros fustigadores.
El Cipotegato de Tarazona posee acusadas similitudes con otros fustigadores.
Pedro Etura

Abundan en la tradición aragonesa las máscaras fustigadoras que "encorren y pegan con látigos, escobas o vejigas", destaca Elisa Sánchez, profesora de Antropología Social de Unizar, que recuerda las de Hinojosa de Jarque y las botargas de Jarque de la Val, "donde la máscara oculta la personalidad para transgredir las normas y no ser reconocido". El Cipotegato de Tarazona antaño actuó de ahuyentador en la procesión del Corpus y hoy recorre las calles bajo una lluvia de tomates. Manzanas caen sobre la Máscara de Ateca. "Son otro tipo de personajes, con origen en presos que si salían indemnes del ataque del populacho, redimían su condena", señala Sánchez. En Cetina, "las caretas representan personajes". Y otras veces, el hollín que tizna la cara basta para enmascarar a las trangas de Bielsa.

Personajes enmascarados de nuestra tradición median entre la vida y la muerte, garantizando al grupo que, tras el invierno, muera lo viejo y nazca lo nuevo. Ojalá, como en una gran metáfora, este tiempo de mascarillas dé paso a una primavera mejor.

Máscaras y mascarillas

En un principio las máscaras y su enmascaramiento representarían un proceso de expansión y proyección del ser humano sobre lo demás y los demás, un modo de relacionarse con lo otro y los otros, el universo y los humanos, asumiendo sus rasgos. Al principio es un ritual o ceremonial que trata de asimilar el no-yo en el yo, la otredad en uno mismo, de un modo invasivo.

En el caso de la cultura griega las máscaras ya no son literales sino teatrales, hay un factor simbólico y ficticio que disuelve o resuelve la persona en su personaje, es el paso de lo literal a lo literario y de la magia o el mito a la literatura. Se trata de una teatralización de carácter tragicómico, ya que coexiste una máscara que ríe y otra que llora, o la misma máscara que ríe y llora a la vez.

Frente a las viejas máscaras y mascaradas, las mascarillas frente el coronavirus no funcionan por exteriorización o invasión de los otros, sean dioses o demonios, animales o espíritus, sino por implicación y retirada. Frente a la extroversión tradicional de la máscara, la mascarilla indica el movimiento contrario y complementario de la introyección o introversión, de la interiorización. Pasamos así de tratar de conjurar o exorcizar el mal irracionalmente a desactivarlo racionalmente, a través de una ciencia que se hace esperar penosamente.

La máscara es una vivencia contagiosa o carnavalesca, la mascarilla es una vivencia anticontagiosa y anticarnavalesca. Frente a la máscara que pretende asimilar la fuerza mágicamente, la mascarilla es humilde y nos refleja a todos en nuestro mutismo, buscando una salida científica o desactivando el virus. En el primer caso se trata de una expansión irracional, en el segundo caso se trata de una impansión o reculamiento racional. Pero sigue habiendo gente que se subleva contra este encierro y encerrona en nombre de la vieja máscara mítica o carnavalesca.

El hombre comenzó a enmascararse para atrapar la fuerza ajena, ahora el hombre se enmascara para no perder la fuerza propia amenazada con virulencia por el virus. Al principio el hombre se reviste especialmente con máscaras animales agresivas, pero en la pandemia el hombre se reviste de mascarillas ya no aguerridas o animalescas, sino cuasi vegetales o ecológicas, más propias del cuidado femenino que de la conquista masculina, lo que resulta muy significativo porque no lo hemos tenido en cuenta y es la gran enseñanza de la pandemia.

"Al principio la humanidad trata de relacionarse con lo otro y los otros a través de máscaras usurpadoras; en nuestra encrucijada tratamos de protegernos con nuestras mascarillas a modo de máscaras pacíficas"

Sin embargo, el auténtico final no está en el enmascaramiento con máscaras o mascarillas, sino en el des-enmascaramiento de unas y otras a rostro humano abierto, dejando atrás a unas y otras. Al principio la humanidad trata de relacionarse con lo otro y los otros a través de máscaras usurpadoras; en nuestra encrucijada tratamos de protegernos con nuestras mascarillas a modo de máscaras pacíficas. Finalmente trataremos de liberarnos de máscaras y mascarillas para ser nosotros mismos abiertos al otro -sin tanta mascarada. Porque en el fondo lo que andamos enmascarando y ocultando es nuestra fragilidad, finitud y contingencia, así pues la muerte sobreseída por una humanidad prepotente que no acaba de asumir su propia mortalidad, y por eso no sabe en-cararla.

Andrés Ortiz-Osés Catedrático de Filosofía, Universidad de Deusto (Bilbao)

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