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Cuando el regreso a las aulas es sinónimo de ansiedad

La incertidumbre, el miedo a poder enfermar o a contagiar a seres queridos pueden hacer el retorno más complicado que otros años. 

El miedo a poder contagiar o ser contagiado puede hacer crecer la ansiedad.
El miedo a poder contagiar o ser contagiado puede hacer crecer la ansiedad.
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Si los jóvenes, aquellos repartidos entre la generación Z y la millennial, ya vivían entre la ansiedad y el desencanto por no poder alcanzar una serie de expectativas que parecían casar con su formación y predisposición, tales como contar con una situación financiera y profesional estable que les permitiese aspirar a evolucionar social y familiarmente (comprar una casa, casarse, formar una familia), el 2020 no ha supuesto una mejora de la situación, al contrario, tal y como informaba el Cipaj a principios de junio, la cuarentena supuso un repunte de de las atenciones a jóvenes por ansiedad en su consultorio psicológico: un tercio de las consultas en el Cipaj, frente al 21,4% que suponían en el mismo periodo del año anterior.

Además, el regreso a las aulas esperado este mes de septiembre supone un cambio de rutina que puede agudizar el malestar. Entre los miedos de los jóvenes universitarios está el reunirse en las aulas y confiar en que todos los presentes hayan sido suficientemente cautos, pero muchos de ellos tampoco quieren regresar al formato online: "Mi experiencia durante la cuarentena no fue muy positiva, sí que trataron algunos profesores de solventar la situación como pudieron y eso hay que reconocerlo y agradezco su esfuerzo, pero no aprendimos en general lo que en una situación regular", explica Paula Mastral, estudiante de 4º de Derecho en la Universidad de Zaragoza.

Para entender cómo esta situación puede volver a poner los nervios a flor de piel, generar ansiedad, lo que esta implica y, también, cómo poner una solución, primero hay que comprender lo que esta significa: la ansiedad como una condición de inestabilidad o desequilibrio, que se percibe como novedad, incertidumbre o inseguridad; puesto que depende tanto de la situación que se experimenta, como de la valoración subjetiva que interpretamos y de la visión que tenemos de nuestras aptitudes y mecanismos de afrontamiento y abordaje.

La ansiedad, en este caso, hace referencia por tanto a la amenaza percibida, contagio, enfermedad, pérdidas derivadas del estado deficitario, y la verosimilitud y oportunidad de sufrir daño por la exposición a dichas amenazas. En este caso, ante la dificultad de conocer la presencia o ausencia del virus en el escenario donde cohabitamos, la percepción de riesgo queda expuesta a una valoración subjetiva según el esquema de confianza previo o creencias del grupo de referencia y la información disponible. Por otro lado, la ansiedad es también una respuesta adquirida por el sujeto que se expone a la situación, con diferentes tipos de experiencias previas, modos de reacción a distintos niveles somáticos, mentales y de conducta según su carácter o las habilidades a que puede recurrir, tanto propias como del entorno social.

¿Cómo puedo actuar para reducir la ansiedad?

Antes de hablar de las herramientas, es necesario entender que la ansiedad puede aparecer de tres formas: somática, aquella que se manifiesta de forma física sobre la respiración, el ritmo cardíaco, la inquietud de extremidades o sensaciones de temperatura corporal, entre otros; comportamental, aquella que se refleja sobre la conducta y cognitiva., que se justifica desde la concepción elaborada en nuestros pensamientos y creencias. Cada una de ellas cuenta con procedimientos y herramientas para prevenirla o impedir su escalada.

Ansiedad somática:

  • Relajación
  • Mindfulness
  • Respiración diafragmática
  • Visualización

Ansiedad comportamental

  • Información
  • Establecer rutinas
  • Búsqueda de apoyo social
  • Diálogo interior y autoinstrucciones

Ansiedad cognitiva

  • Procedimientos distractivos
  • Termómetro de riesgo
  • Revisión de expectativas
  • Toma de decisiones y asertividad
  • Modelo idealizado

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