Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquellos maravillosos inventores

¿Quién inventó el lápiz?

No se sabe quién inventó el lápiz, ni siquiera si hubo un inventor propiamente dicho o fue un invento ‘colectivo’. Pero, curiosamente, sí se sabe dónde y cuándo se originó.

Surtido de lapiceros y lápices de colores Conté.
Surtido de lapiceros y lápices de colores Conté.
Popolon

Fue en 1564 cuando una fuerte tormenta provocó la caída de un enorme y viejo árbol cerca del poblado de Borrowdale, en Cumberland, Inglaterra. Cuando los vecinos procedieron a su retirada, descubrieron que la tierra donde había estado enraizado resultaba una masa negra de aspecto mineral que nunca antes habían visto. Se trataba de un deposito de grafito aunque en aquel momento este alótropo del carbono no se conocía por lo que fue confundido con plomo negro o plombagina, una sustancia que sí era conocida y que aquí aparecía –en realidad ‘parecía’– mucho más pura. No solo eso, sino que también constataron que este particular plomo negro resultaba muy eficaz para efectuar marcas y, en definitiva, como herramienta para una escritura o grafía básica. 

El uso de barritas de grafito envueltas en un cordel se extendió desde Inglaterra a Alemania y Francia, sustituyendo a plumas y tinteros

No pasó mucho tiempo antes de que a algunos de ellos se les ocurriese comenzar a comerciar con él en los mercados de las localidades vecinas y en Londres, cortado en tiras o barritas del mineral que envolvían en un cordel –para evitar tanto que la barrita se partiese como que manchara las manos– que se iba retirando conforme aquella se iba gastando; y que ofrecían como ‘piedras de marcar’. Un invento que pronto ganó aceptación debido a que resultaba mucho más versátil y práctico para muchos usos y profesiones que el delicado binomio pluma-tintero. Su firmeza y durabilidad permitían dibujar y escribir en las más diversas situaciones y condiciones. De este modo su empleo y venta se extendió primero por Inglaterra y posteriormente por sus vecinos continentales, como Alemania y Francia. De hecho, el primer registro documentado de artesanos de lápices en Nuremberg data de la década de 1660.

Así pues, el empleo y la venta de la piedra de marcar o lápiz primigenio ya estaba suficiente consolidado para cuando el ebanista alemán Kaspar Faber (1730-1784) decidió abrir su propio taller de fabricación y venta de lápices en la villa de Stein en 1761. Un pequeño establecimiento que respetaba los métodos de fabricación tradicional, que pasaba por cortar y limar manualmente el grafito en forma de finas tablillas o barritas alargadas que luego se insertaban entre dos finas láminas de madera y finalmente el conjunto se ataba con cordel. Y un negocio de carácter familiar que iba a heredar primero su hijo Anton Wilhelm, quien la registró como 'bleistiiffabrik' – término alemán para referir una fábrica de lápices- con el nombre de A. W. Faber y luego su nieto Georg Leonhard. Aunque tanto Anton como Georg ampliaron la fábrica y su capacidad de producción, esta seguía siendo tradicional o artesanal. Algo que, sin embargo, estaba a pudo de cambiar gracias a la decisión adoptada por Georg de enviar a su primogénito Lothar (1817-1896) a estudiar y formarse en Londres y París. Justo a tiempo para descubrir primero y más tarde participar de una revolución. La iniciada por el inventor francés Nicolas-Jacques Conté en 1794 al inventar el lápiz moderno, tal y como lo conocemos hoy en día.

Un MacGyver del siglo XVIII

Nicolas Jacques Conté (1755-1805) es uno de los más polifacéticos científicos e inventores franceses y un personaje fascinante hasta el punto de que el propio Napoleón Bonaparte lo definió como "un hombre universal, con gusto, compresión y genio, capaz de crear las artes de Francia en medio del desierto", tras su papel capital en la campaña egipcia. Aunque esa ya es otra historia.

Nicolas-Jacques Conté
Nicolas-Jacques Conté
Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

Nacido en Normandía en el seno de una familia de granjeros, Nicolas Jacques pronto dio muestras de su inventiva y talento para fabricar casi cualquier cosa recurriendo los materiales y herramientas que tuviese a mano. Todo un MacGyver del siglo XVIII. Se cuenta que con solo 9 años habría tallado un violín empleando solo una navaja. Tras trabajar como aprendiz de jardinería y en un taller de pintura, inició una carrera como pintor retratista, al mismo tiempo que despertaba su interés por la recién nacida ciencia de la aeronáutica, que le llevó a fabricar un globo de aire caliente que hizo volar en la plaza pública de la localidad de Sees. En 1794, y ya reconocido como inventor y científico, fue nombrado director de la escuela de aerostática d,onde enseñaba química, física y mecánica. Y donde iba a perder un ojo a consecuencia de una explosión mientras experimentaba con gases y barnices.

El inventor francés Nicolas-Jacques Conté  inventa el lápiz moderno, tal y como lo conocemos hoy en día, en 1794 

En ocho días

Ese mismo año de 1794, Carnot le encomendó la misión de inventar un sustituto para el grafito inglés, cada vez más caro y difícil de obtener, y que garantizase que Francia pudiese seguir disponiendo de los, ya a estas alturas, indispensables lápices. Sí, grafito, porque en 1789 se había identificado por fin su verdadera naturaleza y bautizado como tal atendiendo al uso para la grafía que se le llevaba dando desde hacía dos siglos. Sucedía que, desde mediados de siglo, el grafito inglés se destinaba fundamentalmente a fines bélicos, para la fundición de cañones. Su creciente escasez, sumada a los reiterados conflictos entre Francia e Inglaterra, ponía en jaque el suministro para Francia. De ahí la urgencia de la tarea encomendada a Conté. Y este tardó únicamente ocho días en dar con la solución al inventar el proceso que lleva su nombre y que consistía en mezclar agua, grafito en polvo y arcilla y calentar la mezcla en un horno a una temperatura de unos 1.040º C para obtener un sólido blando que se encapsulaba en una ‘funda’ de madera. Más aún, su método le permitía –variando la proporción de arcilla y polvo de grafito– obtener minas de distinta dureza e intensidad. Además del proceso de fabricación, Conté también inventó las maquinas que fabricaban minas circulares y las forraban de madera. Asimismo, diseñó lápices de distintas formas –circulares, cuadrados, poligonales– que se adecuasen a sus distintos usos y usuarios –los carpinteros demandaban lápices cuadrados que no rodasen por la mesa–; los dibujantes y pintores otros que facilitasen una sujeción cómoda… Unos nuevos lápices conocidos como crayones Conté o, simplemente, crayones.

Mezclando agua, grafito en polvo y arcilla, Conté inventó la mina, que luego encapsulaba en una ‘funda’ de madera
Lápices y gomas de borrar de la marca Faber-Castell.
Lápices y gomas de borrar de la marca Faber-Castell.

Faber-Castell, el mayor fabricante mundial de lápices de grafito y de colores

Es hora de volver con los Faber. A la muerte de su padre, en 1822, Lothar retornó a Alemania para hacerse cargo del negocio familiar, que en aquel entonces pasaba ya por dificultades ante la escasez de grafito de calidad y la creciente competencia de los crayones franceses. Y lo hizo con la ambiciosa idea de modernizar la fábrica, implantando los nuevos métodos franceses para alcanzar la posición más alta "haciendo lo mejor que pueda hacer nadie en el mundo”. Asumió el control de un taller que entonces contaba con 20 empleados y lo transformó en una moderna fábrica, importando los métodos y la maquinaria. Y en 1856 obtenía los derechos en exclusiva para explotar el grafito de las minas de Siberia, el de mayor calidad. Y también adquiriría grandes plantaciones de las mejores y más exquisitas maderas, entre ellas de cedro, en Florida. Además –al menos según consta en la web del grupo Faber-Castell-, inventó el 'definitivo' lápiz hexagonal y estableció la escala estándar de dureza y grosor HB. También se convirtió en el primer fabricante cuyos productos llevaban impreso el nombre y el logo del fabricante. Los lápices Faber fueron unos de los primeros artículos de marca del mundo. 

Bajo la dirección de Lothar, la fábrica Faber también inició su expansión en Alemania (Hamburgo y Berlín) y en otros países y mercados. En 1843 los lápices Faber comienzan a venderse en EE. UU. a través de un distribuidor. En 1849 abría una oficina de ventas en Nueva York. Y a esta le seguirían otras en Londres, París, Viena y San Petersburgo; así como nuevas fábricas en Nueva York y París. Y también diversificó la producción con lápices de colores, ceras, óleos, tintas, tizas e instrumentos de dibujo y, en los años 1920, también y por un breve periodo, plumas. En definitiva, Lothar cumplió con su promesa y convirtió la fábrica Faber en el indiscutible líder mundial del sector, dirigiéndola con la ayuda de sus hermanos Johan y Eberhard.

Pero Lothar también se preocupó de introducir mejoras sociales: estableciendo la primera caja de salud en una empresa, una caja de jubilaciones; tiendas de útiles y comestibles para sus empleados; y creando para sus trabajadores y familias viviendas, una biblioteca y guardería. Una preocupación que la compañía ha mantenido a lo largo de los años, como pone de manifiesto que, en la década de 1990, fundase en Stein, cerca de su sede central, la Faber-Castell Akadamie para la formación y preparación de profesionales en los diversos ámbitos del mundo de la creatividad y el arte: literatura, comunicación, publicidad, diseño o dibujo.

Pero volvamos con Lothar, quien en 1862 es distinguido con el título de barón por el canciller Maxiliano II de Baviera debido a su importante contribución a la industria alemana y su labor social, y que le legitima para incorporar la partícula von al apellido familiar, pasando a ser conocido como Lothar von Faber. Tras su fallecimiento y la muerte de su hijo y heredero Wilhelm a temprana edad, es la hija de este y nieta de Lothar, la baronesa Otillia von Faber, quien hereda la empresa. Tras contraer matrimonio con el conde Alexander zu Castell, este toma las riendas de la compañía en 1900, bajo la nueva y definitiva denominación Faber-Castell. Desde entonces, la compañía ha permanecido bajo el control familiar. Y así continúa en el momento actual. Sus cerca de 8.000 empleados distribuidos en sus nueve fábricas y más de 22 oficinas de venta distribuidas por todo el mundo y que hacen de esta compañía el mayor fabricante mundial de lápices de grafito y de colores del mundo.

Miguel Barral Técnico del Muncyt

Esta sección se realiza en colaboración con el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología

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