estilos de vida
Dime con qué mascarilla andas... ¿y te diré quién eres?
Este complemento obligatorio se ha convertido para muchos en una manera de mostrar gustos personales o ideologías.
![Soccer Football - Scottish Premiership - Celtic v Hamilton - Celtic Park, Glasgow, Scotland, Britain - August 2, 2020 Celtic's former player Jackie McNamara wearing a protective face mask, as play resumes behind closed doors following the outbreak of the coronavirus disease (COVID-19) Pool via REUTERS/Andrew Milligan [[[REUTERS VOCENTO]]] SOCCER-SCOTLAND-CEL-HAM/REPORT](https://imagenes.heraldo.es/files/image_990_556/files/fp/uploads/imagenes/2020/08/03/scottish-premiership-35281405-1.r_d.2764-1843-1791.jpeg)
Decía Groucho Marx aquello de "Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". La genial ironía podría trasladarse estos días a las mascarillas, complemento obligado que se ha convertido, como lo son las camisetas, en plataforma para los más variados mensajes: "Esta es mi mascarilla, si no le gusta tengo.... ¿infinitas?".
La oferta de diseños de este trozo de tela se ha multiplicado a la enésima potencia, de manera que lo que es mandato profiláctico se torna unas veces en accesorio coqueto otras en reafirmación de gustos personales o filiaciones ideológicas.
En el primero de los casos, no hay ya prácticamente marca que no haya lanzado sus propias mascarillas: en pleno encierro, la siempre ojo avizor Ágatha Ruiz de la Prada anunció sus diseños para Lidl. Desde entonces, el ejemplo ha cundido por doquier, ya sean pequeños diseñadores o grandes cadenas.
Las hay también con toque deportivo (Adidas, por ejemplo, vende unas con fines solidarios).
Pero lo más común es que se queden en un guiño coqueto, un accesorio más para combinar con la ropa que se añade a bolsos, diademas o coleteros. En este sentido, hay un gran fenómeno relacionado con la costura y las manualidades, de gente que se hace las suyas propias, y que tiene a las tiendas de tejidos y las mercerías en estado de gracia, como uno de los pocos sectores cuyas ventas se han multiplicado en la pandemia.
Y es que, aunque las mascarillas quirúrjicas aún siguen siendo las que más se ven por las calles, las que se componen de un pequeño trozo de tela dan para mucho, son un pequeño lienzo o tablón anunciador. Por ejemplo, ideológico. La bandera de España ha pasado de la pulsera de los relojes, los cinturones o el cuello de los polos a las mascarillas. Para los más dados a la exaltación patriótica, nacionalista o regional, también se han visto con otras banderas. Sin ir más lejos, el presidente de Aragón, Javier Lambán, acudió con una mascarilla blanca con la bandera de Aragón a la Conferencia de Presidentes celebrada la semana pasada en Sam Millán de la Cogolla.
En las pasadas elecciones vascas se pudo ver también al lendakari enmascarado con la ikurriña, así como a diversos líderes políticos con cubrebocas decorados logo de su propio partido.
El posicionamiento ideológico también consiste en no llevarla, como este pasado fin de semana han demostrado miles de manifestantes en el centro de Berlín en protesta contra las medidas contra la pandemia, que ellos consideran una manera de cercenar su libertad. En el lado opuesto, en otras manifestaciones las mascarillas han servido como portadoras de lemas, como la que recientemente protagonizaron las trabajadoras del sexo en la ciudad también alemana de Colonia, también contra las medidas restrictivas, en su caso por distintos motivos.
Igualmente proliferan las que apoyan a un equipo deportivos, sobre todo de fútbol. Y, últimamente, con las mascarillas decoradas con motivos navideños ya en lontananza, comienzan a aparecer modelos a base de materiales técnicos, incluso con cierta sofisticación tecnológica.
Por ejemplo, algunas incluyen plásctico transparente para paliar los problemas de comunicación que la mascarilla puede suponer en el caso de algunas colectivos, como las personas sordas. Desde las primeras que salieron, en forma de pantalla, la cosa se ha sofisticado mucho. Es el caso de las de la marca Cliu, inventadas por un equipo del que forma parte el oscense Álvaro González. Su diseño consta de un recubrimiento antivaho que evita que la mascarilla se empañe con la respiración e impida comunicarse con libertad. Además, unos imanes permiten abrir el frontal para comer o beber y volver a cerrarlo herméticamente al acabar.
